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Un cabaret de historia, reivindicación sexual y socarronería

“El humor se puede y se tiene que hacer desde el dolor”

La Ley de vagos y maleantes estuvo vigente hasta el año 1995 en España. Ley que introducía en ella a los disidentes sexuales y los castigaba severamente. Ahora las cosas han cambiado, no lo suficiente para sentirnos orgullosos de lo que hemos avanzado en el respeto a la disidencia sexual y de género, pero sí lo suficiente como para reírnos de ello en el teatro desde una cercanía temporal bastante alarmante. Kiki Morgan, la maestra de ceremonias de Vaga y maleanta en los Teatros Luchana, nos cuenta cómo era ser homosexual en los años de mayor represión en nuestro país.

¿Quién es Kiki Morgan? ¿Cómo te definirías?

Una tarta de limón para diabéticos, absurda y ácida. Creo que Kiki Morgan es muy reivindicativa, ácida y cáustica. Una vez alguien me llamó cáustica y me lo apropié totalmente, porque es algo corrosivo, pero como es una palabra culta nade sabe lo que es. Justo al final de la obra se dice una frase que define muy bien quién es Kiki Morgan: lo único que nos iguala a todo el mundo es el dolor y saber apropiarse y reírse de él empodera.

 

¿Cuándo decidiste contar esta historia desde la comicidad y el canallismo absoluto, en este formato de espectáculo de variedades al más puro estilo cabaret?

No había otra manera de contarlo. Yo hago ‘stand-up’ en el Búho Real y Bingo Travesti, vamos, una carrera de travesti monologuista al uso. Pero en este caso queríamos aprovechar la faceta más ‘profesional’, sin que se malinterprete, y nuestra intención era llevar a Kiki a otro sitio más elevado, más similar al teatro de butaca y escucha con un sentido. En un principio iba a ser eso, pero yo me ponía delante de ese temido papel en blanco y no me salía nada para escribir. Sin embargo, me topé con un podcast que se llama Orgullo y ahí empezó a enlazarse todo. Sin saber muy bien cómo, me pregunté qué podían aportar los mayores LGTBI al mundo, y ahí llegué al frente común de las personas mayores y los LGTBI, que es la dictadura franquista y la Ley de vagos y maleantes y la de Peligrosidad social. Puede parecer raro, pero en este caso primero nació el así y luego el qué contar.

 

Un cabaret de historia, reivindicación sexual y socarronería en Madrid

¿Deberíamos afrontar más la intransigencia desde el humor para no acabar desquiciados?

Es una cosa que me pregunto yo mucho a nivel personal y no tengo una respuesta fija. Creo que el humor se puede y se tiene que hacer desde el dolor, pero no sé hasta qué punto ese humor se puede hacer desde el dolor ajeno.

 

Para ello es importante que el dolor esté parcialmente curado, ¿no?

Claro, porque por ejemplo una de las cosas que más nos ayudó a avanzar y que hablé mucho con Jesús Lavi, el director, es que en muchas entrevistas con los usuarios de la Fundación 26 de diciembre, había muchos chistes dentro del horror, y una manera de contarlo muy ligera. Y de repente te das cuenta que esos puntos donde se encontraban el humor y el horror eran de superación, de «te lo cuento porque ya lo he pasado». Lo que no significa que no haya pasado, que no me afecte, que no sea una pedazo de mierda lo que viví; significa que ya está archivado en un lugar de mi cuerpo desde el que puedo reírme de ello.

 

Hablando de humor, las letras que incluso hacen bailar al público durante el espectáculo, ¿son compuestas por tu puño y letra?

Sí, son mías. Es la primera vez, la música es de Milo Giraldo, y nos metimos los dos en el estudio a componer. Sobre todo, una de las cosas que cogí para componer estas letras es que fueran muy simples, pareados sencillos de rimar, darle este toque un poco frívolo, para que, de alguna manera dentro de la forma, quitarle hierro a lo que estaba pasando y que el mensaje cale. Pasar del Doctor Marañón, que es uno de los ‘hitazos’, aunque es absolutamente horrible (risas), a algo un poco más compuesto como un enumerado de insultos que se profieren en contra de los disidentes sexuales o de género.

 

¿El público lo recibe desde ese punto reivindicativo o simplemente cae como una rima pegadiza?

Pues creo que hemos conseguido hacer algo reivindicativo sin ser panfletarios, y creo que eso nos lo han dado los testimonios reales. En ningún momento se dice esto está mal o esto está bien. Evidentemente hay mucho humor sobre lo que claramente está mal. Creo que el público recibe que lo que se está contando no es una idea, ni una opinión, ni una posición política; es una realidad. Y lo que cala siempre independientemente de la sexualidad u opinión política del público, es que eso pasó, y no puedes opinar sobre la existencia de algo.

 

En la obra vamos viajando por la España de la dictadura, ¿era más duro ser homosexual en unas zonas que en otras?

