Por Yaiza Cárdenas / @yaizalloriginal
Hablamos con José Luis Gil que, a partir del 15 de marzo, protagonizará ‘Cyrano de Bergerac’ en el Teatro Reina Victoria. Él es la muestra de que, cuando se hacen las cosas con amor y dedicación, el éxito está asegurado.
‘Cyrano de Bergerac’ es todo un clásico, ¿qué se siente al poder ser usted quien lo interpreta y al estar ya nominado a un premio por esta interpretación?
Bueno, el premio es un regalo que uno nunca espera, pero muy bien, muy contento porque es un personaje muy querido por mí desde la más tierna infancia.
Sí, en la página web de la obra podemos encontrar un texto en el que nos explica que Cyrano ha estado en su mente desde que era un niño. Cuéntenos ¿cómo es esto?
Cuando tenía 12 años empecé en el Centro Dramático de TV y, mientras, me preparaba con un profesor de arte dramático, porque no tenía ninguna formación. Estudié los tres años de Arte Dramático con él porque no podía entrar en la Escuela de Arte Dramático, ya que por aquel entonces era el Real Conservatorio de Madrid y no se podía ingresar hasta los 16 años. Entre los 12 y los 15 y dentro de la formación teatral que hacíamos, interpretábamos clásicos, comedia… hacíamos de todo, al tiempo que estudiábamos todo lo demás. Llegué a saberme el Romancero Gitano entero de memoria… A su vez, los domingos por la mañana, en los programas de radio que hacían cara al público, lo mismo hacía el monólogo de “¡Ay mísero de mí!” de Segismundo, que montábamos La vida es sueño, que hacíamos fragmentos de Cyrano de Bergerac, como el duelo del malo, la escena de Roxana y Christian… Vimos trozos, pero nunca la hicimos entera.
A mí eso me sirvió para conocer el personaje, me leí la función y ya con 13 años me pareció un personaje apasionante, porque a esa edad yo tenía mis primeros enamoramientos de crío y descubres muchas cosas, como la propia timidez de no ser capaz de decir lo que sientes. Y Cyrano, en otro estilo, pero era eso. Yo también me sentía un poco Cyrano. Además del personaje, la obra me pareció interesantísima, un clásico contemporáneo, pero de los buenos.
Usted afirmaba que, anteriormente, se veía en “otra liga” como para representar a este personaje ¿qué lo hacía pensar así y a qué se debe su cambio de opinión?
Siempre le he tenido un gran cariño al personaje. Me apetecía irme con él de aventuras, vivir ese amor frustrado, entregarme de esa manera a Christian para ayudarle y vivir su amor… me parecía una maravilla. Todo lo que caía en mis manos de Cyrano de Bergerac me interesaba muchísimo, tanto en teatro como en cine (como la versión de José Ferrer, que ya existía por aquel entonces). Ha sido así durante toda mi vida, pero nunca pensé que yo lo fuese a interpretar. Mi vida iba por otros derroteros nada cercanos a poder interpretar a Cyrano de Bergerac, hasta que llega un momento que terminas una obra de teatro, quieres hacer otra, te ofrecen cosas y las rechazas porque quieres hacer algo que te ilusione de verdad. Veníamos de hacer Si la cosa funciona, de Woody Allen, y me preguntaban qué era lo que quería hacer y yo decía “pues no sé, un Cyrano…” porque quería decir un clásico, pero me salía decir “un Cyrano”. Quería hacer algo que requiriera mucha dedicación, mucha energía, pero que me apeteciese ir a ensayar, descubrir cosas.
