Ensalada junto a democracia. Bisexualidad junto a condensación. Credibilidad junto a silencio. Estriptis junto a sonambulismo. Y así hasta los más o menos 14.000 sustantivos del idioma, una representación espectral de todos los objetos de la realidad, materiales o no, dotados de un nombre. Una relación de palabras maquinal, autoritaria, agresiva, sin espacio para la reflexión. Así se presenta El Tercer Reich, la instalación de Romeo Castellucci “sobre el idioma y dentro del idioma, en el lado oscuro del idioma, que ya no es nuestro hogar común, sino algo que viene de fuera para controlarnos”, en declaraciones del propio creador italiano.
En el mundo pantalla de hoy, interconectado hasta límites insoportables, la hegemonía de la palabra como casa del pensamiento y la verdad atraviesa una profunda crisis. Estamos delegando nuestra inteligencia en una artificialidad que tritura los conceptos como tritura la posibilidad de un pasado, porque todo es presente, todo es inmediatez, todo es velocidad. Ante esta posibilidad real de mutación antropológica, la instalación se erige como imagen de la comunicación acrítica que manda sobre la contemporaneidad a través de una invitación a sumergirse en los abismos de la palabra como objeto y en la confusión de su abigarrada acumulación. “Estamos inmersos en una palabra circular y autodesconocida -dice Castellucci-, en una especie de ruido blanco. A menudo imagino la lengua como un paisaje cambiante, y hoy tengo la impresión de que a su alrededor hay un desierto”.
El dispositivo que se va a instalar durante tres días en Réplika tiene tres elementos que se funden para generar un artefacto que, no siendo estrictamente teatro, contiene los ingredientes fundamentales que sustentan la obra de Castellucci desde que fundó en 1981 la compañía Societas. Hay un cuerpo en movimiento que performa con los primeros compases del sonido, como antesala de la máquina disparadora de palabras proyectadas. Tres elementos y tres nombres. La coreógrafa y bailarina Gloria Dorliguzzo, que ya ha colaborado antes en otras piezas tanto de Romeo como de Claudia Castellucci, lleva a cabo una acción simbólica donde procede a una ignición ceremonial del lenguaje. El músico Scott Gibbons, experto en electroacústica, habitual desde hace más de 25 años en los montajes del director de Cesena, ha compuesto una pieza apodíctica. Cierra la tríada el propio Romeo, un poeta de la escena empeñado en iluminar la casa común del lenguaje, como según él tienen que hacer los poetas. Ese es su cometido en la vida: entrar en la casa común y revolucionarla con nuevos desafíos.
LA VIOLENCIA QUE ESCONDEN LAS PALABRAS
El teatro de Romeo Castellucci, como ha dicho una de las dramaturgas con las que ha trabajado, Piersandra di Mateo, “pretende cuestionar el logocentrismo del teatro occidental, intentando reconsiderar o deconstruir la noción del régimen mimético que caracteriza y establece la experiencia del teatro occidental, a través de la posibilidad de investigar la facultad del lenguaje, y a su vez intenta activar una estrategia para descomponer el lenguaje”. Sin ser una elección intelectual consciente de la Societas en su fundación, cuarenta años después este impulso adquiere una expresión sublime en El Tercer Reich. Aquella actitud beligerante, iconoclasta y un punto despectiva hacia el lenguaje, que se reveló paradójica pues no podían sustraerse a la necesidad de usarlo para crear y comunicar, se materializa aquí en un campo de batalla que pone al espectador frente al frenesí de un vocabulario desaforado. No podía ser de otra manera, cuando ya es una realidad innegable que la palabra es una violencia a la que estamos sometidos en casi todos los órdenes de la existencia.
