«La dependencia emocional y la desconexión con ella misma son los rasgos más determinantes de Julia»
Nena Teatro es una compañía formada por un grupo de artistas jóvenes con muchas ganas de sacar adelante proyectos basados en textos clásicos, respetando la esencia de la obra original pero aportando un toque moderno y creativo.
Actualmente les podemos ver en Nueve Norte presentando Señorita Julia, la obra más conocida del autor sueco August Strindberg. Cuatro de sus componentes, Víctor Heranz (autor de la versión y director) y los tres intérpretes protagonistas, Marta Levenfeld, Fabián Castro y Flor Maldjian nos hablan de cómo han abordado este clásico.
Señorita Julia de Nena Teatro
Por Sergio Díaz
Foto de portada: Marta Levenfeld en Señorita Julia
¿Qué os ha llamado del clásico de Strindberg para decidiros a hacer una versión sobre él?
Marta Levenfeld: Esos personajes que pueden parecer (o son) locos, con contradicciones, llenos de conflictos internos y externos… pero que tienen una historia detrás tan bien definida que no se puede evitar empatizar en algún punto. Con este autor te enfrentas al reto de entregarte a la locura sin juzgarla, de defender a personajes a los que nunca pensaste que podrías mirar con amor.
Fabián Castro: Es una obra que me lleva fascinando muchos años. Llevaba mucho tiempo queriendo encarar este personaje, por toda la complejidad que implica. Es una obra que requiere muchísimo de cada uno de nosotros en cada función y cada ensayo y es la manera de trabajar que me gusta.
¿Cómo es esta nueva visión de la obra que proponéis? ¿Hay mucho de la obra original?
Víctor Heranz: Diría que hay bastante, sí. Señorita Julia es un texto muy complejo, con muchas capas solapadas. Strindberg es todo un reto para cualquier director y no digamos para actores y actrices tan jóvenes. Nuestra visión no pretende ser nueva, sino aclaratoria. A mí lo que me interesa es la historia, no pretender crear una ‘nueva’ nada. El texto por sí mismo ya tiene una potencia tremenda. Lo interesante para mí es intentar que aparezcan los asuntos del texto de una manera fluida, sin barroquismo, sin tratar de pretender ser más inteligente que el espectador y asumiendo que, al estar en la veintena, hay muchos asuntos que se me escapan. Y qué maravilla poder ir descubriéndolos poco a poco.
Por otro lado, hemos descontextualizado la obra y eliminado las marcas de época, introduciendo elementos más contemporáneos para acercar la realidad al público.
¿Vuestra versión se centra más en la lucha de clases (quizá algo más opacada últimamente), la lucha de sexos (de plena vigencia) o ambas como en la versión original?
Víctor Heranz: Nos interesaba mucho más la lucha de clases que el conflicto de géneros. Para empezar porque la relación de Juan y Julia no se sostiene sin profundizar en sus posiciones sociales pero, sobre todo, porque la servidumbre sigue existiendo, aunque haya evolucionado. Cobramos un salario mínimo que no nos permite alquilar un piso. Trabajamos más horas de las que nuestro cuerpo aguanta. Soñamos con pasar diez días de vacaciones, una isla en doce meses agotadores. ¿Y qué pasaría si amáramos ser dominados y al mismo tiempo odiáramos a los que nos dominan?
La lucha entre los arquetipos de hombre y mujer está presente, por supuesto, pero si se define así la obra se achica: Julia fue criada como un hombre y luego como una mujer, en ella convergen características atribuidas a ambos géneros. Definirla solo como mujer es quedarse corto, es mucho más interesante verla como un despojo, un cerebro destruido, una vida convertida en campo de batalla.
Siempre se dice que Strindberg era misógino y esta es una obra con muchos claroscuros. ¿Qué aspectos de misoginia se pueden detectar en el texto?