Entonces surgió la posibilidad de que los mismos componentes de la compañía en la que estábamos lo hiciésemos: Alberto Castrillo-Ferrer, el director, es un enloquecido de Cyrano también, y Ana Ruiz me decía “tienes que hacerlo, porque es perfecto” y, aunque yo pensaba que no sería posible en una compañía privada, nos lanzamos a ver cómo nos venía de vuelta con distribuidores, programadores, productores… Nosotros nos íbamos a involucrar en una parte de la producción, dentro de nuestras posibilidades, pero necesitábamos mucho más y eso se nos vino dando, por un “yo quiero estar allí” y un Alberto Caballero que me dijo “me gustaría mucho ver tu Cyrano” y se involucró. Compusimos un reparto que tenía que ser muy solvente, porque íbamos a hacer una versión que ya se había hecho en París y en otros lugares, con siete actores solo. Cuando nos quisimos dar cuenta, estábamos ensayando esgrima con Alberto Castrillo-Ferrer y Carlota Pérez-Reverte, haciendo una nueva versión deliciosa en verso y metidos ya hasta las trancas.
Y… hasta hoy, felices de haber hecho lo que queríamos hacer, como lo queríamos hacer (con sus cinco actos), de una duración más moderna de dos horas y poco, con la historia contada sin grandes experimentos de laboratorio. Teníamos que contar todo, hacer un Cyrano que muchos iban a descubrir por primera vez cuando fueran al teatro, ya que la última referencia es de Gérard Depardieu en el cine del año 90 y no todo el mundo la ha visto y, aunque está maravillosamente bien, Cyrano es muy teatral, de hecho, la función empieza en un teatro. Y aquí estamos, encantados con la obra y con ese público que en cada función nos emociona. De hecho, al acabar la representación, nos vamos dentro después de los saludos a abrazarnos unos a otros porque tenemos a todo el elenco muy involucrado y muy enamorado de nuestra función y la disfrutamos muchísimo. Ahora entramos a Madrid ya por fin, como estaba previsto, y quieras que no, después de casi un año te da nuevos alicientes. La obra después de un año no envejece, cada día es nueva para nosotros.
Aparentemente, usted leyó la obra por primera vez siendo muy joven ¿Ha cambiado su forma de ver la historia o su opinión sobre los personajes con el paso del tiempo?
No, porque la memoria tiene esa cosa maravillosa que, aunque el tiempo pasa, es muy fácil colocarse 30 años atrás en un segundo y verte en un momento dado de aquella época, con todo eso que vivías, lo que sentías, de quién estabas enamorado. La memoria tiene esa parte selectiva que hace que me reconozca perfectamente con 18 años. Me acuerdo muy bien de cómo pensaba, de quién era la chica que me gustaba, de qué estaba haciendo. El que he crecido he sido yo. Evidentemente, he evolucionado como actor y ha evolucionado la forma de transmitir esas emociones, que son muy parecidas a las que yo sentía o las reconozco perfectamente. Ha evolucionado esa forma de darle realidad y credibilidad a aquello para convencer al público de que tiene que ser Cyrano conmigo durante 2 horas, que tiene que sufrir como yo y como los personajes y tiene que disfrutar de nuestras alegrías.
¿Ha tomado como referencia a algún actor que ya haya dado vida a Cyrano?
Bueno, pues José Ferrer, por decir españoles. Ahora la está haciendo Lluís Homar en Barcelona. Nos tomó la delantera en catalán. Manuel Dicenta, uno de los grandes maestros de cuando yo era niño, hizo un gran Cyrano de Bergerac. Pero no, no hay referencias, independientemente de que el montaje o el protagonista me gustase más o menos, a mí siempre me ha gustado Cyrano. El personaje es tan potente que, cuando habla, me parece que ya merece la pena.
Es más fácil hacerlo que explicarlo, de verdad. Mira que lleva mucho trabajo previo, muchas horas de ir limando el verso para que salga fluido, como si fuera prosa… pero te das cuenta que, una vez que tú crees que tienes las riendas del personaje, es más fácil hacerlo. Es un personaje que se disfruta tanto como se suda.
