Por Celso Giménez (La Tristura)
Inauguramos una serie de entrevistas, o diálogos, entre Celso Giménez, de La Tristura, y variadas gentes de las artes escénicas, sin la espada de Damocles de la actualidad encima. Empezamos con Pablo Gisbert, una de las dos patas de la compañía El conde de Torrefiel (la otra es Tanya Beyeler).
«Todo el mundo quiere cambiar el mundo, aunque la gente tenga vergüenza de admitirlo»
Cuando imaginé este formato de diálogos enseguida me acordé de ti y me pareció que sería un buen primer capítulo. Pero me di cuenta de que justamente este mes de febrero venís con GUERRILLA a los Teatros del Canal (del 28 de febrero al 2 de marzo). Así que entrevistarte puede ser noticia de actualidad. Pero no pienso hablar de eso específicamente, no es para nada el motivo del diálogo.
Vale, sin problema, dispara.
El año pasado estrenasteis LA PLAZA, vuestra última pieza, en Bruselas. ¿Qué pasó? ¿Sucedió algo extraordinario? ¿Te ha pasado alguna vez que ocupas varias años de tu vida haciendo una obra pensando de alguna manera, aunque no quieras, que puede pasar algo importante, y luego la vida ha seguido exactamente como estaba? ¿Qué sería algo importante, qué querríamos realmente conseguir si escuchamos nuestra parte más ambiciosa?
Estrenamos LA PLAZA en un festival muy importante, en un escenario gigantesco donde estrenan las compañías que a mí me interesan y después del estreno tuvimos que pinchar en el opening del nuevo museo Pompidou. Mucha gente, mucha presión, mucha cosa. Después de todo, la sensación, como siempre, fue de tristeza. Siempre es así. Ya me lo conozco. Todo sabe a poco. Es muchisísimo esfuerzo depositado en una obra de teatro: horas de investigación, de experimentación, de escritura. Y no existe ninguna recompensa suficiente a esto.
Tampoco sé hacerlo de otra manera. Por supuesto el dinero nunca es una recompensa suficiente. Porque lo que se buscaba en un principio era cambiarlo todo. Todo el mundo quiere cambiar el mundo, aunque nadie lo diga, aunque la gente tenga vergüenza de admitirlo. No me imagino un punto de inicio más contundente que ese a la hora de empezar a pensar una pieza. Si no quieres cambiar algo, lo que quieres es ganar dinero. No me imagino a Cristiano Ronaldo de joven soñando con jugar en tercera división. No me imagino a Rosalía queriendo solo grabar unos temitas para sus amigos. No me imagino a Angélica escribiendo para dejarlo en un cajón. Estos tres luchan contra ellos mismos. Van solos.
Después de la noche del estreno dejé de fumar radicalmente y pensé en ser padre otra vez, necesitaba restaurar el desequilibrio que había dejado tanto esfuerzo. Siempre siento que, la obra que estoy haciendo, es la última creación que voy a hacer; por eso es inevitable tanto desgaste, mi pelo encanecido me lo recuerda.
Ya, entiendo. A mí me pasa lo mismo. No lo puedo evitar, y me pasa con fuerza. Pero desconfío de esta sensación. ¿Es un complejo de Cristo del hombre blanco privilegiado de mediana edad? (Que también es algo de lo que Angélica habla mucho). El otro día Emilio Rivas en su obra nueva en el Matadero decía prácticamente lo mismo. Que su verdadera misión, única y secreta, era «Conquistar el mundo. Para luego cambiarlo».
Me pregunto por qué, entonces, no nos hemos unido ya realmente para tener la fuerza que nunca tendremos por separado.
Porque también está la sensación de que nos hemos confundido, que hemos sobreestimado nuestro poder y el del teatro. ¿Tú también piensas todavía, simpática e ingenuamente, que tendremos otra profesión más adelante en la que nuestra capacidad de acción sobre lo que es la vida, la nuestra y la de nuestro entorno, será mucho mayor?
Quizás ese «Van solos» del que hablas con Cristiano Ronaldo o Rosalía, aunque yo también lo romantizo muchas veces, es el resultado de un sistema afectivo capitalista que tenemos tan adentro que impide a los seres que se consideran inteligentes y que son ambiciosos, pensarse de otro modo. Y acabamos solos, infelices, pero con delirios de grandeza. Hay planes peores, es verdad. Tú al menos con esa segunda criatura estarás mejor acompañado.
