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Lecciones de vida

Miguel Rellán: “Cuando empecé en el teatro mi única premisa era cambiar el mundo”

A Danny Boodman T.D. Lemon Novecento lo abandonaron al nacer en uno de esos enormes barcos que cruzaban el Océano Atlántico llevando inmigrantes desde Europa hacia América a principios del siglo XX. Un trompetista de jazz que viajaba en ese barco, al que da vida Miguel Rellán, nos narra, a través de sus recuerdos, la extraordinaria historia del que fuera su mejor amigo, Novecento, un hombre que nunca se bajó del barco en el que nació y que acabó por convertirse en el mejor pianista de todos los tiempos…

Raúl Fuertes dirige este montaje en el que Miguel Rellán vuelve a subirse al trasatlántico Virginian para contarnos, con su maestría habitual, esta emocionante historia de amistad, miedo y elecciones vitales escrita por Alessandro Baricco que ahora podemos ver en el OFF Latina.

Cuando un nervioso entrevistador admira a su entrevistado, lo normal es que las preguntas no estén a la altura del momento. Y si el entrevistado es uno de los grandes actores de este país, casi lo mejor es callar y escuchar. Hay toda una vida escénica de la que aprender.

 

MIGUEL RELLÁN Y NOVECENTO

¿Cómo afrontas de nuevo volver a enfrentarte a este monólogo?

Afronto esta obra como siempre, como un reto. Una hora y media yo solo sobre el escenario. Y eso que he debido hacer más de 300 representaciones, pero sigue siendo un enorme reto. Hace un año que no la represento y volver a sacarla a flote otra vez… tiene su miga. Pero por otra parte, pienso en toda la gente que ya ha visto la obra y que les impactó y que no la olvidan. Y mucha gente que se me acerca, que no han visto la obra, y me pregunta si no la voy a hacer de nuevo… así que, como decían los clásicos: “a petición del respetable” se vuelve a repetir Novecento, esta vez en el OFF Latina. Y como me dice la gente de la productora, PTC (Producciones Teatrales Contemporáneas): «querido, esta es una obra que vas a estar haciendo toda tu puñetera vida». Y supongo que así será. Pero cada vez que me subo a hacer este monólogo siento un cierto ‘miedo’. Es algo así como que voy a cruzar las Cataratas del Niágara en un cable suspendido por encima y me caigo. Cuando acaba la función y generalmente la gente aplaude y se pone de pie y está emocionada, por fin respiro… Pero luego, de vuelta en el camerino pienso que mañana otra vez, que mañana sí que puedo caerme. Es esa pelea conmigo mismo en cada función. Pero es maravilloso hacerlo, porque es un hermoso texto.

Novecento es una obra que, sobre todo, habla del miedo. Del miedo a elegir, porque en la vida hay que elegir continuamente. Y cada vez que eliges, te arriesgas, porque pueden pasar dos cosas: ganar o perder. Y el miedo es lo que te hace muchas veces cambiar de pensamiento… y eso lo saben muy bien los de arriba, que te tienen cogido y así no rechistas, porque tienes facturas que pagar. Y es lo que decía el clásico: «No hay nada más peligroso que un hombre que no necesita nada».

 

Entonces ¿sientes que Novecento te acompañará ya a lo largo de toda tu carrera?

Pues me temo que sí. En la medida en que es ‘fácil’ de hacer, a nivel de recursos. No es como otras funciones como por ejemplo El viaje a ninguna parte, que remontarla es muy complicada. Pero aquí soy yo solo y el traje arrugado y se acabó. Así que si el público lo demanda, sí, seguiré haciendo Novecento todo el tiempo que me dejen.

 

MIGUEL RELLÁN Y EL TEATRO

Novecento te traslada a la esencia primigenia del teatro. Un hombre, un traje arrugado y una historia que contar. Y eso lleva a los espectadores a imaginar una maravillosa historia, a vivir una experiencia que no se olvida…

Así es. Y es por todo eso por lo que merece la pena volver a retomar este texto. Para contar algo que interesa al espectador. Yo empecé en esto del teatro con los grupos independientes… y nuestra única premisa era hacer teatro para cambiar el mundo. Así como suena.