Y no, no me he quedado con ninguna representación en concreto, hay cosas que están en mi mente, pero son estilos distintos. Cyranos hay tantos como actores que quieran hacerlo, cada uno tendrá su versión y querrá transmitir su verdad de una manera diferente. Yo hago el Cyrano que yo creo, acertado o no, que quiso escribir Edmond Rostand, como él quería que fuera. Un Cyrano presuntuoso, altivo y sobrado cuando él quiere serlo y de una profunda fragilidad y ternura cuando está solo conviviendo con su frustración. De autocensura, de no expresar su amor por miedo a ser rechazado. Prefiere la duda del quizás que la seguridad del no, y eso es muy bonito. Es muy bonito hacer Cyrano, es un regalo.
A la hora de llevar a escena la obra ¿se ha realizado algún cambio significativo respecto a la versión original de Rostand?
No. Ha habido que hacer una recopilación de personajes en uno solo para contar toda la historia, pero la pieza narrativa no sufre en absoluto. El pastelero es el amigo, por ejemplo, porque cuentan una misma cosa, pero la historia tiene toda su esencia y es perfectamente asumible. De hecho, hemos procurado ser lo más fieles posible. Están los cinco actos, pero con los recortes lógicos de texto de la parte histórica de la guerra y el Sitio de Arras, que era muy acertado incluirlo en la obra, pero que a nosotros no nos aporta nada más que la justificación de la separación que hace De Guiche del matrimonio que se acaba de unir.
¿Qué ha sido lo más divertido de poder encarnar a este personaje?
Todo. Recuerdo especialmente los primeros ensayos en el salón de arriba del Teatro Alcázar, donde yo he ensayado muchas obras (aunque esta obra no se vaya a representar ahí, sino en el Teatro Reina Victoria). Recuerdo la escena inicial del teatro donde sale Montfleury, en la que yo no estaba aún en escena. Empezaba y yo podía ver desde fuera cosas, cómo iba a surgiendo todo… y me emocionaba, porque todo me gustaba. Hacían una cosa y yo decía “qué bien, qué bonito sale” y lo repetían y quedaba mejor. Ya esos primeros compases de los ensayos a mí me emocionaron mucho. Nadie se dio cuenta, pero yo lo vivía con mucha emoción pensando “va cogiendo forma esto y va a ser el Cyrano que nosotros queríamos”.
¿Y lo más difícil?
Ensayar cinco horas todos los días y después irte a esgrima a las 10 de la noche con Jesús Esperanza, maravilloso maestro. Después de haber grabado la serie durante el día, cinco horas de ensayo y una horita de esgrima. Y claro, a las 11 de la noche yo estaba un poquito cansado y además me tenía que repasar las secuencias de la serie, repasar un poco el texto del ensayo… es duro. Solamente se puede hacer desde la premisa que yo tenía, desde la ilusión, desde las ganas de ir a ensayar y hacer algo que me/nos gustaba tanto…y desde la responsabilidad de que saliera bien. Fueron dos meses duros, pero muy bonitos.
¿Cuál es su parte favorita de la obra?
Es que hay muchas, cada una por una cosa. La puesta en escena de la entrada de Cyrano en el teatro es muy teatral y muy bonita: interrumpir la función, meterse con el poeta al que le ha prohibido que suba al escenario un mes porque es muy malo y porque le tiene mucha inquina porque se ha fijado en Roxana. Esa parte tiene una puesta en escena potente, bonita y que hace que, cuando sales al escenario, ya hayas estado en contacto con los espectadores. Pero cada acto tiene algo.
El segundo acto es maravilloso, tiene cuatro o cinco facetas que son brutales. La primera cita con Roxana, que es la decepción, cuando vienen a felicitarle porque ha matado a 100, pero él no tiene ninguna gana de celebraciones. Se siente terriblemente triste y melancólico, pero remonta para contarles la pelea.
A su vez, eso empalma con una escena muy graciosa en la que el novato Christian se burla de su nariz. Inmediatamente, entra De Guiche, donde Cyrano se reivindica como persona y demuestra que su orgullo no se vende y tiene lugar el bonito monólogo corto de “no gracias”. Y luego termina con una escena de Christian y él, con todos fuera, donde se encuentran y le propone la maniobra para conquistar a Roxana, de la que él también saca provecho de algún modo. Todo el segundo acto tiene como cuatro estados, que son una pequeña montaña rusa de emociones.
