Han pasado casi ocho años desde que dirigiste Incendios de Wajdi Mouawad. ¿Es un autor de cabecera para ti?
Sí, no cabe la menor duda que en estos momentos es uno de los grandes dramaturgos que tenemos a nivel mundial. Es un hombre con una manera muy peculiar de escribir, con un retorno a la tragedia clásica, a traernos los grandes mitos y al mismo tiempo a reflexionar sobre ese territorio tan, tan, tremendo y tan, tan, brutal que es Oriente Medio. Sus historias se materializan no solo de un modo metafórico y poético, que es un poco el estilo que él cultiva, sino también metiendo directamente el dedo en la llaga y reflexionando sobre el ser humano y sobre las circunstancias concretas de esos lugares.
¿Uno de los grandes logros dramatúrgicos de Mouawad es su capacidad para desde situaciones muy concretas, normalmente familiares, plantear temas universales de una forma casi filosófica?
Él es un filósofo, un poeta, un dramaturgo muy atento a las circunstancias del mundo en el que se mueve. No hay que olvidar su procedencia libanesa y que todo lo que afecta a ese territorio le interesa especialmente. Ya no es que trate cuestiones universales, es que aborda temas como quiénes somos, la mirada del otro, el acercamiento al otro, por qué nos creernos diferentes y tiene que existir un control de unos sobre otros… Habla de luchas ancestrales, de cuchillos clavados en las heridas. Desde su mundo particular, desde su historia personal, siempre busca todas las resonancias del conflicto de Oriente Medio que, al final, es el conflicto de la humanidad. Es un autor muy potente y muy, muy complejo. Para un director y para la gente que cree que el teatro es algo más que un mero entretenimiento, es una joya.
Decía un crítico literario cuando se publicó esta obra que montarla era una gran oportunidad para demostrar cuán bueno se es dirigiendo o actuando pero, también, un riesgo para quien asuma esa misión.
Bueno, ¿quién dijo que el teatro era fácil? (risas). Creo que a toda la gente que nos gusta el teatro, que amamos esta profesión y estamos en ella es porque es la manera en la que creemos que podemos ser útiles, son textos como los suyos los que más nos interesan. Son esas historias, ya sea en forma de tragedia, comedia o en cualquier género, que lanzan preguntas y se interrogan con valentía sobre lo que somos como seres humanos y como colectivo las que te obligan a dar lo mejor de ti mismo. La alternativa es un teatro zafio, esquemático, proselitista o puramente de evasión. El de Mouawad es un teatro comprometido de una altísima belleza narrativa. Por supuesto, es complejo y demanda una interpretación fina y sutil, que huya del melodrama y de vaguedades para encontrar la verdadera vibración especial que ha de tener el espectáculo. Pero bueno, para eso estamos, ¿no?
Conseguir esto último, entiendo que requiere contar con un elenco que uno debe saber de antemano que va a poder estar al nivel que se requiere.
Con muchos de los intérpretes de este proyecto llevo tiempo trabajando y son de una solvencia absoluta. Y con los que no había trabajado nunca, por ejemplo, Manuel de Blas, son personas a las que he observado durante años y comprobado su dedicación e inmersión en los montajes. Hemos intentado juntar un grupo de profesionales lo más coherente y sabio posible para realizar un gran trabajo colectivo.
¿Cómo os afectó la baja de Núria Espert?
Fue una pérdida grande, no solo por su categoría como actriz, que es inmensa, aunque ahí no descubro nada, sino también por la cercanía personal y porque es una actriz de que a mí me entusiasma porque trabaja con los demás, que sabe que el teatro es una cosa colectiva. Lo que hicimos al no poder contar con ella fue reordenar las fuerzas. Vicky Peña tuvo que desaprender un personaje -el de la madre- y aprender otro -el de la abuela-. No voy a descubrir yo ahora tampoco la calidad excepcional de Vicky Peña… Y Anabel Moreno, que es una actriz con la que yo he trabajado muchísimas veces y que estaba ejerciendo de ayudante de dirección, entró en el papel de la madre. Estoy muy satisfecho del punto de equilibrio que encontramos a pesar de la ausencia de Nuria.
Es un autor que lleva muchos años cosechando éxitos en nuestra cartelera. ¿Puede ser que sus textos nos resuenen, por nuestra propia historia, de una forma especial?
Hay un tipo de público que ya es conocedor de su trabajo, sabe lo que va a encontrar y le interesa. A esto yo le sumaría el hecho de que Mouawad ha tenido mucha suerte en nuestro país porque la mayoría de montajes que se han hecho de él han sido muy solventes con miradas, compañías e idiomas diferentes, pero siempre con una lucidez y agudeza espléndidas, algo que nosotros también esperamos alcanzar en Todos pájaros. En cuanto a lo que comentas, completamente de acuerdo, y no solamente en nuestra historia, sino en nuestra actualidad. Más allá de los lazos que lo unen con el momento que vive a día de hoy el conflicto árabe israelí, en el que Israel está masacrando todo el territorio, su reflexión es pertinente para la sociedad española actual.
Él escribe Todos pájaros en 2018, pero muchos elementos del contexto en el que sucede la trama están sucediendo hoy.
Todo dramaturgo interesante es algo visionario. Valle-Inclán decía muchas veces “estoy escribiendo el teatro del mañana”. Es la capacidad de aventurarse a imaginar por dónde van a ir las cosas. Mouawad tiene esa cualidad en su constante reflexión sobre las carencias del mundo y las destrucciones tan descomunales a la que nos abocan.
¿Qué diferencias has notado al enfrentar esta obra con tu experiencia al realizar Incendios?