En este oficio lo verdaderamente importante es el espectador. Yo ya me sé Novecento, yo ya me he emocionado con el texto y cuando Raúl Fuertes, el director, me ofreció hacer esta obra, yo dije: «yo quiero hacer esto». Pero quiero hacerlo para ver la cara de la gente cuando cuente la historia, no para lucirme yo. Hacerlo para que pase algo, lo mismo que yo quiero como espectador, salir del teatro distinto de como he entrado como persona. Ver algo que me emocione, que me haga pensar…

Una de las maravillas del teatro, que es por lo que precisamente no hay quien pueda con esta disciplina, es que juega con un factor fundamental, que por ejemplo el cine no tiene, y es la imaginación del espectador. El teatro requiere esfuerzo. ¿Y qué tiene el teatro? ¿Por qué el ser humano necesita que le cuenten historias? Pues hay un montón de razones. Pero sobre todo, la ficción sirve para intentar entender mejor la realidad, entender al mundo, entendernos a nosotros, entender a los demás. Entender todo a través de las historias. Los cuentos populares son iguales en las distintas culturas, con sus variaciones, pero al final se crean con el objetivo de educar al ser humano.

El teatro es el arte del futuro. El teatro es una convención. Tú sabes que te van a contar una historia que es mentira. Pero con la potencia de un actor o una actriz sobre el escenario… con eso no hay quién pueda. Eso de tener un ser humano a cinco metros diciendo la verdad… por eso es el arte del futuro y nunca van a acabar con él.

 

¿El teatro es la venganza del actor?

En el teatro eres tú el dueño, es la venganza del actor, efectivamente. Algunos directores nos dicen: «es que en el teatro hacéis lo que os da la gana». Nos ha jodido mayo, en la tele no haces más que cortarme. El teatro es el trabajo puro del actor. En el cine y en la televisión te lo acaban en la moviola… si es que no te lo quitan. Yo he hecho casi un centenar de películas y muchas veces me han quitado secuencias. En una de ellas tocaba el piano. Me costó mucho trabajo prepararla, porque hacía de un pianista ciego y estuve seis meses ahí tocando y ensayando para que al final me lo quiten… ¡vete a la mierda, coño! Sin embargo en el teatro salgo al escenario y ahí no, ahí no me lo podéis quitar. El cine es el trabajo del director. Por eso pone una película de… Pero el teatro no, el teatro es mío.

 

¿Qué tipo de teatro te gusta ver?

Pues como me pasa con la música o las novelas, el teatro bueno. Puede ser una comedia, ópera… todo lo bueno. Voy mucho al teatro. Y no solo aquí en Madrid, voy a otras ciudades a ver obras de teatro, a ver a los amigos y así rescato obras que no he visto y ya de paso ceno con ellos y charlamos y nos reímos… un plan perfecto. Hay cosas muy buenas que ver y no me da la vida. Hay demasiadas cosas y demasiado poco tiempo.

 

¿Cómo ves el teatro en esta ciudad?

Pues depende de cómo lo analice y con quién lo compare. Por un lado pienso que hay una inmensa minoría que va al teatro y que cuando las cosas merecen la pena están llenas. Por otro lado, yo voy con cierta frecuencia a Londres a ver teatro y cada vez que voy vengo desanimado porque el teatro allí es otro mundo, no tiene nada que ver. Como siempre es cuestión de educación, educación y educación. El teatro debería formar parte de la educación integral de los niños. Pero hacerlo, no solamente saber quién era Sófocles o Antígona, que ya es algo que no está nada mal. Pero hay que hacer teatro. Yo era muy tímido,   -mucho más tímido que tú-, y a mí me curó la timidez el escenario. Yo la primera vez que me subí a un escenario actué de espaldas, de la vergüenza que me daba. La segunda vez me puse de perfil y como no me dijeron nada, la tercera ya de frente… y vi que no pasaba nada. A la quinta vez ya me aplaudieron y dije «¡coño! pues no se está tan mal aquí». El teatro ayuda a socializar. Ya desde el primer ensayo se pone de manifiesto lo mejor del ser humano: la tolerancia, la generosidad, la capacidad de sacrificio, cultivas la memoria… es que teníamos que hacerlo por obligación.

Estuve hace poco en el National Theatre de Londres y vi una enésima versión de Amadeus. Y en la otra sala estaban haciendo una versión de Pinocho para niños que más quisiera el presupuesto del CDN de cinco años. Claro, cuidando la cantera. Los niños salían de allí maravillados diciendo: «yo quiero ir al teatro mañana otra vez».