Víctor Heranz: No sé si Strindberg era misógino o no, aunque muchos de sus textos presentan mujeres monstruosas, pero también crea hombres insufribles, violentos e incapaces de amar. Para mí, Strindberg le cortaba la cabeza a todos, hombres y mujeres. En El pelícano, Axel y Federico no son mucho mejores que la madre, pero nuestra estructura patriarcal nos ha hecho ver sus actos como menos deleznables que los de ella. En Señorita Julia, Juan destruye a Julia, acaba consiguiendo que se suicide. Reducirlo a una venganza en contra de las mujeres o a pura misoginia es no querer ver lo que realmente está escrito en la obra.
En las distintas versiones, tanto cinematográficas como escénicas, suele haber diferencias a la hora de plasmar a los tres personajes. ¿Nos podéis describir un poco cómo habéis dibujado a cada uno de los tres o qué cualidades habéis destacado en la interpretación de cada uno de ellos?
Flor Maldjian: En mi caso me parecía importante incluir en Cristina el papel fundamental que cumple la religión en su vida y su absoluta fe en que ella hace siempre lo correcto (aunque no siempre sea verdad). Desde ahí se permite juzgar a Juan por lo que hace y a Julia por cómo se degrada. Investigando por ahí hay algo que aparece a nivel físico, una rigidez que tiene que ver con cómo ella reprime a los demás, pero también a sí misma. Como pasa habitualmente con las personas muy religiosas, Cristina está llena de contradicciones que todavía estoy investigando. Lo bueno del proceso que estamos llevando a cabo con esta obra es que está en constante evolución, no hay nada fijado… por eso, aunque hay algunas cosas que tengo claras, otras las voy descubriendo en las funciones y los ensayos.
Marta Levenfeld: Para Julia he intentado destacar una personalidad que gira en torno a lo inesperado para con ella y con lo que le rodea. Considero que la dependencia emocional y la desconexión con ella misma son sus rasgos más determinantes en el desarrollo de la obra.
Fabián Castro: Con Juan he trabajado mucho el odio visceral que siente hacia Julia y lo que representa ella a nivel de clase social. También he buscado el hecho de que Juan no sabe hacer lo que quiere aparentar. Es decir, a él le gustaría poder parecer un aristócrata y serlo pero no le sale, no consigue salir de la clase en la que ha nacido porque no puede. Y esos contrastes me parecían muy interesantes de poner en juego. También buscando mucho el qué le puede dejar ver a Julia y qué no. En muchos momentos el texto de Juan va por un lado pero sus intenciones por otras, y lo que está haciendo es muy peligroso así que debe medir constantemente cual es el siguiente paso a dar.
¿Qué busca Julia en Juan?
Marta Levenfeld: Para Julia, Juan es el fuego al que nunca le han dejado acercarse. Se puede ver como un acto de rebeldía y capricho, pero más profundamente lo enfoco a que sobre Juan siente un poder que le acaban de arrebatar de una forma dolorosísima para ella. Busca recuperar ese orgullo poniendo a prueba de una forma infantil a una persona por debajo de su categoría social. Más adelante, necesitará que sea Juan quien decida su futuro, ya que no ha sido capaz de tomar ni una decisión por ella misma que no estuviese ligada a los deseos o a la personalidad adquirida de sus progenitores.
¿Y qué busca Juan en Julia?
Fabián Castro: Julia es una oportunidad. Una oportunidad en todos los sentidos, no sólo para cumplir sus aspiraciones, sinó también poder tomarse la venganza social que necesita, por todas las humillaciones y frustraciones que ha sufrido por el mero hecho de estar en un escalón social bajo. Él aprovecha la fragilidad de una joven aristócrata para intentar salir del lodo en el que se siente, para intentar trepar socialmente y conseguir ser lo que siempre ha querido ser. Sin embargo también aprovecha la situación para hundir a Julia, para hacer de ella su esclava, para sentir ese poder que nunca ha tenido y que siempre han ejercido sobre él.
¿Y cuál es el papel de Cristina en toda la trama?
