Estáis a punto de estrenar las funciones en el Teatro Infanta Isabel, ¿Cuáles son vuestras sensaciones?
Nervios y mucho trabajo. Es la primera vez que nos enfrentamos a todo esto y el nivel de volumen y aprendizaje es constante. Es verdad que ya estrenamos en la sala exlímite y nos quitamos todo el proceso de creación porque la obra está montada, pero ahora la tenemos que adaptar para enfrentarse a un teatro como este, que es maravilloso, pero tiene 500 butacas y eso da un poco de susto.
¿Qué significa el título de la obra?
(risas) ¡Te invito a que vengas a verla! Cuando terminas de ver la función lo entiendes. Pero por ahora te puedo contar que hay un hilo conductor de cuentos y que los personajes empiezan haciendo tomate frito en la primera escena. Por supuesto, también gira en torno a todo lo simbólico que puede suponer que haya tomate frito en una familia.
¿Cómo es dar el salto a estrenar un texto propio?
No lo he pensado mucho, ha sido un proceso bastante natural. Cuando estábamos en pandemia yo estaba currando en una compañía con la que teníamos una gira enorme, pero se cerraron todos los teatros y me quedé sin trabajo como tanta gente. Nunca me había atrevido a escribir, porque me da muchísimo respeto y por eso que pensamos muchas de que no tenemos nada que contar. Pero en esos momentos necesitaba generar material y me apunté a un curso de dramaturgia en el que empecé a escribir. Como cada semana tenía que hacer una entrega me obligaba a sentarme y reflexionar sobre mis propios materiales, hasta que cuatro meses después salió esta función. No quería dejarla en el cajón porque lo más difícil para mi ya lo había hecho. El lenguaje que ya conozco es el de la puesta en escena, así que lie a todos mis grandes profesionales amigos y, todavía no sé cómo, lo sacamos adelante.
Habéis optado por una codirección, ¿Cómo ha sido este proceso?
Nuestra compañía se llama Doña Perfectita y la formamos Egoitz Sánchez, Mónica Miranda y yo, que somos íntimos amigos desde que coincidimos estudiando en la RESAD. Entonces le dije a Egoitz “mira Ego, yo tengo este texto y lo quiero levantar, ¿qué te apetece? ¿quieres hacer un personaje o codirigir conmigo?” y optó por la segunda. No sé cómo de fácil o difícil es en otras ocasiones, pero si lo puedo hacer con alguien es con él. Nos entendemos muy bien, tenemos un imaginario muy parecido y cada cosa que aporta el uno nutre al otro a la vez que agranda la idea. Hemos pasado muchas horas, pero siempre sumando y sumando, así que ha sido realmente fácil y bonito.
Cuentas que a la hora de construir el texto vas desgranando lo que te tienes que contar a ti misma y rescatando lo que el inconsciente te va diciendo. Entonces, ¿Qué hay de ti en esta obra?
En el proceso de escritura tenía mucho miedo porque a veces tienes ideas y no sabes cómo plasmarlo en un papel. Conseguí a través de Mariana de la Mata, la profesora del curso que te he mencionado, una especie de herramienta que consiste en escribir a través de sensaciones físicas. Tú no plasmas la idea directamente, sino que te conectas con una sensación que sea importante para ti y vas estirando de ese hilo para construir una escena en la que aparezcan personas hablando. Entonces se trata de transcribir lo que dicen.
De esta forma, casi he sido espectadora de mi propia función mientras la escribía. Hay un lugar en el que estaba conectada que tenía mucho que ver con el inconsciente y no era tan conocido, sino que dejaba que la información apareciera. Luego, por supuesto, ha llevado un proceso posterior de construcción de limar, pulir y pedir feedback, pero en un principio yo no tenía las riendas exactas ni de lo que estaba contando ni de lo que iba a resultar. Así que cuando al final no solo lo leo, sino que lo veo en el escenario me viene mucha información de mí y me doy cuenta de que la función realmente habla de la herida de valoración que después he descubierto que compartimos tantas, del miedo que tenemos a hacer las cosas mal y de la necesidad de hacerlas bien para sentir valoración externa como sustento de nuestra autoestima. Esa herida la comparto también con Mónica y Egoitz y por eso nos llamamos Doña Perfectita, intentando huir de la idea de autoexigencia que es tan limitante.