Dos casos que me han pasado también en Londres. Uno, en el hotel donde me alojaba le pregunto al recepcionista por la dirección del teatro al que yo iba a ver lo último de Sam Mendes. Y me dice «on the left, no sé cuanto, a la izquierda», y luego me pregunta, «¿disculpe, está usted interesado en el teatro?». Y yo le digo: «yo soy un actor español»… y compañero, el tipo se me cuadra y me dice: «señor, es un honor, hacía mucho tiempo que no venía un actor a este hotel». Yo salí de allí… Y la segunda es que estaba cenando en un restaurante pequeñito y de repente todo el mundo se calla… acababa de entrar Derek Jacobi (Yo, Claudio) y la gente se puso de pie y empezó a aplaudirle. Que se me ponen los pelos de punta solo de recordarlo. En Londres agotan las localidades siempre. La gente compra los programas de las funciones que cuestan 37 libras y lo compra todo Dios… es otro mundo.

 

Lecciones de vida en Madrid

 

MIGUEL RELLÁN Y LA VIDA

El miedo y de las decisiones que hay que tomar en la vida… ¿Qué decisión recuerdas que te cambiara a ti la vida?

Pues hay muchísimas decisiones que supusieron un cambio en mi vida, porque todo es cuestión de azar. Pero en la cuestión laboral hay una que sí creo que fue definitiva y la pongo siempre como ejemplo cuando hablo con gente joven de la profesión, que les digo que lo que hay que hacer es no rendirse nunca. Cuando me vine a Madrid desde Sevilla, terminando mi etapa en Esperpento y dejando atrás el mundo del teatro independiente, queriendo dejar atrás la precariedad y teniendo claro que quería ganarme la vida con esto de ser actor, no conocía a nadie aquí y las pasé canutas. Pero hubo un momento clave, que nunca se me olvidará. Era un viernes. Yo tenía una tristeza enorme porque en mi futuro solo se dibujaba el paro y las deudas. Conocía a muy poca gente del medio. Tenía relación con Fernando Méndez-Leite, que hacía crítica en Fotogramas y le llamé ese viernes a las 4 de la tarde. «Fernando, estoy desesperado, ¿dónde puedo ir a que me den trabajo?».  Y él, «pues el lunes empieza una película un director que se llama José Luis Garci… pero empieza el lunes… y hoy es viernes». Y yo le dije que no importaba, le pregunté la dirección y allí que me fui, al Barrio de la Estrella. Me gasté los 5 duros que me quedaban para ir en el Metro y en el autobús allí, sabiendo que empezaban el lunes. Y llego allí, llamo a la puerta varias veces porque no me abrían y sale un tipo mal encarado, José Luis Merino, (‘El Meri’, que luego después nos hicimos amigos) y me dice: «Sí ¿qué pasa?», y yo: «Hola, que soy actor y…», y él me corta diciendo que empezaban el lunes haciendo ademán de cerrar la puerta, cuando de repente me mira a la cara -yo en aquella época tenía el pelo largo-, y grita llamando a alguien. De repente sale otro hombre y me dice que se les ha caído un actor que iba a hacer un papelito y me pregunta si yo había hecho cine antes (ese otro hombre era Garci). Y yo le dije que muy poco, que había hecho mucho teatro… pero bueno, me cogieron y me dieron un papelito muy pequeño en una película que se llamó Solos en la madrugada. Yo hice aquello, querido Sergio, como quien hace Ricardo III. Después me contaron que en la moviola montando la película decía Garci: «a ver, dale para atrás, que parece que el gilipollas este lo hace bien». Y por eso, un tiempo después, Garci me llama un día y me dice: «léete eso que te he mandado, que vas a hacer el segundo papel». Y así hice el papel de El Moro en El crack, y en ese instante me cambió la vida laboral. Si yo ese viernes me llego a rendir…

 

MIGUEL RELLÁN Y EL FUTURO

Además de interpretar te has estrenado como director en dos obras en el OFF Latina…

La verdad es que me siento muy bien en el OFF Latina. Además, creo que hay que ayudar a gente como Roberto (Terán) y Alejandra (González), que hacen una labor encomiable por el teatro. Como otros muchos espacios, como la Guindalera, por ejemplo… son unos peleones y hay que estar ahí con ellos también.