El tercero, imagínate, toda la escena del balcón. Y el cuarto acto, de la guerra. La aparición de Roxana allí, cuando ya se ha descubierto que van a bombardear por órdenes de De Guiche la zona, y aparece para ver a su amado, de incógnito. Ahí se dan cuenta todos que no solamente van a morir, que es lo de menos, si no que va a morir ella también si no se va. Y el conflicto entre Christian y Roxana…
Sí, ahí Cyrano demuestra su humildad al decirle a Christian lo que le dice ¿no?
Sí, todo eso está muy concentrado porque no nos podemos recrear mucho en todo ello. Digamos que, cuando él le dice “ella está enamorada de ti”, en ese sufrimiento, Christian sale y entra prácticamente muerto. No hay mucho más tiempo, lo único que dice es “todo se lo he dicho, a ti te ama”. Muere en los brazos de Roxana y se va diciendo “A mí morir solo me resta ahora. Pues sin saberlo, en él, ella me llora”. Al irse suena una música muy bonita además (es música original todo, hay números musicales con los pasteleros, Roxana canta una canción preciosa entre el tercer y cuarto acto…). Y luego ya, el quinto acto es algo que no puedo contar. No por… porque todos sabemos lo que pasa, pero cuando terminamos, mis compañeros y yo nos abrazamos y a veces incluso llorando.
Nunca me gustó demasiado el tono de visión de un Cyrano apagado, moribundo… con miedo a las tinieblas de la muerte, desvariando, mirando al cielo y todos alrededor arropándole… NO. Yo aquí siempre vi claro que era un Cyrano enérgico. Lo vi así desde el primer ensayo. Me costó mucho porque el último monólogo y toda la escena con Roxana son muy emotivos, pero es una huida hacia delante, hacia la luna. Yo siempre he tenido claro, no sé si desde que lo leí por primera vez, esa alusión que hace Edmond Rostand al Quijote de Cervantes (que de hecho en la obra lo hablan, cuando le dice De Guiche “¿habéis leído El Quijote?” y dice “ante ese loco insigne me descubro”) Ya se nota que Edmond Rostand era un gran admirador de Cervantes, que le adoraba y yo creo que, al final, lo que hace es convertir a Cyrano en un Quijote desvariando a las puertas de la muerte, con su espada, ante sus molinos de viento… Yo siempre he tenido claro que muere como un héroe, siendo un último homenaje al personaje de ‘El Quijote’: Un Quijote luchando contra sus molinos de viento, contra sus fantasmas, pero siendo Cyrano evidentemente. Habla de los prejuicios, la libertad, la envidia…
Sí, efectivamente, al final de la obra Cyrano establece como sus principales enemigos la mentira, los compromisos, los prejuicios, las cobardías y la estupidez. ¿Cree que estos conceptos están presentes en Cyrano o en aquellos a los que se enfrenta?
En Cyrano. Son de Cyrano y de cualquiera de nosotros. De Cyrano partimos de que es un personaje íntegro, cuya integridad solamente se la puede cuestionar Christian, porque se ha excedido escribiendo cartas de más. Y él se da cuenta de que eso es un error, de que lo hacía por necesidad suya. Pero, por lo demás, es de una integridad absoluta, como cuando le dicen “hoy la poesía es algo que está muy cotizado” y dice “mi pluma no está en venta”. Toda esa integridad sale al final y puede decir que ha sido feliz, ha vivido ese amor como ha podido, ha puesto en su camino a alguien que, le amara o no, es su amiga. Esa idea de “nada tengo que luchar más que a todos, más que al mundo”, un mundo lleno de personajes viles, envidiosos… pero con los que él siempre ha podido. Ahí se ve muy bien ese orgullo y ese ser enérgico. Cuando está muriendo, que ya no puede hablar, lo último que hace es reflejarlo en su penacho, como diciendo “cuidado que he llegado, que estoy aquí, cuidado con lo que decís”, que es su actitud siempre. Ese último acto es muy bonito, hacer ese pequeño recorrido por su vida, sabiendo que quizás Roxana ya lo sabe, y aun así negándolo. Quiere morir con dignidad, sin que lo vean y le va a pillar allí. Aguanta el tipo para morir dignamente.