También ha sido un proceso de sanación en ese sentido y me he ido dando cuenta poco a poco. Yo sabía de esta herida, pero no sabía que iba a ser todo el hilo conductor de la función ni que iba a hablar de una familia que la hereda, como la mía, cuyas circunstancias exactas no son como las de mi familia, pero bueno, ¿por qué no iban a poder serlo en otro plano?
Hablando de la familia de la obra, la descripción de Inma como mujer que busca socorro en terapias alternativas para mejorar su sensación de precariedad vital se está convirtiendo en algo aplicable a muchas mujeres jóvenes. ¿Qué idea tenías al plantear a un personaje así?
Yo pertenezco a esta misma generación de Inma y lo que veo es que hay muchísima precariedad. De repente tienes 34-35 años y dices es que no tengo nada y no sé si voy a tener algo alguna vez, estás todavía buscando tu sitio y ganando dinero como puedes. Debido a esta corriente que hay de herramientas un poco más energéticas, espirituales, en la que hay todo tipo de talleres, constelaciones familiares, astrología… me apetecía hacer a una protagonista que tiene el problema fundamental de un bloqueo en la sexualidad en el que no se encuentra con gente que le guste y le interese. Eso se suma a que no le fluye nada: ni dinero, ni trabajo, ni el amor o los propios encuentros sexuales. Y harta de la vida de repente decide apuntarse a un taller de eyaculación femenina para desbloquear toda su zona genial, porque a ella le han contado que si lo consigue toda la vida fluirá. A partir de apuntarse a ese curso hace una serie de descubrimientos que van a afectar a la familia por completo y la van a dejar del revés.
Alejandro no tiene los mismos problemas que Inma, pero sigue sintiendo esa precariedad vital y ese fracaso, ¿puedes profundizar un poco en esa idea de sensación de precariedad vital y cómo es que abarca a todos los personajes?
Al final no importan tanto las circunstancias sino cómo te sientas tú. Muchas veces intentamos depositar en nuestras ellas nuestra felicidad y las circunstancias al final son un reflejo, sí, pero no tienen por qué hacerte sentir bien. Lo que le pasa a Alejandro es que ha llevado una vida completamente diferente a la de Inma: tiene un chalet, una pareja, una hija… todo lo que nos han vendido a nuestra generación como lo necesario para alcanzar la normalidad. Y, aun así, está frustradísimo. Es la otra cara de la moneda de nuestra generación. Están los que han hecho todo como se le ha dicho y aun así se sienten vacíos, y los que no han hecho nada de lo establecido y están más perdidos que un pulpo en un garaje. Los dos comparten el mismo fondo y la misma esencia que es ese vacío, aunque sus circunstancias son totalmente distintas.
¿Esto se enlaza con lo que has comentado sobre la autoexigencia y con lo que en la sinopsis denominas el yugo del perfeccionismo?
Sí, estamos contaminadísimos y me di cuenta de que esto se hereda. Venimos de unas generaciones a las que también se les ha exigido mucho y de repente hay un momento en el que empiezas a pensar que tú vales por lo que haces y no por lo que eres. Ahí entras en una especie de camino cuesta abajo en el que nada es suficiente para hacerte sentir bien, que uf, es muy difícil de desprogramar. No es instantáneo, pero cuando te das cuenta por lo menos pones el ojo y dices voy a poco a poco intentar valorarme por lo que soy.
¿Cómo se hace frente a este yugo en el mundo de la dramaturgia?
Pues en mi caso, reflejando a unos personajes a los que les pasa eso y viendo las decisiones que toman. Además, como son 3 personajes cada uno lo hace de la manera que mejor sabe. Vemos tres maneras distintas de encarar esta herida y, por supuesto, en clave de comedia.
¿Por qué has decidido utilizar el humor para hablar de temas tan profundos como estos?
Creo que es lo que me define. Tengo un montón de heridas y de problemas y siempre los afronto con risa, me parece la manera más sana de poder enfrentarte a esa parte de ti que no te gusta. Cuando te empiezas a reír de ella y ves que los demás también, la cosa se afloja bastante.
Contáis con música en directo, ¿Qué papel juega en la obra?