Flor Maldjian: Cristina es un ecualizador. Es el personaje que les recuerda constantemente a los otros dos que se están saliendo de su sitio, que lo que están haciendo no está bien. Pone en evidencia a Juan como un criado con pajaritos en la cabeza y a Julia como una niña caprichosa, aunque sienta rivalidad con ella. No son lo mismo, no están a la misma altura, sería como comparar un pájaro con una hormiga y por lo tanto, lo que hacen no tiene ningún sentido ni les va a llevar a ningún sitio. Yo me imagino que cuando Juan mira a Cristina ve esa vida de criado que no quiere tener, ese destino que no le interesa para nada porque está demasiado ocupado planeando su gran futuro. Ella le recuerda que no pertenece a ese mundo al que aspira y creo que por eso hay tanta tensión entre ellos. Se necesitan pero les cabrea necesitarse.
Que la obra tenga lugar la noche de San Juan ¿es algo revelador de la trama?
Víctor Heranz: Por supuesto. Como todo buen autor, Strindberg coloca la escena en un día señalado. La noche más corta del año, la noche mágica, la noche donde todo puede ser. El calor es tan importante en esta obra como el odio que se tienen ambos personajes.
Marta Levenfeld: Para Julia, Juan es el fuego al que nunca le han dejado acercarse. Se puede ver como un acto de rebeldía y capricho, pero más profundamente lo enfoco a que sobre Juan siente un poder que le acaban de arrebatar de una forma dolorosísima para ella. Busca recuperar ese orgullo poniendo a prueba de una forma infantil a una persona por debajo de su categoría social. Más adelante, necesitará que sea Juan quien decida su futuro, ya que no ha sido capaz de tomar ni una decisión por ella misma que no estuviese ligada a los deseos o a la personalidad adquirida de sus progenitores.
Marta, ¿nos puedes hacer un análisis de la personalidad de Julia?, ¿Cuáles son sus pulsiones internas?
Marta Levenfeld: A primera vista, Julia puede verse como una niña caprichosa, orgullosa y rebelde.
Durante su infancia moldearon su personalidad de dos maneras completamente opuestas y enfrentadas entre sí, lo que me lleva a imaginar que si su personalidad es tan imprevisible es porque siempre ha tenido que adaptarse al entorno para sentirse querida o cuidada, porque no es ningún secreto el rechazo constante por el que pasó y que ahora vuelve a visitarla. El sometimiento que impone al resto es una necesidad de recordarse a sí misma que ella puede tener el control y el poder. Quiere romper con las reglas y una parte de ella sabe que hay peligro, pero hay una pulsión interna hacia el “caer” (que tantas veces nombra en la obra), que llega a unos límites muy peligrosos. En esos momentos es cuando se hace evidente su dependencia emocional y la necesidad del otro para dirigir sus actos y elegir su futuro, que no dejará que pase por la humillación y el juicio de los demás.
El padre y la madre de Julia, sin aparecer en escena, condicionan enormemente el desarrollo de la obra. Son dos visiones antagónicas, el patriarcado por un lado y la lucha de la mujer, un protofeminismo por parte de la madre. ¿Julia se mueve entre ambos conceptos, los tiene interiorizados? ¿Hay alguno que pesa más?
Víctor Heranz: Yo no hablaría de protofeminismo ni de patriarcado, sino de dos nociones muy distintas de poder. La madre de Julia quería hacer lo que le viniera en gana, sin tener en cuenta los sentimientos de su marido, y utilizó a su hija como símbolo, como objeto con el que ejemplificar su ideología. Su padre le arrebató dicho objeto y ubicó a Julia en el lugar en el que debería estar según la suya. Y a ninguno de los dos parece que le importara lo más mínimo la criatura que había nacido fruto de su amor, opacado por la lucha de poder. Hablar de protofeminismo sería hablar de empoderamiento colectivo, y la madre de Julia parece que solo se preocupaba por sí misma, por tener el control.
Julia no tiene lo uno ni lo otro. Julia es una silla en la que se han querido sentar muchos al mismo tiempo y ha acabado por romperse. Julia es un ser sin identidad, una venganza personal de sus padres. Lo interesante es como ella, al entregarse a Juan y quitarse la vida, acaba vengándose de ellos. Su única liberación, la única manera de luchar contra lo que sus padres querían, es dejar de existir.
