“A Mihura le sienta muy bien revisitarlo e interpretarlo con actores y puestas en escena de hoy en día”
Da igual si los rumores vienen de los habitantes de un pueblo o de las redes sociales, sus consecuencias son impredecibles y pocas veces tienen un resultado positivo. Esto ya lo puso de manifiesto Miguel Mihura, a través de la comedia regada de absurdo, seña de identidad del dramaturgo, con La bella Dorotea.
La directora Amelia Ochandiano se pone al frente de esta producción que ahora podemos ver en el Teatro Español -hasta el 1 de mayo- para jugar con el humor, la poesía y la melancolía típicas del teatro de Mihura donde Manuela Velasco da vida a esta heroína que debe enfrentarse a los giros y las secuelas a consecuencia de las habladurías de todo un pueblo.
¿Cuánto puede afectarnos el chismorreo?
Foto de portada: José Alberto Puertas
Con el estreno de La bella Dorotea se cumplen 20 años de tu estreno como directora.
Si, así es. ¡No lo había pensado! Pero sí, así es. También es verdad que digo que mi bautizo fue con La Gaviota, pero no es verdad. Si es mi primera dirección en solitario profesionalmente, pero anteriormente ya había dirigido estando en el Teatro de la Danza dos programas dobles, uno sobre los títeres de cachiporra de Lorca y otro de Ionesco que dirigimos Luis Olmos y yo. Pero sola sí, fue en el 2002.
¿Qué le lleva a una bailarina y actriz a meterse en el terreno de la dirección?
Primero comencé como bailarina, pero vi Diario de un loco, espectáculo de los inicios del Teatro de la Danza, y me di cuenta que esa mezcla entre texto y danza era lo que me interesaba. Al comenzar en una compañía independiente, los límites de los cometidos de cada uno se van difuminando, haces de todo, eres actriz, bailarina, coses telones, conduces la furgoneta, montas la escenografía, cargas los focos… Y me empezó a interesar la dirección. Comencé a ser ayudante de Antonio Llopis, en la primera compañía que estuve que se formó con los alumnos de la escuela. Luego, por mi forma de ser, por la necesidad de controlar el producto, di el paso… y porque me siento más cómoda; si la dirección me estresa, la actuación lo hace todavía más. (Risas) Fue de una forma natural, aunque no descarto para nada volver a hacer cosas como actriz.
¿Qué fue del Teatro de la Danza?
Estuvimos activos hasta el 2016 que fue el punto álgido de la crisis, ahí dejé de producir. La crisis fue un hachazo, me descapitalizó y me gasté todo lo que tenía. Hace un año he terminado de pagar todos los créditos. Así que a partir de ese momento dejó de estar activa la compañía y empecé a luchar por trabajar contratada. Fue muy duro. Pasamos todas las compañías de cobrar por nuestro trabajo a pagar por trabajar. Pasamos de ir a caché a ir a taquilla y eso significa perder dinero porque de lo que ganabas tenías que quitar “autores”, el IVA… y al final acababas perdiendo dinero. La inercia te hacía seguir pensando que las pérdidas de un bolo las compensabas con las ganancias de otros, pero al final era imposible. Cada vez todo fue más precario. Las producciones tenían que ser bajo mínimos y se sufre mucho al ver cómo se van quitando elementos para abaratar costes.
Habiendo estado en el otro lado, ¿qué le pides a los actores y desde qué lugar los diriges?
Yo creo que, precisamente por ser actriz, de alguna manera intento ayudarles desde el proceso que creo que debe tener el personaje. Lo vivo con ellos, buscando la honestidad, la verdad. Me gusta mantener al equipo unido, entusiasmado, que se exija y que no se bloquee. Los actores trabajan con una materia prima que es muy delicada, ellos mismos. Es lo más difícil, mantener la tensión para que se exijan y no se acomoden porque, de alguna manera, un actor tiende a protegerse buscando un espacio cómodo y a veces no es suficiente.
Imagino que cuando alguien quiere dirigir es porque tiene la necesidad de querer plasmar una mirada particular, ¿cuál es la tuya?
Yo no escribo, no tengo esa necesidad de querer contar. Yo veo un material dramático que me emociona y quiero compartirlo con los demás. Pienso que con ese material puedo hacer algo para comunicar y hacerlo brillar. Parto de eso. No es que yo quiera decir algo, es que yo ahora leo La bella Dorotea y me gusta, me emociona, el conflicto interno, el lenguaje y me tiro a ver si puedo pulirlo, hacerlo brillar y sacarlo adelante.
Este es el segundo Mihura que diriges, el primero fue El caso de la mujer asesinadita. ¿Qué espacio crees que tiene Mihura en el teatro del siglo XXI?
Creo que Mihura es un clásico de nuestro teatro y debería tener una cabida como tienen que tener todos los clásicos en los escenarios, sobre todo en los públicos, de forma habitual; porque le sienta muy bien revisitarlo, pulirlo, peinarlo e interpretarlo con actores y puestas en escena de hoy en día. Trabaja con elementos de la convicción humana y, como pasa con Shakespeare, no deja de escribir desde la época en la que escribe, y no por eso dejamos de representarlo. Es un clásico de nuestro teatro con un humor muy particular, con un absurdo que posee lo poético de lo cotidiano, muy nuestro. Creo que es una corriente de dramaturgia que llega hasta nuestros días porque es Jardiel, Azcona, Berlanga, Cuerda, Almodóvar… es un particular sentido del humor que entronca con lo cotidiano y lo poético, y algunos casos con el esperpento y hay que seguir haciéndolo.
