“La culpa de que yo sea actor la tiene Katharine Hepburn”. Con esta frase, Pepe Cledera sonríe por primera vez en una entrevista en la que habla de la pérdida de su madre. El actor y dramaturgo de La Pecera pasó por mucho en el confinamiento del 2020 y, ahora, ha decidido contar su historia.
A su derecha, Guillermo Medina, un actor y director venezolano que admite que las películas en acción real de Scooby Doo son lo que le impulsó a compaginar ambas dotes, y hoy le traen a dirigir La Pecera. Del otro lado, el productor de la obra, dueño de la sala y también actor, Adán Latonda. No es lo único que tienen los tres en común: los tres perdieron a alguien a causa del COVID.
¿CÓMO SE CREA UNA PECERA?
El proyecto de La Pecera solo acaba de llegar a la capital, pero lleva gestándose mucho tiempo. “¿Ya cuatro años?”, se extraña Pepe Cledera cuando piensa en los inicios del COVID, allá por febrero de 2020. Cuesta creer que haya pasado tanto tiempo desde que la pandemia paralizó el mundo entero, pero parece ser un asunto que ha quedado en el olvido. Pepe sintió la necesidad de contar lo que pasó entonces, lo que le pasó a él.
“Mientras que mucha gente vivió el confinamiento como una oportunidad de teletrabajar, estar en casita y hacer el tonto con la mascarilla, murieron 128.000 personas reconocidas”. Habla pausadamente al compararlo con los más de 30.000 muertos actuales en Gaza, «porque de eso ahora sí se habla, pero no del COVID.» Si existe el derecho al olvido, la obra de Pepe reivindica el derecho a la memoria; habla de todos aquellos que no han remontado desde entonces, que perdieron gente, no tanto de los muertos como de los que se quedaron. ¿Quién llora por ellos?
Antes de la muerte de su madre, el actor ya tenía la impresión de estar atascado, “era como estar en una pecera en la que ves todo lo de fuera, pero tú no puedes salir”. La pandemia no ayudó en absoluto. Como en un círculo vicioso de horror trágico, drogas y sexo, el personaje protagonista de este monólogo canaliza su dolor a través de la pipa de metanfetamina, una esfera de cristal, una pecera, que expulsa humo y lo vuelve a absorber.
UN COVID DEL QUE YA NADIE QUIERE HABLAR
Cuando Pepe escribió el guion de La Pecera lo hizo porque ni él ni su padre han podido superar lo sucedido en la pandemia, pero nadie parecía querer oírlo. “El que no ha sabido salir, molesta”. Fue la razón por la que Guillermo Medina supo inmediatamente que quería meterse en el proyecto. El teatro, para él, es el sitio donde las historias de las que nadie habla tienen que contarse, “la gente está cansada de escuchar sobre el COVID, está agotada por lo que pasó, por la corrupción de políticos que usaron la pandemia para sus campañas, por haber estado encerrados. Aquí estuvieron tres meses, pero yo soy de Venezuela y estuvimos un año entero.”
Para ambos, Pepe y Guillermo, es un fenómeno interesante cómo se decide cuándo se puede hablar de algo. Ponen de ejemplo el aceite de colza, que sigue suscitando un espacio en Informe Semanal cada varios años para traer de vuelta la historia. Con el COVID no, porque está reciente, pero también porque parece haber un pacto de silencio. El hastío generalizado hacia el tema es algo que también supo ver Adán Latonda, productor del proyecto de La Pecera, el cual también perdió a alguien por la pandemia. “Las personas que atravesaron una pérdida se meten en una cama vacía, donde la mayor parte de su vida han tenido a una persona al lado, y ese vacío es muy difícil de llenar cuando existe un pacto por parte de la sociedad para que lo olvide”.
El proyecto respondía entonces a una necesidad de los tres, actor, director y productor, por hacer ese papel de Informe Semanal mientras la tele no se preste a ello. Hablar de lo que se hizo mal, sí, pero sabiendo que ningún Estado estaba preparado para algo así. Y con la esperanza de que La Pecera solo sea la primera piedra de una lluvia de historias, «se habló mucho del COVID hasta saturar, luego nada». Guillermo está convencido de que en un año o dos la gente volverá al tema, “muchísima gente está empezando a procesar ahora lo que les pasó, y tendrán ganas de hablar de ello. En cinco años estaremos repletos de historias de COVID”.
PERDONA, SÍ, ES PERSONAL
Ante todo, La Pecera es una historia de dolor. Contarla ha sido un proceso distinto para cada uno, y ante la pregunta, Pepe solo puede decir: “increíblemente jodido, catártico”, antes de enmudecer. En uno de los momentos culmen de la obra dice que les negaron el derecho al acompañamiento y al velatorio; no solo no poder estar ahí antes de que su madre muriera, sino que después tampoco. Durante meses no vio a sus hermanos, y cuando lo hizo, se saludaban con un abrazo imaginario a distancia. «¿Y quieren que olvide?».