Yo antes de estudiármelo, lo leía y lo leía para familiarizarme con el texto, y nunca terminaba… tenía que parar. Y yo decía “Alberto, en el quinto acto tenemos un problema. No puedo terminar de leerlo. Necesito tiempo para asimilarlo, para ejercer un cierto control sobre eso, porque no puede ser. Está muy bien lo que me permite, es muy bonito, pero yo tengo que decirlo, tengo que tener un mínimo control para poder decirlo como yo quiero y es imposible. Me pongo en casa y tengo que respirar, tengo que dejarlo”. Te juro que era así. ¿Cuántas veces pasa eso en la vida de un actor? Muy pocas, porque en el fondo te estás enfrentando contigo mismo, con tus emociones… las de Cyrano y las tuyas, hasta que las de Cyrano pueden sobre las tuyas. Cyrano SÍ es capaz de, con los ojos llenos de lágrimas, decirlo. Cyrano sí es capaz, pero yo no. Yo tengo que convertirme también en Cyrano hasta controlarlas y se produce un silencio muy respetuoso entre el público. Y digo “qué bonito, han estado conmigo y están muriendo conmigo. Están asistiendo, muy respetuosamente, a la muerte de Cyrano” Es muy emocionante y lo disfruto mucho. Hay una necesidad física dentro de cajas de abrazarse uno por uno, porque están muy involucrados y estamos todos muy orgullosos de la respuesta, de lo que hemos encarrilado. Independientemente de que el público vaya más o menos, no creo que me gustara mucho que el teatro se llenara todos los días y que no pasaran las cosas que pasan en el escenario a diario. No creo que eso lo pudiera soportar.
Cyrano es un hombre culto que da mucha importancia al saber, a la literatura y a enriquecer el alma. Roxana, por el contrario, al principio se presenta como alguien superficial que se enamora de Christian meramente por su atractivo ¿Por qué cree entonces que Cyrano vive enamorado de ella?
Porque no es tan así. Ellos se conocen desde su más tierna infancia, son primos, y a él quizás le enamora su candor, su belleza… pero de una manera limpia absolutamente. Para ella, el fracaso con Christian se debe principalmente a que ella es una mujer culta. A ella le gusta jugar con su primo a la habilidad de las palabras, de hecho, juegan en el quinto acto, cuando él entra ya muy malherido y ella sabe que viene tarde y que algo ha pasado y empiezan a hablar de las hojas: “Miradlas cómo caen como si nada, y tienen que saltar de rama al suelo, por muy breve que el trayecto sea, que su caída tenga la gracia angelical de un bello vuelo”. Y ella le sigue el juego, le gusta eso, es culta. Hay una parte del impacto del amor que es la parte física, que ella lo tiene como Christian lo tiene con ella. ¿Qué falla en ese camino de ida y vuelta? Que ella quiere más, quiere que la enamoren entera, por lo que dicen, por cómo se lo expresen. Ella es capaz de enamorarle a él no solamente por su físico, sería capaz de, cuando él iniciara ese recorrido de decir cuánto la ama, seguirle a ese mismo nivel. Con su primo juega a eso… con las palabras y cómo le embauca cuando le dice “tienes que cuidar de Christian” porque ella es culta, no se queda en lo primate, no quiere eso, de hecho, le rechaza cuando él le dice “te quiero mucho” y luego “no, no, os he mentido, ¡os adoro!” y ella dice “poco puede gustarme, como poco me gustaría que fuerais feo”. Ella no es así… y este Cyrano lo tiene.