Cada uno tiene una manera de aproximarse a los textos, esto es algo que se ve más desde fuera que desde dentro. En mi caso, siempre intento introducirme en ellos y me dejo llevar por lo que me comunica y lo que creo entender. A partir de ahí, me pongo a su servicio para transmitirlo de la mejor forma posible. Siempre se hace desde una visión muy personal porque cada obra te fascina de una forma diferente.
La historia comienza con un atentado en la frontera de Israel con Jordania que deja a Eitan, un joven judío nacido en Alemania y residente en Nueva York, en coma, y a su pareja, Wahida, americana y de origen árabe, a su cuidado en el hospital. Allí acudirán los padres y los abuelos de Eitan. ¿Qué desencadena el encuentro con Wahida?
Vamos a hacer un recorrido por la experiencia de cada uno, sobre qué supone la pertenencia a una comunidad u otra y el por qué piensan que una es mejor. Hay cosas que no debemos revelar para que el espectador vaya descubriéndolas por sí mismo, pero la base de todo es la reflexión filosófica de lo que significa el enfrentamiento milenario de dos pueblos.
Llama la atención que tanto la abuela como el abuelo tengan una mentalidad más abierta y, sobre todo, sean más conscientes de la necesidad de avanzar que, por ejemplo, la generación posterior.
Es cierto, están casi más cerca de la generación más joven, que también está en ese mismo punto. La obra refleja el conflicto real que están sufriendo estas comunidades y es metáfora de lo que estamos sufriendo en nuestra propia sociedad y en el mundo, donde nos cuesta ver que todos somos iguales y soñar con un cielo común, con un territorio común y con unas pasiones y realidades comunes, porque en el fondo tenemos más similitudes que diferencias.
Wahida vive un despertar respecto a su origen árabe, algo que se va incrementando según va encontrando rechazo en la familia de Etan.
Hace una reflexión, una autocrítica de cómo ha sido su vida banal y cómo ha sido la política vivencial del olvido, cuando esto es lo peor que se puede operar sobre una un individuo y sobre una sociedad. Hay que reencontrarse con los orígenes y las esencias y ser abiertos para saber que no hay ningún destino superior a otro, sino que todos estamos ahí, mezclados y muy cerca. Esto genera también un conflicto coyuntural con Eitan, pero bajo el entendimiento más absoluto de la actitud del otro, ya que su relación está basada en el amor, en la atracción mutua y en el reconocimiento de cada uno. Así que, por mucho que cueste, por mucho dolor que conlleve, cado uno a lo mejor tiene que seguir su camino y se han de reencontrarse, se reencontrarán.
El autor, de manera muy inteligente, nos va introduciendo esas reflexiones enganchándonos con un misterio que va a sobrevolar toda la historia.
Mouawad no es un ensayista, no es un político, es un dramaturgo y utiliza todas las herramientas y los instrumentos que tiene para contarnos una historia que va de lo personal a lo colectivo, llevándonos también por vericuetos y meandros, y conduciéndonos hasta aclarar ciertas cosas que son fundamentales para el desarrollo de la trama.
Un concepto que atraviesa toda esta historia es la transmisión, ¿qué es?
Es algo que cada uno al ver la función va a dilucidar. Es muy importante en toda la obra, ya sea por su afirmación o por su negación, ya sea por agarrarse a ello para llegar a actitudes muy extremas y fundamentalistas o para abrirse desde la experiencia y entender que las cosas tienen que ir por otro lado. Ese es un gran tema, no sólo dentro de la obra sino también en todo el teatro de este autor. Él es un hombre que nace en el Líbano, en pleno conflicto, que emigra a Francia, de ahí a Canadá y que luego vuelve a Francia. Vive en sus carnes todo lo que nos cuenta, se distancia, lo amasa, lo reflexiona y, desde el dolor, el reconocimiento y las ganas de compartirlo, lo devuelve al mundo en forma de maravillosas obras.
Mouawad también es muy crítico con la idea de identidad.
Para él es uno de los aspectos negativos de la transmisión porque es sinónimo de separación. Es algo que se debate mucho durante la función con toda una serie de intervenciones alrededor de las creencias con las que metafóricamente se habla de todos nosotros.
¿El amor puede superar estas barreras milenarias entre los pueblos?
Es una idea muy presente en todo lo que escribe Mouawad. Incluso en los enfrentamientos más radicales y contundentes entre los personajes, se confiesan amor profundo, y dejan entrever que es lo único que puede cambiar todo. Estamos ante una historia de personas que no son villanos, sino seres humanos con sus contradicciones. Mouawad es un hombre que cree en el amor y que tiene esperanza de que algún día las cosas puedan cambiar. Siempre deja una ventana abierta a la reconciliación, al caminar todos juntos y al encontrar, aunque parezca una utopía, un mundo mejor.
¿Cómo estáis resolviendo la puesta en escena siendo una obra con muchos saltos temporales y espaciales?
Este tipo de obras requieren de un mecanismo escénico que huya de lo que es una escenografía convencional y que utilizando pequeños elementos permita centrarlo todo en la dialéctica dramática y la sucesión de situaciones. Hay también unas pantallas donde se verán y se explicarán algunas cosas, pero desde un tratamiento lo más desnudo posible que posibilite la versatilidad poética que necesitamos.
¿Qué esconde este curioso título?
Pienso que es muy evidente que se refiere a que todos somos pájaros, unos y otros, estemos donde estemos, todos iguales… que separarnos no es más que una transmisión errónea. Es una llamada desesperada, desesperante, poética y firme para manifestar que todos somos iguales de alguna manera, con la peculiaridad individual y colectiva que tengamos, pero todos iguales.
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