Foto portada: Javier Naval

 

La Abadía ha presentado un espectáculo colaborativo, Canción del primer deseo, que aúna las voces de una compañía española con la escritura de un autor australiano como Andrew Bovell; que mezcla, de fondo, las referencias de nuestra tradición recogidas en Lorca, Goya, Buñuel y Saura. Y el resultado es un retrato de la herida que se abre con la guerra.

¿Qué familia no tiene una fractura? ¿Qué es lo que más miedo nos da contar? ¿Cómo miramos nuestra historia? Las preguntas como estas están unidas por un hilo invisible que atraviesa a todo un país. Un país que, aunque concreto, puede representarlos a todos. Esa fina cuerda se enhebra entre las fracturas que en el pasado se formaron y que, por permanecer calladas, se han colado en el presente.

Canción del primer deseo es una fábula que se nutre de eso, del ovillo que varias generaciones formamos. Situada en el Madrid actual, nos cuenta la historia de dos familias. De un nieto, hijo del exilio español durante el régimen de Franco, que regresa a una España que solo conoce a través de los recuerdos de Camelia, su abuela. “Él vuelve para descubrir si todavía pertenece a España y viene con las historias de su abuela, con una idea de lo que significa este país a través de su visión”, explica el autor, Andrew Bovell. “Cuando vuelve se encuentra con una familia que ha sido fracturada por el pasado y que hay secretos por descubrir, que hay muchas capas de verdad entre las que tiene que navegar”, añade. De esta manera, la obra adopta como marco el contexto político español de tres años distintos: 1943, 1968 y el presente, para profundizar en el legado de un pasado que ha recorrido distintas generaciones.

 

 

COMPROMISO CON LA MEMORIA

Esta pieza es el tercer trabajo fruto de la colaboración entre la compañía y Andrew Bovell, como colofón a una trilogía formada por dos espectáculos previos: Cuando deje de llover y Las cosas que sé que son verdad. Es el resultado de conversaciones y varias residencias de creación en el que han intervenido “muchas historias que nos pertenecen a nosotras, a nuestros abuelos, y que hemos contrastado con historiadores”, indica el director de la obra, Julián Fuentes Reta, a quién entrevistamos recientemente como protagonista, precisamente, de los EntreActos coordinados por esta revista y La Abadía.

“Todas tienen como columnas la familia como espacio de cuidado, pero también como espacio de peligro” explica el director artístico de La Abadía, Juan Mayorga, “y, sin duda, el paso del tiempo”. En este caso, el acercamiento a ese pasado y a las fracturas derivadas de la guerra se produce a través de un protagonista que vuelve para mirar desde una perspectiva externa, pero cargada de exilio y de otra cultura.

Para Bovell, la metáfora central de la obra es el hecho de recordar, “que es en sí un acto subversivo en un país al que le han dicho que debe guardar silencio”. Por ello, la posibilidad de contar con el punto de vista externo del autor ha permitido “cierta apertura”, apunta una de las intérpretes, Pilar Gómez. “Esa mirada desapasionada con preguntas concretas te pone en un sitio que ni te habías cuestionado, en un enfoque que nosotros no nos permitimos”, continúa la actriz. “Nosotros mismos tenemos un prejuicio sobre nuestra historia que se ha convertido en dolor y rabia. Nuestro país tiene una herida no curada porque no ha habido reparación. Atrevernos a hablar de ello perturbará a algunas personas, sí, pero a otras les dará capacidad de respiro y de alivio”.

 

La herida compartida de <i>Canción del primer deseo</i> en Madrid
Pilar Gómez, Jorge Muriel, Borja Maestre y Consuelo Trujillo, protagonizan Canción del primer deseo. Foto Javier Naval.

 

No es aleatorio que se desarrolle entre el presente y 1968. Se trata de un año en el que no solo se empieza a resquebrajar el régimen de Franco, sino que el mundo es testigo de un cuestionamiento, de un levantamiento joven y un florecimiento de retos políticos. “Las heridas derivadas del conflicto” sostiene Fuertes Reta, “son similares, compartidas” y por eso esta también es una historia de esperanza, de vértigos y pasiones. Y, ante todo, de unión.

El teatro tiene muchas cualidades y dice Jorge Muriel, traductor e intérprete de esta obra -que por ser fábula no es de nadie y, por lo mismo, es de todas- que “el dolor de mis personajes en el presente me une con el dolor de mis abuelos”. El teatro, insisto, tiene muchas cualidades, y una de ellas es esta: confrontar dos miradas, solapar dos tiempos, unir.

 

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