Dejé de pensar que tendría otra profesión en un futuro porque creo que me estaba engañando; aunque es verdad que nuestro trabajo de creación de realidades también podría estar enfocado en otra parte; la creación de realidades también es lo que hacen los religiosos, la política, la publicidad, las modas. Cuando era niño, un cura me dijo dos veces que podría presentarme al seminario para ser sacerdote. También antes de empezar con El Conde de Torrefiel estuve a punto, por nada, de dedicarme a la publicidad, y sin estudiar publicidad, porque un amigo que ahora trabaja de publicista y es rico, no paraba de decirme que me haría rico. También durante años estuve “promisqueando” en todos los posicionamientos izquierdosos, pero en todos observé cosas raras. Y por ahora, artista, aunque también hace meses dejé de llamarme artista y solo trabajador. Me di cuenta enseguida de que los artistas que me interesan son o ricos o locos. Y yo no soy ni una cosa ni la otra. Porque estos artistas, o bien por ricos o bien por locos, trabajan desde la ingenuidad, desde la soberbia, desde la impudencia. Y consiguen cosas muy grandes. Yo tengo que trabajar mucho para llegar a algo que me guste.
Pero como tú dices, el sistema actual no es una imposición que llega de la nada, es la victoria de otros valores que están ya en nuestra mente o donde sea, pero están tan adentro que parecen exóticos, pero no lo son. Amar y matar, son actos igual de humanos.
Recuerdo que cuando te conocí, alrededor de los 19 años, decías que ibas a ser músico y que lo del teatrito lo harías «de vez en cuando», «ya si eso». Y a mí me daba una rabia terrible, porque sentía que habíamos encontrado algo juntos y no quería sentirme solo, ni que fueses hereje antes de que hubiese una religión. Pero has disparado a varios lugares y no me dará tiempo a recoger todas las balas, así que déjame que vuelva al inicio. Siendo quien eres ahora y con lo que crees que es el mundo, es decir, dentro de un marco medianamente posible, ponte ambicioso, cuéntame por favor, qué querrías que pasara en el próximo estreno absoluto de El Conde de Torrefiel. ¿Qué te haría feliz?, ¿qué satisfacería tu deseo? Hay barra libre.
Antes de empezar a escribir esta respuesta he estado mucho tiempo pensando la respuesta, pensado qué escribir sin que sea algo vacío o algo falso y grandilocuente. Puedo decir que pensar sobre las consecuencias de un estreno nunca lo he hecho, sólo pienso en por qué hacer un estreno, quiero decir, las causas para hacerlo. Y en estas causas, en estas provocaciones, en estos arranques que unen el tiempo con lo humano, lo laboral y lo estético para hacer una pieza, ahí está la vida, porqué es ahí donde suceden muchas cosas, por el bullicio de las emociones humanas en muy poco tiempo. Después, el estreno, su reacción es incontrolable, y me pone triste, como he dicho antes. Pero intentando entender lo que me preguntas, podría decir que nunca tú y yo hemos hablado en términos de montar un Shakespeare, un Brecht o un Lorca. Sino todo lo contrario, montar un lío. Lo que hacemos nosotros es mejor que hacer teatro, hacemos lo que nos da la gana. Y eso no se estudia. Además qué curioso es dedicarse a crear teatro todo este tiempo porque solamente dos o tres obras de teatro te han interesado en realidad, y por esas dos o tres obras que te han interesado tantísimo, una persona es capaz de dedicarle la vida entera. Creo que eso le ha pasado a más gente. Por eso siempre digo que las grandes inspiraciones vienen de mis amigos más que cualquier otro artista europeo, que no puedo conocer personalmente. Hay una frase de Rosalía que dice algo así como: “quiero llegar hasta el final con mis capacidades intelectuales y físicas.” Y esa idea me gusta, y no tiene que ver, en su caso, con el final de un esfuerzo en forma de disco. Parece que Rosalía es protagonista en esta conversación, cuando yo todavía no sé si es la nueva Camarón o la nueva Chambao. No ho tinc clar.
Sí, es verdad que la pregunta era un poco complicada para responderla de verdad. Nunca se piensa mucho en las consecuencias, si no en las causas, ese motor loco que te empuja hacia adelante. Para terminar, estaba pensando en una de las cosas que tengo en la cabeza últimamente, que también está de alguna manera en las últimas piezas de La tristura. Es la idea de si lo harías todo igual si pudieras volver a empezar. Más que la idea en sí, me interesa cómo cada uno enfrenta esa cuestión, desde dónde responde. ¿Si pudieras volver a nacer lo harías todo igual?
No. Por supuesto. Pero como sé que no voy a volver a nacer, eso me empuja a pensar en sí, por supuesto que sí. Sí que lo cambiaría, pero cambiando en el tiempo que me resta, e intentaré así, no parchear todos los piquetes que he hecho, por ser imposible, sino repensar, afectando el futuro, qué ha pasado.
Genial, gracias Pablo. Ha sido un placer este breve diálogo. Quizás el primero de muchos, ¡si le gusta a Godot! Échame un mano antes de acabar, ¿cómo titularías esta sección? Dame varios, anda, para que tenga un poco de margen.
• FANS.
• Dime con quien vas.
• No me vuelvo a enamorar.
• Caminata.
• Subiendo el volumen.