Era muy diferente ser homosexual en las grandes urbes como Madrid o Barcelona, donde si estabas un poco abierto a dónde encontrar estos lugares clandestinos para desarrollar tu sexualidad, pues era más fácil hacerlo que en el pueblo. En las zonas rurales todos hemos oído las historias de nuestras abuelas de «estos dos eran mariquitas» o «estas dos eran viudas, se fueron a vivir juntas y ya sabemos todas…». Además, dentro de las grandes ciudades, también dependía mucho el poder adquisitivo, no era lo mismo ser un niño rico que ser de un barrio pobre.

 

¿Si lo podías disimular salías ganando?

Por supuesto, el final de la dictadura tenía este sesgo moral y religioso, y la religión católica a lo largo de los siglos siempre se ha basado mucho en la apariencia y en el qué dirán. Y esto está todo muy ligado a la plumofobia, si no se te notaba pues daba un poco más igual, pero había una cosa de todo esto que huele mucho a misoginia, que sigue existiendo, pero evidentemente se veía mucho más durante la dictadura.

 

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Escuchamos en la obra testimonios de Manolo, Pedro… que padecieron el pasado franquista en sus propias carnes, ¿Qué es lo primero que se te viene la cabeza al recordar todas estas historias?

Se me viene una pregunta: ¿Qué derecho tengo yo para contar esto? Y no tengo una respuesta clara, pero sí que hay cosas que, aunque el contexto sea diferente, yo sigo sintiendo muy mías por el hecho de ser disidente. Es ese miedo a la soledad, al rechazo, el miedo al afecto. Todo esto que si hablas ahora con cualquier persona de cualquier generación te puede hablar de ello, quizás no igual que aquellos que vivieron el franquismo, pero sí te pueden hablar de ello y eso es una conexión que es dura pero liberadora. Te hace sentir parte de un colectivo. En mi caso mi familia me ha apoyado siempre, pero la sociedad a la que te enfrentas es diferente y es inevitable hacerte estas preguntas. Llega un punto que tienes el cortisol que te sale por las orejas (risas).

 

¿Alguna de estas historias ha calado más sobre Kiki?

Justo uno de los últimos testimonios, el médico que sale del armario con su mejor amigo cuando se jubila. No sé muy bien explicar por qué, pero en ese momento para mí hay magia en el escenario, porque justo ahí se resume muy bien ese miedo. Porque estaba la dictadura, y la familia, los prejuicios… pero el que tenía miedo eras tú. Hay un viaje de sanación y de valentía enorme, y es tan bonito que una persona te comparta eso. Sin embargo, siempre hay estas ganas de vivir. Porque hay personas con las que he hablado, que relatan incluso intentos de suicidio antes de enfrentarse a salir del armario. Y dentro de esa propia crudeza, esas mismas personas a toro pasado te dicen: «anda que no he dado vueltas para darme cuenta de lo bonito que es ser diverso».

 

¿Qué mensaje implícito nos da Vaga y maleanta?

Yo creo que si la gente es capaz de ver la obra, escucharla y reflexionar sobre ella, se darán cuenta de que, pese a que se habla de disidencias sexuales y de un momento concreto de la historia, también estamos hablando de historias de superación acojonantes. Todo el mundo puede empatizar con ellas seas de la identidad sexual que seas. Aquí estamos hablando de encontrar el brillo en la oscuridad.

 

Hoy, ¿la homosexualidad sigue siendo cosa de vagos y maleantes para demasiados?

Evidentemente, me encantaría que fuera una opinión, pero es una realidad. Encender la televisión, abrir un periódico, o meterte en el lado del algoritmo que no te muestra TikTok. Es peligroso esto, pero además da mucha pena, porque hay gente que no vive su vida, está tan centrada en que la gente no sea libre. Al final a mí me genera mucha compasión, hay demasiado abanderado de la libertad que se centra en que tú no la tengas. Al final es una vida de mierda, pero lo han elegido ellos así.

 

 

¿Tutorial para lidiar con los intolerantes?

Se llama libro. El odio va tan unido a la ignorancia. Si te has leído un par de libros en tu vida, odias menos.

 

¿En algún momento ‘maricón’ dejará de ser un insulto para alzar la virilidad de algunos?

Pues no lo sé. Esto es muy interesante porque maricón viene de marica, y en la Edad Media era un diminutivo de María. Era una manera de feminizar al homosexual. Un gran porcentaje de homofobia va demasiado ligada a la misoginia.

 

Mientras tanto, nosotros vamos a reírnos un poco de todo esto desde el teatro, ¿el sector de la cultura parece ser más tolerante no?

Si, además yo creo que ahora hay un movimiento generacional en el que no nos sentimos solos en lo que estamos haciendo. Muchas compañías se están apoderando del humor negro, del dolor desde la comedia, meter el dedo en la llaga y disfrutar mientras lo contamos. Creo que en unos años podremos ver los resultados de esta pulsión y encontraremos en el disfrute la manera de sanar.

 

Unas palabras para el público con prejuicios previos para ver Vaga y maleanta.

Que no vengan. Al teatro no se puede ir con prejuicios, al teatro se va con el corazón abierto y a estar en el aquí y el ahora.

 

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