Marta Levenfeld: El odio que su madre le enseñó a tener hacia los hombres es la base sobre la que se crió. Considero que tras el ver cómo acabó su madre terminó de interiorizar la idea de jamás ser la esclava de ninguno. Considero también que ver hasta qué límite llegó su padre y su familia por la forma que su madre tenía de hacer las cosas, creó en ella la necesidad de adaptarse a las ideas más ‘correctas’ que su padre podía tener para la época y para prosperar como familia. Julia lucha entre la interiorización de la personalidad de su madre y el bloqueo que intenta imponerse desde que descubrió la verdad de su familia. Se mueve entre la rebeldía y la culpa, el odio y la necesidad de ser amada, entre la dependencia y el ansia de libertad.
¿Julia lucha contra esa sumisión inculcada a las mujeres?
Víctor Heranz: Desde mi punto de vista, Julia no pretende dejar de ser sumisa de cara a los hombres, sino todo lo contrario. Julia quiere que la dominen, y domina buscando a un hombre que le plante cara. No tiene que ver tanto con conceptos contemporáneos del feminismo sino con la deshumanización a la que fue sometida por parte de sus padres.
Marta Levenfeld: Podríamos decir que sí: ella nunca ha dejado que ningún hombre tenga poder sobre ella, pero la manera que ha aprendido para protegerse ha sido la denigración hacia el otro desde su orgullo. Ella también se revela contra su padre por el dolor que siente, pero la culpa la acompaña el resto de la obra por la dependencia que tiene de la validación y del cuidado del otro.
También la culpa es un aspecto importante que se trata en la obra, es como una orden que se instaura en el cerebro de cada niña que nace. ¿Las mujeres seguís sintiendo ese peso encima?
Marta Levenfeld: Sí. Siento que por nacer mujeres ya tenemos la responsabilidad de demostrar que somos válidas para la sociedad (evidentemente bajo la mirada del patriarcado). La vergüenza y el asco hacia no tener un cuerpo socialmente válido, la menstruación, el sexo… Hemos llegado a un punto en el que incluso asusta contar un abuso de cualquier tipo por si “ella se lo estaba buscando”. Lo que a nosotras se nos ha impuesto desde fuera acabamos convirtiéndolo en la mayoría de los casos en un pensamiento propio que cuesta mucho deconstruir y por lo que hay que mantenerse apoyadas las unas en las otras.
Flor Maldjian: Uno de los elementos que para mí ha sido esencial probar con Cristina es el tema de la culpa. Necesita tanto de Dios, necesita tanto ir a la iglesia y volver limpia de pecado porque siente culpa constantemente. Y una gran parte de esa culpa viene de haberse entregado a Juan sin estar casados. Siente que de eso no puede limpiarse, eso ya está hecho. Y creo que es interesante plantearlo así porque es un peso que las mujeres seguimos sintiendo, la culpa en torno a ser libres en nuestra sexualidad, tanto si queremos «demasiado» sexo y lo expresamos, como si no nos apetece. Y se da esta famosa dualidad entre la puta y la frígida, que además es coitocentrista y quita el foco completamente de nuestro propio placer. Sentimos culpa por desear, culpa por no querer complacer al otro, y luego culpa con nosotras misma por saltarnos lo que necesitamos.
Y me parece que aquí se ve la diferencia entre Cristina y Julia también, porque Cristina no se permite el placer (o se lo permite muy poco, yo me imagino que se come siempre los mejores trozos de carne de la cocina sin que nadie se entere y los saborea con gusto) y en cambio Julia sí. Por sus motivos, a su manera y porque pertenece a la clase que pertenece, pero va más relajada por la vida y disfruta más.
¿Se puede considerar a Julia como una mujer feminista o que lucha contra las imposiciones de su sexo?