Guillermo, por su parte, se quedó destrozado tras leer el texto de Pepe, al darse cuenta de que podía tratar sobre él mismo, con el protagonista ha podido contar la historia de todas esas personas tratando de encontrar un lugar donde ser ellos mismos, «este personaje estaba perdido en una casa destrozada, una pecera que nadie limpiaba a pesar de ver la suciedad al pasar”. Por ello, lo reflejó en el monólogo por medio de otro personaje que no habla, pero existe. Se trata de una figura invisible que espera en silencio a que Pepe Cledera termine de contar su chapa, con la única intención de drogarse y follar. “Ese agente externo representa todo lo que la sociedad hace ante la situación del COVID, es como hablar a una pared vacía”.
Es ese pasotismo general lo que impidió que ninguno de nuestros tres artistas superase su dolor, y fue al llegar a su punto más bajo cuando decidieron que era hablar o perecer. Para Pepe, ese punto sucedió un año después de la muerte de su madre. Había estado manteniendo el tipo para que su padre pudiera vivir el duelo, hasta que un día iba en coche a la oficina y empezó a llorar y no podía parar: “me di cuenta de que había estado yendo en automático todo el año sin pararme a pensar”.
Algo parecido le sucedió a Adán al mirar atrás y darse cuenta de que su peor momento fue cuando creía que por fin estaba saliendo. “Nos autoengañamos para pensar que ya estamos mejor”, dice, mientras que Guillermo puede recordar a la perfección el día en que vomitó su única comida en dos días, un paquete de Donetes, y se preguntó cómo había llegado ahí.
LA OTRA CARA DE LA MONEDA
Hay otra problemática en La Pecera aparte del COVID, aparte del duelo, un fenómeno que podría parecer independiente como son las apps de contactos. Cobra sentido en la obra cuando entiendes que es otra forma de deshumanizar. “Las apps de citas convierten el sexo en una transacción”, dice Pepe, aunque no sea a cambio de dinero sino de drogas o compañía. Es un hedonismo que puede ser aun mayor en el colectivo homosexual, como es el caso del personaje protagonista: «la salida a su dolor es contárselo a extraños dispuestos a echar unas caladas y, de paso un polvo. Pierde relaciones familiares y amistades, reduciendo su vida a su cuarto cochambroso y el consuelo de la pipa para evadir la realidad». Y todo encaja. La Pecera no es una historia sobre las apps ni las drogas, pero estas son un contexto necesario.
Del mismo modo exacto, Guillermo planteó desde el inicio que el personaje debía aparecer en ropa interior durante todo del monólogo, hay cierta poesía en un hombre que literalmente no esconde nada, verlo en su estado más vulnerable y desnudo: “se droga para mantener una mascara y esta se desmorona por mucho que quiera pretender que está bien”.
SER ‘MICRO’ Y ‘MONO’ EN MADRID
El proyecto del espacio cultural El Cafetín Cantante tiene una duración total de 50 minutos, aunque no fue así desde el principio, la primera versión del texto de Pepe duraba veinte minutos de puro hachazo emocional. Fue cuando empezó a pensar en la experiencia del público que decidió alargarla para reducir su intensidad. Su versión actual, aparte de mostrar más pinceladas de la madre del personaje, se centra en contraponer puntos de humor con el durísimo relato: “No creo que se pueda alargar más porque es un tema tan personal, tan intenso y con tanto drama que ni yo ni el público podríamos aguantar”. Al abrir el diafragma por medio de afinar el relato, puede alargarse hasta una medida que el mismo contexto de la obra resista porque ¿cuánto tiempo soportarías la charla de un tío del que solo quieres drogas y sexo?
El formato de cafetín encaja de la misma manera con la temática de la obra, una sala pequeña, un ambiente íntimo en el que las sensaciones del actor están a unos pocos centímetros de ti. “Es de una calidez distinta” afirma Adán, pero no niega que le gustaría ver La Pecera en formatos distintos, o adaptada en otros países. Eso sería para Pepe, “como mínimo, el homenaje que mi madre merece”, y además una oportunidad de ver que el COVID afectó por igual a gente de todo el mundo. “La Pecera podría haber sucedido aquí, en México o en EEUU”.
De momento, El Cafetín Cantante es el refugio que Adán ha dado a la obra, porque la sala también está haciéndose su hueco en la oferta del teatro madrileño. El productor no podría tener más ganas de apostar por historias en las que cree realmente, y anuncia con ilusión que del proyecto de Pepe saldrá un cortometraje; el filme de La Pecera ya esta en producción y reducirá la historia teatral a 11 minutos. Además, el estudio de Adán continúa otras representaciones como La Mosca o las cuatro microobras de Memento Mori, que también dirige Guillermo y se estrenarán en abril. Pepe Cledera estrenará también en Senda la primera y segunda parte de Mentu Factor, una pieza corta sobre Inteligencia Artificial.