Arranca la 68ª edición del Festival Internacional de Teatro Clásico de Mérida, y lo hace presentando una versión del Julio César de Shakespeare firmada por José María Muscari en una producción del Complejo Teatral de Buenos Aires que cuenta con Moria Casán como protagonista. Cambios de género, música trap y estética urbana para señalar la falta de escrúpulos de la clase política.

 

¡Una perra sorprendente!

 

 

Por José Antonio Alba

Foto de portada cortesía del Festival Internacional de Teatro Clásico de Mérida.

 

Después de este tiempo de incertidumbres y miedos, el Festival Internacional de Teatro Clásico de Mérida, bajo la dirección de Jesús Cimarro, ha querido abrir su 68 edición directamente con fuegos artificiales. Tanto se le ha criticado que dónde andaba la parte “internacional” de esta cita teatral que directamente ha querido dar pistoletazo de salida con el Julio César de Shakespeare en versión del Complejo Teatral de Buenos Aires, dirigido por José María Muscari y protagonizado por una de las divas más icónicas en la Argentina, Moria Casán. Una oportunidad única de poder ser testigos de esta producción en nuestro país.

No, no busquen el clásico firmado por Shakespeare, ni está ni se le espera -si van con esa idea, puede que sus pretensiones acaben arruinándole la experiencia-. Este Julio César utiliza el título y la trama para directamente dar un volantazo y cambiarnos el rumbo hacia una experiencia entre lo ‘queer’, la ‘rave’ y la crítica política. La historia de Julio César está ahí, traída a nuestros tiempos y, la verdad, ha cambiado tan poquito la calaña política que nos gobierna, que la trama encaja a la perfección en el s. XXI.

 

 

Muscari ha decidido que, ya que van a darle una vuelta al clásico shakesperiano, mejor dársela completa, jugando incluso a cambiar los géneros de los personajes y entonar un ‘¡fuck gender roles!’ bien alto, que acentúa, subraya y remarca los comportamientos masculinos y femeninos  -“hombres con ovarios y sus mujeres de pelos duros en el pecho”- exagerándolos a la enésima potencia, caricaturizando comportamientos y personajes que, de tan pasados de vueltas, acabamos reconociendo, gracias al trabajo de un elenco entregado y juguetón, donde además de un Julio César interpretado por la propia Moria Casán, encontramos a Marita Ballesteros, Alejandra Radano, Malena Solda, Mario Alarcón, Mariano Torre, Mirta Wons, Vivian El Jaber, Fabiana García Lago y Payuca.

La puesta en escena es un gran exceso lleno de luces, pantallas vomitando imágenes del elenco, a modo de oráculo que nos devuelve otra cara de lo que acontece en escena, y ritmos pegadizos y atronadores, donde Nathy Peluso es la reina absoluta, casi una diosa que guía con sus ritmos, a modo de transiciones, el destino de los personajes. El senado y las túnicas clásicas quedan a un lado para jugar con una estética más urbana, de colores flúor, dorados y zapatillas deportivas, donde imperan las redes sociales, el ‘trolleo’ y la música trap, haciendo de esta corte de políticos una suerte de clan mafioso y barriobajero venido a más, justo lo que hace que se devoren entre ellos y se desate su fatídico desenlace.

 

Moria Casán presenta un <i>Julio César</i> queer y 'trapero' en Madrid
Elenco al completo de Julio César, protagonizado por Moria Casán.

 

Es cierto que la producción utiliza un estilo y un lenguaje escénicos que quizá no lleguen a calar tanto en España como en Argentina, donde este Julio César ha sido un exitazo -recordemos que Moria es ‘la one’-; y mira que la compañía ha hecho una adaptación de referencias muy de agradecer, utilizando ese sarcasmo que no da puntada sin hilo con el imaginario nacional y local, pero ese humor ‘trash’, de chascarrillo rápido, que se recrea adrede en lo chabacano, pilló al público del estreno en Mérida con el paso cambiado y no terminó de encontrarle el punto al tono de esta tragedia-vodevilesca. Quizá su mensaje de denuncia de corrupción, deslealtad y doble moral de la clase política, bueno y la de la propia sociedad -al final, tenemos los políticos que nos merecemos, ¿no?-, acabe siendo eclipsado por el “más es más” de su puesta en escena. Pero también está en nosotros el saber que estos fuegos artificiales son intencionados, así se nos presenta todo en la tele, en las redes, en la vida, ¿y no sé supone que el teatro es un reflejo de la vida? ¡Pues ahí lo tienen! Bombardeo de estímulos para transmitir un mensaje de feminismo, diversidad y política, que nunca está de más.

Podría decirse que este Julio César es un poco como el Aperol que toman sus personajes, o lo pruebas y te engancha o te deja con un regusto raro en la boca que no terminas de disfrutar. Yo me lo bebí divertido y con ganas de darlo todo con la Peluso. Enfurruñarse e instalarse en lo purista es perdérselo.

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