Víctor Heranz: Desde una visión muy general, claro, por supuesto, Julia no es un cliché, pero tampoco lo son Cristina o Juan. Strindberg no está pretendiendo escribir un panfleto sobre nada. Si le damos una lectura solo de empoderamiento o solo de misoginia, el texto se queda en un drama descafeinado. Lo interesante de los personajes del sueco es que son fanáticos de sus propias pasiones y todo están o locos o al borde de la locura. Siempre tengo la sensación de que sus personajes están escritos del revés, como si lo que hicieran y dijeran fuera lo que todos los seres humanos intentamos esconder para poder vivir en paz. Pretender que Julia sea feminista o quedarse solo con que trata a los hombres como ella quiere es no querer ver que, en la segunda mitad de la obra, Juan consigue hacer con ella lo que quiere.
Desde la perspectiva de hoy, ¿qué aspectos están más de actualidad en Señorita Julia?
Víctor Heranz: La supeditación a una fuerza superior a la que queremos aspirar pero bajo cuyo yugo nos encontramos cómodos me parece un tema de mucha actualidad. Odiamos a nuestros políticos, pero ninguno de nosotros tomaría jamás la decisión de gobernar, porque queremos ser gobernados, aunque nos reviente.
Y, por otro lado, me interesa especialmente el tema de la deshumanización. Una de las razones que me hizo lanzarme a la aventura de explorar esta obra fue observar cómo muchos amigos buscaban ser deshumanizados a través del sexo. Esta liberación sexual de los últimos sesenta años parece haber amplificado las relaciones de poder. Me entrego a ti para que me sometas. Te someto y cuánto más sumiso estés más excitación me crea. Ver a un ser humano despojado de toda humanidad como es Julia al final de la obra, me hace reflexionar sobre cómo podemos ver más al otro como una persona y no cómo un lugar donde ejercer poder.
Se analiza el texto original a partir de un estilo marcadamente darwinista, usando conceptos como la supervivencia del más apto. ¿Lo veis así?
Víctor Heranz: Es cierto que hay un halo de darwinismo que sobrevuela el texto, y me interesa sobre todo a la hora del diseño del espacio. Hay un reto tremendo en Señorita Julia y es como crear una cocina que pueda acabar convirtiéndose en una jungla, en un campo de batalla donde esa supervivencia esté en juego. Pero siempre he creído que, más que la vida, lo que está en juego es el honor, el lugar, la posición.
Las teorías darwinistas, o el uso que se ha hecho de ellas, son controvertidas en muchos aspectos, por racistas, supremacistas, machistas, etc… ¿Creéis que estamos en un momento de resurgimiento del determinismo biológico por el auge del neoliberalismo? ¿Lo veis peligroso?
Víctor Heranz: Por supuesto. Y, de nuevo, aparece la deshumanización: dejamos de ver a la persona que tenemos delante para ver solo las características que nos interesan dentro de nuestra lucha de poder. Las mujeres son mujeres por una serie de características biológicas impuestas, hay huérfanos en España que no se merecen una vida digna por haber perdido a sus padres en una patera… Yo no creo que debamos escribir, dirigir o actuar obras donde queramos mandar un mensaje, sino que debemos mostrar la realidad, asumiendo que jamás seremos objetivos pero que podemos arrojar luz sobre asuntos concretos. Está en toda la historia del teatro: Edipo Rey, Hamlet, Comedia sin título, Ángeles en América, El jardín de los cerezos… Cuando los que deben ocuparse de la vida se olvidan de sus obligaciones, solo puede haber muerte, leyes injustas y destrucción.
Flor Maldjian: Creo que en cierto sentido sí, y de hecho el ejemplo más claro se vivió en el auge de la pandemia en las Residencias de Ancianos, con la orden que se dio desde la Comunidad de Madrid de no derivarles a los hospitales. Pero es curioso también porque por un lado estamos tendiendo hacia ese individualismo neoliberal, pero luego somos una sociedad profundamente interdependiente y que valora muchísimo los cuidados. En España especialmente es como que la figura de la madre que te cuida, que te da tuppers y que tiene caldo en la nevera, como diría Rigoberta Bandini, es veneradísima y no puede ser que con esos cimientos estemos inmersos en esta cosa de que se joda el más débil.
