“Este drama lírico popular, en realidad se trata de una ópera, pero yo le llamo así porque no me gusta la palabra ópera. Lo de popular quiere decir proletario, no folclórico. Es un sainete madrileño cantado. No tiene ni coro ni ballet, todo es magro, sin relleno espectacular. Mi labor en esta obra supone once años de trabajo con ilusiones y desalientos, y un esfuerzo constante. Durante ese tiempo compuse otras cosas, pero Juan José fue mi obsesión”. Así hablaba el maestro Pablo Sorozábal de este proyecto que terminó en 1968, pero que no pudo ver sobre los escenarios, ya que no fue hasta 2016 cuando, por fin, se estrenó con una producción del Teatro de la Zarzuela, la misma con la que ahora podremos volver a deleitarnos. Como entonces, José Carlos Plaza se encarga de la dirección de escena y Miguel Ángel Gómez Martínez de la dirección musical.
«Los personajes son seres humanos muy primarios -explica Plaza-. Sin sofisticación. Burdos, ásperos, y sobre todo, sin ninguna cultura o educación. Como les han impedido el acceso al conocimiento son incapaces de discernir o reflexionar sobre lo que les pasa y sus causas, y eso les ha convertido en bestias. Como los animales sólo sienten sensaciones primarias: dolor, hambre, frío, enfermedades, agresividad, odio… Los conceptos «moral» o «ética» han dejado de tener sentido alguno.
No es un melodrama. Es una denuncia política: Si los poderes sociales dividen en clases a la gente y dejan al individuo abandonado a su suerte, sin posibilidades espirituales o materiales, este se convierte en un animal rastrero que luchará hasta la muerte y utilizará cualquier medio a su alcance para sobrevivir. Todos los personajes están pervertidos por la situación de marginación en la que malviven. Son animales que deambulan en una charca de aguas fecales. Saben que no hay salida, pero no se dan cuenta y son capaces de pisar a los demás en el intento desesperado de poder seguir viviendo».
DRAMA Y VIOLENCIA
La historia, que cuenta con un libreto basado en la obra de Joaquín Dicenta, transcurre en los barrios bajos de Madrid, el de tabernas y personajes marginales que ya afloraron tres décadas antes en Adiós a la bohemia, del propio Sorozábal. Ambas resultan claras transmisoras de un profundo pesimismo vital, lejos de cualquier romanticismo popular y próximas a un naturalismo sencillo. El protagonista es Juan José, al que su madre, una prostituta, abandonó en la calle y fue acogido por una mendiga que le utilizaba para pedir limosna. Cuando Juan José crece, conoce a Rosa, una mujer “de libres costumbres y equívoca conducta” de la que se enamora y por la que comete un robo que le lleva a prisión. Al salir, Rosa ya vive con otro hombre y, al enterarse, asesina a ambos y es condenado a muerte.
En Juan José se percibe un lenguaje musical moderno; la partitura resulta personal, densa, nada fácil, fieramente contemporánea. Un discurso teatral continuo donde el compositor da una vuelta de tuerca a su música y al género.
EN EL NÚCLEO DE LA MISERIA
En esta producción, el director de escena José Carlos Plaza, muy de acuerdo con la historia que concibió Dicenta y recogió Sorozábal muchas décadas después, nos sumerge en el núcleo mismo de la miseria y el analfabetismo.
El montaje cuenta con dos repartos de voces que el público aficionado siempre quiere escuchar, algunas de las cuales triunfan en los teatros más reconocidos del mundo. Así, los papeles principales estarán interpretados por los barítonos Juan Jesús Rodríguez y Luis Cansino, las sopranos Saioa Hernández y Carmen Solís, o Vanessa Goikoetxea y Alba Chantar, las mezzosopranos María Luisa Corbacho y Belem Rodríguez Mora, el tenor Alejandro del Cerro, el bajo Simón Orfila o el también tenor Francesco Pio Galasso, entre otros.
A través de los elementos siniestros que conforman el decorado de Paco Leal, iluminado por él mismo, se combinan la realidad y el sueño en un mismo espacio, de tal manera que a la postre todo resulta violento y grotesco. Y ahí, en lo más profundo de lo que somos, aparecen las bestias en las que llegamos a transformarnos. Esta oscuridad a la que todos estamos expuestos y que Plaza nos revela, es pues, y aunque nos pese, un retrato vivo de la realidad. Un entorno “desgraciadamente no muy lejano”.
Para conseguir este efecto sórdido y lúgubre necesario para la credibilidad de puesta en escena, es también crucial el trabajo que Pedro Moreno realiza con el vestuario —para cuya confección y acabado ha contado con la colaboración de varios talleres especializados—, las pinturas desasosegadoras de Enrique Marty que forman parte misma de la escena, y el muy estudiado movimiento escénico trazado por Denise Perdikidis, que llenan la escena de una realidad asfixiante. La dirección de la reposición corre a cargo de Jorge Torres, brillante colaborador habitual de Plaza. Al reparto principal se unirán asimismo un cuerpo de baile de ocho bailarines y ocho actores figurantes.
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