La velocidad de la secuencia de palabras es proporcional a la capacidad de nuestra retina y de nuestra memoria para retener una palabra que aparece en el espacio de una vigésima de segundo. Se trata de comprimir la mirada hasta el punto crítico de fusión, justo antes de la pérdida de compromiso perceptivo, en el parpadeo que escapa a la distinción nítida de los términos individuales. La sucesión frenética y liminar de las palabras garantiza que algunas de ellas queden impresas en la corteza visual de cada espectador; otras -la mayoría- se perderán. El espectador, expuesto a este tratamiento, sufre la palabra humana bajo el aspecto de la cantidad. No el qué, sino el cuánto. El revoltijo enloquecido de nominaciones no deja lugar a la elección ni al discernimiento. El núcleo del lenguaje conduce de nuevo al caos.
El Tercer Reich es la imagen de una comunicación inculcada y obligatoria, cuya violencia es igual a la pretensión de igualdad. Aquí, el lenguaje de las máquinas agota ámbitos enteros de la realidad, donde los nombres aparecen iguales en su serialidad mecánica, como si fueran los bloques de construcción de un conocimiento que no admite escapatoria. Toda pausa es abolida, con lo que se hace inviable la conquista de la reflexión. Quizás ahí esté el motivo por el que la pieza tiene el nombre que tiene, que remite al tiempo autoritario e infame por antonomasia de nuestra era, que inició un mecanismo de manipulación de los conceptos que llevó a la humanidad al borde de su extinción.
CREACIÓN DE IMÁGENES ACÚSTICAS
La crítica italiana Federica Scaglione escribió sobre la pieza que “comienza con una figura humana, hierática y sin rostro, que se mueve en parte como un insecto y en parte como un mamífero. Esta criatura híbrida, interpretada por Gloria Dorliguzzo, atrae la mirada de forma magnética, pero no sólo se estimula la vista: cada movimiento corresponde a un crujido, a una respiración. Los sonidos actúan inicialmente como contrapunto a la coreografía, pero el volumen y la intensidad aumentan para crear una atmósfera marcial”. Sin duda, la parte sonora de la instalación tiene una gran importancia en su concepción y su desarrollo, hasta el punto de que podríamos decir que es una creación conjunta de Castellucci y Gibbons más que en ninguna otra obra anterior. A este respecto, Romeo ha dicho que “la combinación de lo que se ve y lo que se escucha genera algo físico en el espectador”. En esa suerte de imagen acústica, el cerebro trata como información lo que ve y como emoción lo que oye. “El sonido no llega como información, sino como algo que penetra por debajo del umbral del control. Es una invasión”.
Cuando se unen sonidos y lenguaje producido en serie, la visualidad y la audibilidad entran en colisión y generan un elemento ulterior, adicional, nuevo. El sonido ha abierto una grieta, una herida, por donde lo visual cae irremisiblemente. Scott Gibbons, como explica el propio Romeo Castellucci, “tiene un modo de concebir los sonidos como si fueran cuerpos. Utiliza una dramaturgia muy precisa a través del uso de micrófonos con los que capta los sonidos del mundo, que luego transforma. Una vez elaborados, se percibe algo del origen material del sonido, no es un sonido fantasma”.
Hasta tal punto se ha concebido también El Tercer Reich como una pieza de arte sonoro que ya se ha editado en vinilo, eso sí, en una tirada limitada de 400 ejemplares numerados a mano, acompañado de un encarte que recoge en una larga tira de papel negro un fragmento del furioso flujo de palabras que se proyectan. El objeto artístico trasciende la representación efímera y se expande hacia la experiencia individualizada y generadora de memoria. “Todos los sonidos utilizados proceden de transmisiones de la sonda Voyager 1 enviadas desde el exterior de nuestro sistema solar mientras atraviesa el espacio interestelar. El obstinado tic que constituye la columna vertebral de la música, así como las interferencias y el tratamiento del sonido, proceden del horizonte absoluto de nuestra especie, del límite extremo de nuestro alcance. Lo único que nos queda es una abrumadora sensación de densidad y determinación”, explica Scott Gibbons.