En Francia nadie se plantea por qué sus clásicos están continuamente programados y sus clásicos del siglo XX están en los escenarios obligatoriamente. Pero aquí no, y Mihura es muy nuestro. Por supuesto, yo quiero que haya gente que descubra a Mihura ahora, otra cosa es que les guste o no, que lo entiendan o no, pero es que es nuestro.
Ahora te arrancas con La bella Dorotea, ¿qué te lleva a elegir este texto?
Primero vi que podía hacer una versión contemporánea del texto. Segundo por la construcción dramática y la sorpresa continua. Esa imaginación de Mihura garantiza una puesta en escena y una función sorprendente con una carpintería teatral interesante. Además, el personaje de Dorotea, como mujer, me toca. No es algo que vaya buscando, pero al final acabo haciendo ‘Asesinaditas’, ‘Doroteas’, ‘Casas de muñecas’ o ‘Bernardas’, porque me atraen. Un personaje enfrentado a todo el pueblo, con esa sensación que tiene ella, como otras heroínas de Mihura, que no se sienten merecedoras de ser amadas por sentirse diferentes e inadaptadas. Me parecía muy interesante y contemporáneo y con todos esos ingredientes podía hacer un espectáculo interesante, con un soplo de aire fresco porque tiene esa pátina poética, incluso melancólica. Aunque Mihura siempre es una fiesta y nos lo estamos pasando muy bien.
Dentro de esa diversión, Mihura tiene una gran complejidad a la hora de llevarse a escena.
Sí, es muy divertido, pero a la vez es muy difícil. Es muy difícil dar con el tono, que no te pueda el texto, porque son réplicas muy graciosas que puedes acabar por vaciar de contenido. Es muy exigente para los actores que deben creer en las situaciones que plantea, como lo de pasarte un año y medio vestida con lo mismo. Hay que creerlo y que defenderlo. Plantea situaciones que están un poquito por encima de las que suceden habitualmente en la vida, por eso es algo que llaman absurdo. Pero, en realidad, está hablando de la condición humana.
¿Cuáles son los temas centrales sobre los que ponéis el foco con La bella Dorotea?
Básicamente el señalamiento a una persona por parte de una comunidad. El señalamiento y el hostigamiento al diferente y las consecuencias. Me da igual si es por género, orientación sexual o lo que sea, pero el hostigamiento al diferente, el no cumplir con las normas y el salirte un poco del carril. Antes estaba más enfocado en los chismorreos del pueblo, pero ahora es igual, es Instagram, Facebook, Twitter… es la instigación a una persona que decide hacer las cosas de otra manera y lo que conlleva esto. No es solo el hecho de que te hagan bullying, sino lo que conlleva después, cómo te deja de tocado. Dorotea se queda tocada. Ella siempre va a estar pensando que le va a durar poco lo bueno que tiene.
Dentro de la comedia, Mihura nos dibuja a Dorotea como un animal herido siempre temeroso al que le sorprende que lo que le sucede no es algo malo.
Exacto. Es más, cada cosa que ve, cualquier señal, la ve como algo negativo cuando es al revés, son señales que traen algo precioso. De alguna manera, por inercia, no lo ve. Porque cuando realmente estaba enamorada, se queda sin ello y eso la deja tocada. Esa cosa de animal herido, me interesaba mucho.
¿Cómo crees que recibirá el espectador de 2022 el absurdo, la melancolía, el romanticismo, la crítica y el humor de La Bella Dorotea?
No lo sé, hay veces que pienso: “Qué chulo”; y otras: “Qué churro”. ¡Pasa de chulo a churro, y viceversa, en un momento! (Risas) Yo lo hago para que le encante a la gente partiendo de lo que me gusta a mí, pero ahora estoy en el punto en el que unos días me parece una cosa y otros todo lo contrario. Vivo para esto y me dejo la piel, es un misterio. El teatro tiene eso. El resultado sé que está a un paso de ser muy especial. Creo que aporta y es hora y media de teatro que pasa volando.
¿Cómo valoras el momento actual que están viviendo las Artes Escénicas?
Pasando la crisis como podemos, a todos nos está afectando y el cambio es brutal. Hay una parte que evidentemente ha empeorado. El nivel de las producciones, los presupuestos, la forma de trabajar, teatros públicos incluidos, los cachés van bajando y los que se mantienen lo hacen como hace 10 años. Las condiciones de giras y teatros han pegado un bajón increíble. Lo que pasa que el teatro, como todo, se adapta; y ahora las producciones son de uno, dos o tres actores y con puestas en escena de silla, mesa y proyección. Y salen cosas maravillosas porque el talento está ahí y, con lo que haya, siempre se van a hacer cosas nuevas, pero evidentemente se han perdido condiciones para trabajar, para vivir de esto.
A nivel creativo hay una especie de maremágnum un tanto raro. Hay cosas que veo pretendidamente modernas, pero que a mí me parecen antiguas, que ya se hicieron. Otras, de pronto aparecen textos como Silencio de Mayorga o Mío Cid de Gómez y te sorprendes pensando “¡Ostrás! A la gente le gusta escuchar texto”. Porque a veces parece que el texto desaparece. Hay una especie de río revuelto en el que van apareciendo perlas, pero que está sin definir. Mucho actor, autor, director que de alguna manera lo hacen todo, y para mi está bien, pero no pueden coparlo todo porque en un teatro público también quiero ver programado un Mihura, un Ionesco o un Shakespeare, o los clásicos del siglo XX. Echo de menos producciones de ese tipo en general.