A mí me preocupa en la medida en que hay figuras con mucho peso social y mediático, y con mucha influencia que degradan lo público, degradan el hecho de pagar impuestos, etc. Y hacen creer a buena parte de la sociedad, y especialmente a gente muy joven, que esas cosas no son necesarias y que ellos por sí mismos, con esfuerzo y meritocracia, lograrán sus sueños, que lo harán solos. Y mira, no, es que no somos náufragos en una isla desierta, es que vivimos en una sociedad y tenemos que sostenernos entre nosotros porque aunque no nos guste pensar en ello, también somos vulnerables.
Creo que hay un movimiento de personas que se resisten a esta idea del sálvese quien pueda, y creo que el teatro es un gran ejemplo de esto porque es un esfuerzo colectivo. Aquí nada sale ni funciona si uno va solo; de hecho trabajar solo y no ver al otro es un problema a nivel actoral, hace que se caiga la energía, que dejen de pasar cosas en escena. Y a todos los niveles es un esfuerzo conjunto que además se sublima también en la relación con el público. Es un encuentro y es importante encontrarse en estos tiempos.
Nena Teatro es vuestra compañía. ¿De dónde nace el impulso de crear este proyecto?
Marta Levenfeld: Nos juntamos un grupo de artistas jóvenes con curiosidad creativa y con muchas ganas de sacar adelante nuevos proyectos modernos, pero siempre respetando la esencia de la obra en sí misma. Strindberg tiene unos personajes tan llenos de locura que no pudimos resistirnos a tirarnos a ello y arriesgar. Y con esto decidimos empezar la compañía. Entre personas que os apetece trabajar juntas, explorar y crear.
¿Quiénes lo formáis?
Fabián Castro: Empezó con Marta y conmigo, se formó cuando Víctor se unió al proyecto, y se completó al incorporar a Flor y a Marta Goyoaga al equipo.
¿Qué tipo de teatro os interesa como compañía?
Marta Levenfeld: Un teatro con el que, aun pudiendo ser clásico, podamos conectar sin cambiar lo que el autor quiso poner de sí mismo en su obra. Temas que nos acompañan y que arrastramos desde hace siglos puestos sobre un escenario del siglo XXI.
Fabián Castro: Por el momento estamos estudiando cómo traer clásicos a escena desde un punto de vista moderno y joven. Sin embargo no nos cerramos puertas a poder seguir explorando todo tipo de textos que nos inspiren y nos apetezca trabajar.
Por último, ¿qué queréis provocar en el público que vaya a veros a Nueve Norte?
Marta Levenfeld: Entre otras cosas, que una obra clásica puede verse desde un punto de vista moderno sin cambiar casi el texto, ni mucho menos la historia en sí misma. Conectar con el razonamiento de que si esta historia es creíble es porque sigue pasando de una forma o de otra. Crear un “¿cómo es posible?” en el espectador.
Flor Maldjian: Yo quiero contar esta historia y quiero contarla porque habla de la lucha de clases pero también de la soledad, de la culpa, de la represión y la locura. Y todos tenemos un poco de esto dentro, o lo hemos sentido. Que se remueva, que podamos reflexionar sobre ello, que el público empatice con todos los personajes, que podamos acercar sus realidades a la gente que nos mira desde el año 2021. Porque quizás a día de hoy no haya una señorita que se suicide por haberse acostado con el criado, pero sí hay muchas chicas jóvenes que son en función del otro y que no saben quiénes soy si no tienen a alguien a su lado. También hay una ambición y egoísmo desmedidos a nivel social, y desde luego hay mucha tradición judeocristiana de la culpa y la represión que ha hecho y sigue haciendo mucho daño. Los temas están a la orden del día y si el público se siente interpelado o puede reflexionar sobre ello, para mí significaría que estamos haciendo un buen trabajo.
Víctor Heranz: A mí me gustaría que, cuando se tomen una cerveza al salir, escuchen a su acompañante y se noten algo más abiertos a ver al otro como un ser humano, que observaran más qué poder ejerzo o qué poder quiero que ejerzan en mí. En definitiva, que se hagan preguntas. No me gusta dar respuestas con el arte, no le encuentro mucho sentido al adoctrinamiento.