A través de impartir los talleres y ver que algo sé de interpretación, pues me he atrevido a dirigir, pero sobre todo obras que estén basadas en los actores. Hay otras obras más visuales que están basadas más en el espectáculo que me costaría más. Pero en obras en las que lo principal es la palabra y la interpretación, como las dos que están en el OFF Latina (Tú estás loco, Rebolledo, y Lo que faltaba) sí que me he animado a hacerlo.

Te cuento una anécdota que he vivido con Daniel Veronese. He trabajado dos veces con él. Él siempre dice que escoge a actores y actrices que saben tocar el violín (que saben lo que hacen, vaya). Yo recuerdo que cuando hicimos La Gaviota, el primer día, nos pidió el texto sabido. «¿Son actores? ¿conocen La Gaviota, no? Pues bien, háganlo». Y alguien le dijo: «¿Y donde nos ponemos?» Y Veronese respondió «¿A quién le importa? Se ponen donde les venga bien y se mueven cuando lo necesiten. Si tiene que matar al otro pues lo hace». En la obra 7 años, el primer día me dijo: «Apréndase el texto, que lo voy a cambiar entero, pero apréndaselo y hágalo». Y el primer día, al ver a mis compañeros de reparto trabajar me dije, «joder, si esto lo podemos hacer». Claro que siempre se puede hacer, pero el resultado inmediato con un buen equipo de trabajo era impresionante. Aquello era fluido, con intérpretes avezados… había una verdad en aquello… ¡el primer día!

En el fondo, todo es como decía Cesáreo Estébanez que se acaba de morir el pobre y que tenía unas frases maravillosas como la de que «este oficio de actor es muy fácil o imposible». Él se trabucaba hablando en la vida real, pero en el escenario no. Y en una entrevista le preguntaron: «¿Y usted por qué se trabuca en la vida y en el escenario no?», y él dijo: «Anda leche, porque esto de la vida no me lo sé».

Yo lo veo en los cursos: Lo que natura non da, Salamanca non presta, o lo que es lo mismo, donde no hay mata no hay patata. Es como aquello que decía Stanislavski cuando algún joven actor se acercaba a él y le decía: «Maestro, quiero que haga de mí un buen actor», y él decía «técnica te puedo enseñar, a crear, no». Eso es un misterio. Yo tengo un montón de libros sobre cómo se interpreta. No hay ni una línea en esos libros de un actor explicando cómo lo ha hecho. ¿Cómo lo haces? Y ya no hablamos de la comedia… eso no se aprende. Es un misterio.

Y además voy a dirigir dos o tres cosas en poco tiempo, en principio, porque basta que lo diga para que no salga. Pero una va a ser en la sala pequeña del Teatro Español, que me hace mucha ilusión. Estoy adaptando un libro que compré en la librería La Buena Vida, que es una conversación entre Maruja Torres y Mónica García Prieto, ambas periodistas y corresponsales de guerra. Y el libró me dejó… Porque ya la guerra, vivirlo en primera línea es algo terrorífico, en muchos casos jugándose la vida, al marido de Mónica lo mataron por ejemplo. Y que tras todo tu trabajo llegues a la redacción y te digan que eso que has hecho y por lo que te has dejado la piel ya no vende, no interesa y no le dan bola, cuando hay gente en aquellos conflictos que confía en ti, que eres su única esperanza para que se sepa todo lo que allí ocurre… y llegas aquí y no vende. Y además en el caso de ellas dos siendo mujeres, que cuando llegues a la redacción tus jefes le digan al machote con el que has viajado: «Buen trabajo tío. Y joder, has tomado bien el sol ¿eh, Mónica?». Acojonante. Y se lo planteé a Carme Portaceli y le dije que esto había que hacerlo. Y ahí estoy resumiendo.

Y antes voy a dirigir una cosa que se llama Cita a ciegas, con PTC, que es una función que tiene mucho que ver con la casualidad del azar.

 

Un verdadero placer Miguel.

Igualmente Don Sergio. Aquí tiene usted un amigo.

 

Y nos despedimos. Y ojalá fuese de verdad mi amigo. Me pasaría la vida contando las cosas extraordinarias que he vivido con él -solo en una mañana-. Igual que él hace contando la historia de su amigo Novecento cada vez que sube al escenario.

 

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