Por Pilar G. Almansa / @PilarGAlmansa
El 13 de abril de 2017, El País publicaba un reportaje con el desafortunado título ‘Cómo construir un éxito teatral con cuatro perras’, en el que analizaba el caso de dos bombazos de las últimas temporadas teatrales madrileñas: Nada que perder y Danzad, malditos. Vaya por delante que nada de lo que aquí se va a exponer está dirigido a los artistas que participan en esas producciones.
O, mejor dicho, lo que aquí se va a exponer les afecta a ellos y nos afecta a todos, o, al menos, a todos los que orbitamos por las salas alternativas. Hemos caído en la trampa: el off no es sino la epítome del discurso neoliberal. El off ejemplifica mejor que ningún otro espacio creativo lo que significa haber caído bajo las garras de un sistema de valores que fomenta la autoexplotación con recursos propios bajo la promesa de un éxito futuro. El mercado de la creatividad se autorregula, y nos lo hemos creído. El off es un hervidero de start-ups teatrales, de gente que en el garaje de su casa ensaya la próxima gran obra, usa de vestuario la corbata de su padre y, cuando es necesario, se juega sus ahorros al márketing para conseguir el gran premio de la lotería: una sala llena de público. La diferencia con las start-ups reales es que la gran mayoría de ellas muere, algunas son fagocitadas por empresas mayores y unas pocas se hacen con el mercado y lo transforman. Sigue siendo un ecosistema perverso, pero hay ciclos vitales. El teatro subsiste gracias a que los que lo amamos también lo amamantamos. Lástima que sea un niño viejo que nunca se desteta.
No nos debería escandalizar este artículo de El País, ya que lo único que hace es sancionar este sistema. Idealiza una producción de escasos recursos (la escasez es un concepto comparativo) con un subtexto permanente de «Yes, you can» y si a ti no te ha salido es porque no lo has hecho bien. Asimismo, el neoliberalismo, ayudado por la dramaturgia aristotélica clásica, tiene tendencia a construir una narrativa épica alrededor de la precariedad, con párrafos como el siguiente: “No cobramos por la autoría ni por la dirección ni por los ensayos. Empezamos a recibir salarios en las funciones y solo ahora, dos años después, tenemos beneficios como productores”, resume Velasco. Ni siquiera agotando localidades durante un mes en un escenario de primera fila como Matadero en Madrid recuperaron la inversión. Y de esta manera queda normalizado y sancionado el hecho de que en teatro ni siquiera el éxito es garantía de comer, y que si seguimos haciéndolo es porque somos héroes.
Somos héroes. He ahí la hybris del off
No, no somos héroes. Somos parte de la sociedad y, como tales, tenemos derechos y obligaciones. Tenemos derecho a cobrar por nuestro trabajo, a estar dados de alta en la Seguridad Social y a realizar una actividad que, en caso de éxito, sea rentable. Como sector tenemos también obligaciones con la sociedad (más de las que caben en este artículo), pero creo que la primera de ellas es dejar de sancionar este discurso de neoliberalismo atroz. ¿Quiere decir eso que hemos de pararnos todos en seco hasta que no consigamos las condiciones de producción ideales? No. Si no lo haces tú, otra persona lo hará por ti. El sistema se ha encargado de que, en el fondo, todos sobremos.
Nuestra obligación es cambiar el discurso. Digámosle adiós a los héroes del off que contra viento y marea ponen en pie una producción prodigiosa sin cobrar un duro por ello. No crucifiquemos tampoco a aquellos que continúan manteniendo un teatro de economía sumergida, en el que los modelos 111 brillan por su ausencia, porque estamos todos en el mismo barco. La pregunta real, la gran pregunta, es por qué agotando localidades en Matadero, Danzad, malditos no les da un duro a sus productores. Ahora hay que averiguar a quién dirigirla, aunque sospecho que es a nosotros mismos.