Christian no es un patán ingenuo, bobo… ¡no! Christian es un chaval muy majo, que viene de novato a ser cadete porque su padre le ha mandado allí, donde conoce a esa persona de la que se enamora, pero es torpe. Él no ha vivido esto y no tiene lucidez para expresarlo… pero es muy buen chico y está muy enamorado. Cyrano le ayuda porque sabe que eso es imprescindible para enamorarla. Lo que tenemos es un Cyrano muy de verdad, ya verás, Alex está espléndido porque es un tío alto, guapo y torpe. No ha empezado a dar clases de cadete, entonces se pone nervioso y no le sale la espada. Se pone a hacer bromas sobre la nariz de Cyrano, pero cuando se le pone cara a cara, saca la espada y no sabe casi qué hacer con ella, por los nervios… es muy muy ingenuo y muy tierno, pero es un gran tipo, lleno de ternura que no sabe expresar. No es un tontito ni ella es una tontita, y en este Cyrano está. Tiene mucho peso Roxana.
Es que, al leer la obra, al principio Roxana no da esa impresión…
Sí, parece como si hubiera madurado 15 años después de cuando la muerte… Y no. Ella es una criatura, no voy a decir madura, pero sí con un cierto nivel, y que luego con la muerte ha madurado del todo. Tiene muy claro de lo que se enamoró y es fiel a eso. Roxana es muy mujer y aquí está muy claro. Es verdad que en otras versiones parece que Cyrano es el único inteligente, pero no. Me gusta que me preguntes eso, porque en este Cyrano, eso está perfecto. Es decir, tienen peso.
¿En qué medida cree que la actitud de Cyrano se debe a su disconformidad con los que le rodean y cuánto de ese orgullo se debe simplemente a querer llevar la contraria al resto y fastidiarles?
Él parte de una frustración. Lo de la nariz muy grande es algo muy simbólico. Él tiene ese gran complejo que es suyo y no le gusta compartir con nadie más, pero lo que no consiente es que se hagan bromas, por el hecho de tener una nariz muy grande, si no se hacen con ingenio, de una forma inteligente y brillante. Eso nace desde el orgullo y el ser muy prepotente con respecto a sus iguales.
Pero su actitud es una combinación de las dos cosas, la frustración de su defecto y cómo eso le impide ser feliz, la frustración de todo lo que no le permite desarrollar. No le permite expresar su amor y eso le crea una doble frustración y, como no lo va a pagar con su prima, lo paga con todos los demás, con cualquier idiota que se le acerque. Todos son idiotas. Unos porque se creen poderosos y creen que le pueden comprar y otros porque se creen que son más cultos y le pueden dejar en ridículo… y no. Él es más que cualquiera. Él es músico, astrólogo… inventa la historia, inventa la vida. La propia frustración le impide ser feliz y eso le hace, digamos, retar a la vida constantemente. Merece la pena morir, es preferible estar muerto. Si hay que morir se muere, pero no tiene sentido vivir de esto. El personaje está concebido, además, desde una persona como Edmond Rostand, que parece ser que era muy inseguro, lleno de complejos, frágil…
En realidad, se está representando lo que representa cualquier comedia de ahora. Todas están basadas en los sentimientos humanos, en la envidia, el poder, el amor, el desamor, la traición… Todo está basado en lo mismo, el teatro es la vida.
Entonces ¿el autor plasmó su forma de ser en el personaje?
Sí. Él plasmó su fragilidad en la parte sensible de Cyrano. La otra no. La otra es la que hubiera querido ser, seguro (leve risa). Existe una anécdota que cuenta que Edmond Rostand entró una hora o dos antes al camerino de Coquelin, el primer actor en interpretar la obra, a pedirle perdón por el texto que le había dado. Estaba convencido de que no podía estar bien y que lo iba a hacer fracasar. Fíjate… y en el primer acto se puso el público de pie y lo convirtió en un clásico el mismo día de su estreno. Fíjate que inseguridad.