¡Sí! Hemos añadido música en directo y no estaba previsto. Al final hemos terminado llamándole también “El cuento del tomate frito: el musical” (risas). Nosotros queríamos jugar con la idea que nos permite la poética del teatro de que todo suceda en escena, de que si hay una puerta podamos cerrarla o podamos hacer el ruido de una Thermomix… eso nos encanta. Tenemos a un actor, Alejandro Pau, y dos actrices, Mónica Miranda y Cristina Bernal, que te lo hacen todo. Una de ellas además es pianista y cantante así que un día se trajo el teclado y de ahí salió de todo. Empezamos a construir con Mariano Estudillo, que es el creador del espacio sonoro, a ver si todo podía salir de la propia escena. Alejandro Pau también es músico y canta como los ángeles, toca varios instrumentos… y nos pareció que todo lo que pudiese salir de lo escénico sería precioso.
¿Cuál es el deseo de esta generación, encarnada en Inma y Alejandro, que se siente fracasada?
Se nos ha prometido una manera de vivir que luego cuando lo hemos querido cumplir no nos ha dado la felicidad. Es una generación muy dura porque todos tenemos carreras y treinta másteres y aun así hay muchísima gente sin trabajo o que se tiene que ir de España. Creo que, además, no te das cuenta hasta que de repente llegas a un tope en el que ya deberías estar satisfecha y no solo no lo estás, sino que también estás perdida. Nos han dicho cuál es la receta para la autorrealización y la hemos seguido entera para darnos cuenta de que no era eso. El deseo es, entonces, empezar otro camino de búsqueda mucho más existencial que tiene que ver con encontrar a ese “yo” que hemos olvidado, indagar un poco más en él, aunque sea después de habernos dado contra la pared.
Con ese trasfondo, ¿Cuál es el público que más puede disfrutar esta obra?
Lo bueno de la función es que pueden venir desde adolescentes hasta señoras mayores. Es muy amplio el rango de público porque está reflejada la generación de la madre, que como mi madre y mi abuela han tenido que demostrar mucho y se han agotado por el camino. Es una generación que al incorporarse al mundo laboral lo hacen todo, no es que hubiese un reparto de tareas, sino que trabajan, cuidan a los niños, llevan la economía de la casa, cuidan el hogar… están pluriempleadas y agotadas. Luego está la siguiente generación, que sería la mía y es la que hemos comentado con Inma y Alejandro. Y por último la generación siguiente que es la de Nora, la hija de Alejandro, que es la encargada de hablarnos del inconsciente de los personajes a través de los cuentos. También ha venido mucho público adolescente e incluso madres con hijas, que es el combo perfecto.
¿Con qué sensación o mensaje se pueden quedar esos espectadores?
Supongo que cada uno con lo que resuene, pero creo que te conecta muchísimo con la familia. Ha habido gente que me ha dicho “mañana voy a llamar a mi hermano”. Sales entendiendo que en todas las familias cuecen habas y que es normal, que todo el mundo tiene su historia detrás y que quizás las cosas que pueden ocurrir son comprensibles, que vienen de lejos, que heredamos cosas y que estamos más unidos de lo que parece. Creo que se inicia un proceso de unión familiar.
Nosotros lo llamamos comedia existencial por la posibilidad de hacer una reflexión sobre quiénes somos, qué hacemos aquí y de nuestra propia existencia a través de la comedia, sobre cómo podemos vernos reflejados los unos en los otros y cómo eso nos une. Cuando te sientes unidos a los demás por las heridas se genera una especie de hermandad, y creo que eso lo puede sentir tanto la gente como nosotros, que somos los que lo estamos haciendo.
Has contado que el texto nació del taller de Mariana de la Mata. Aunque la escritura en sí sea algo individual, lo que se va gestando se comparte con los compañeros del curso y con la profesora. ¿Qué fortalezas trae consigo esta colectividad en el proceso creativo?
Es fundamental porque tú generas, pero si no recibes una visión desde fuera puede resultar en algo que no es lo que crees. Necesitas otra perspectiva para ver si lo que expresas se entiende, que es lo que te aporta el director en el caso de la puesta en escena. A veces crees que estás expresando alegría y los demás leen tristeza. Sobre todo, te impulsa todo el rato porque si estás solo es un proceso más lento. Necesitamos al observador para poder saber lo que estamos contando, igual que un pintor pinta de cerca y luego se aleja dos pasos para coger perspectiva. Sin perspectiva es imposible generar arte y comunicar.