ROMEO CASTELLUCCI EN RÉPLIKA TEATRO
No podemos ni queremos obviar en este artículo el hecho de que uno de los popes del teatro europeo, último director invitado de la Trienal de Milán, que acaba de estrenar en el Théâtre de La Ville de París la Bérénice de Racine con Isabelle Huppert como protagonista, que representa sus obras habitualmente en los grandes escenarios del mundo entero, demandado por los teatros de ópera para dirigir los títulos más significativos de la historia lírica, presente en Madrid una pieza en una pequeña y modesta sala de eso que a veces llamamos el off, circuito alternativo e independiente de salas de pequeño formato que sobrevive con esfuerzo en busca de una línea de programación que les distinga. Y así está ocurriendo con Réplika, sin duda uno de los espacios más inquietos e interesantes de Madrid ahora mismo.
En conversación con su director artístico, Mikolaj Bielski, él hace notar que este acontecimiento -pues lo es para ellos y para la realidad teatral madrileña-, es fruto de un trabajo de muchos años, de decisiones tomadas tanto por él como por sus antecesores, Jarek Bielski y Socorro Anadón, al frente de la sala en otras etapas. Réplika siempre ha pretendido establecer un diálogo con el momento cultural y escénico que viviera la ciudad de Madrid y con las prácticas escénicas del presente. Y consecuencia de todo ese trabajo que ha ido sedimentando una forma y una sensibilidad propias, es que hoy se pueda programar un nombre como el de Romeo Castellucci.
“El diálogo con el presente es la clave -señala Mikolaj Bielski- para ser un agente que aspira a tensar tanto la realidad personal de los espectadores que vienen a ver nuestra programación, como la realidad propia de lo público y lo privado. Porque las salas de pequeño y mediano formato son un lugar problemático donde se cruzan lo público y lo privado. Son salas necesariamente financiadas con dinero público, no podría ser de otra forma y es un deber de las administraciones, pero eso no puede comprometer la libertad programática. En el momento actual que vive Madrid, es muy necesario generar aperturas para que puedan estar representadas ciertas creadoras y creadores que o no tienen cabida en el ámbito público o que solo la tienen en el ámbito público. En este último caso, es interesante que se puedan salir de estos márgenes para desarrollar su práctica de una manera no tan atravesada por lo institucional. Por eso tener a Romeo Castellucci en Réplika es una oportunidad de ver qué nuevas relaciones se establecen con un artista que normalmente solo vemos en teatros públicos”.
Además de cumplir el cometido, como sala de pequeño formato amenazada siempre por la falta de estabilidad financiera, de lanzar un mensaje a la administración para que no tengan motivos para no apoyarla y blindar el proyecto independientemente de las sensibilidades del equipo de gobierno de turno, la presencia de Romeo Castellucci en la programación de Réplika contribuye a una estrategia militante de puesta en valor de otros nombres, de todas aquellas artistas que comparten cartel con él y que van a ganar visibilidad por fuerza.
Por último, y en una reflexión que tiene que ver ya directamente con El Tercer Reich, Bielski habla sobre ese lugar particularmente fértil que es el teatro para hablar del lenguaje, que vive una coyuntura de crisis de legitimidad y transformación continua que, quizás, es inseparable de su misma existencia. Estamos en un momento en el que el lenguaje presenta nuevas dificultades para decir el mundo pero no deja de ser una potencia transformadora. Esta es la paradoja. “Esa capacidad transformadora tiene que ver con aquello que moviliza el lenguaje, cómo el lenguaje es un vehículo para el deseo o para la imaginación, para las pulsiones, las pasiones y las frustraciones. Por eso tiene también una condición autoritaria, que es sobre todo de lo que se hace cargo la pieza de Castellucci, la capacidad autoritaria del lenguaje para decir lo que es y lo que no es, la capacidad de asumir lo ético, de un decir y restringir el mundo, de condenar lo que está fuera de ese decir”.