Cyrano ve su fealdad como una especie de maldición que le hace indigno de ser feliz y la imagen que tiene de sí mismo se convierte en su peor enemigo y el único obstáculo en su libertad ¿cree que esto sucede hoy en día? ¿recuerda alguna experiencia en la que usted no haya hecho algo porque creía que no lo conseguiría?
SÍ. Yo creo que lo ha hecho casi todo el mundo, por eso han tenido tanto éxito en el mundo moderno esas clases de coaching para la gente que no sabe hablar en público, la gente que no sabe expresarse delante de una chica que le gusta… Y, sobre todo, los libros sobre el control de ti mismo y de tu felicidad, de autoayuda. Yo creo que todos tenemos un Cyrano, lo que pasa es que llega una etapa de tu vida en la que sigues sabiendo que tienes esas limitaciones, pero ya no te importan. Todos tenemos un Cyrano dentro, relacionado con el amor, con la vida o con frustraciones de todo tipo. Cada uno lo lleva como puede, cada uno lo supera como puede, o no lo supera nunca y es víctima de ello toda la vida… pero sí. Lo que pasa es que no todo el mundo lo combate como Cyrano que, mientras, se preocupa de cultivarse personalmente. Le interesa todo. Está muy por encima de la media.
¿Qué personaje de todos los que ha interpretado le gusta más y cuál le ha traído mayores satisfacciones?
Yo estoy muy contento con todos los personajes que he interpretado. Sobre todo, en el teatro los últimos 13 o 14 años, sea la comedia que sea. Hacía de Piñón en ‘Salir del armario’, de Francis Veber, y me parecía un personaje TAN tierno. Y no es La cena de los idiotas’, que es una comedia potente… me lo pasaba muy bien y me creía todo lo que me pasaba. O como cualquier otra. Ser o no ser, interpretando a Joseph Tura, un personaje con el que he disfrutado muchísimo, referente de la niñez casi, de haberlo visto tantas veces; Fuga… todas las he disfrutado. Pero hombre, tengo que reconocer, y además me estás oyendo hablar de Cyrano, que me llena mucho. Me gusta mucho y no voy a decir el que más, pero ahora mismo… no me pillas siendo objetivo. (sonríe)
Y, si pudiese elegir representar cualquier personaje de cualquier obra, libro o película del mundo ¿cuál elegiría?
¿Qué me sugieres? (Sonríe) Yo en esto estoy abierto a sugerencias. No sé, te pones a pensar y siempre surgen cosas… pero no lo sé, ahí soy muy abierto. Cualquier idea, para la próxima, que sea algo que me vaya… Pero mira sí que estoy, sin prisa, pero pensando en algo que sea muy sugerente para después de Cyrano, dentro de dos años o por ahí, esperemos. Un Yo, Claudio es muy interesante o algo más… cercano. Hay autores que escriben tan bien que, aparte de que son buenas historias, es que es un deleite pasar por cada línea. En general, lo histórico es más universal aunque metan mano y lo dramaticen. Siempre la cosa es tirar de clásicos que sigan siendo vigentes. Otra opción es eso, historias muy buenas más actuales. Hay una película del siglo pasado que me encanta y me encantaría representar, pero no hay manera, por más vueltas que le doy.
Finalizamos la entrevista encantados y maravillados por la luz que desprende este Cyrano. Resulta increíble cómo, tras toda una vida dedicada a la interpretación, a José Luis Gil se le sigue iluminando la mirada al hablar de su trabajo. Nos ha demostrado que, además de ser un profesional de los pies a la cabeza, es una gran persona. La forma en la que empatiza con su personaje y cómo se entrega a él, desde un profundo respeto, demuestran no solo muchos años de experiencia, sino la gran sensibilidad que posee. Tras conversar largo y tendido con él, estamos convencidos de que veremos y disfrutaremos con el verdadero Cyrano de Bergerac, pues ambos poseen la cualidad más sublime en un hombre: la caballerosidad.
Teatro Reina Victoria.
A partir del 15 de marzo.