“La comedia tiene que hablar de lo que no se debe hablar y señalar que el rey está desnudo”
Hablamos con Ramón Paso, director y dramaturgo responsable de los espectáculos de PasoAzorín Teatro, compañía con la que ahora estrena Filomena. Una comedia, protagonizada por Ana Azorín, Inés Kerzan, Ángela Peirat y Sergio Otegui, que utiliza la gran nevada ocurrida en Madrid como excusa para hablar sobre la clase política y la doble moral.
Esta nueva comedia, que podemos ver en el Teatro Lara, es un espectáculo que bebe directamente de grandes clásicos como Jardiel Poncela, Miguel Mihura o los Hermanos Marx y se sirve de su humor, con el que la compañía tanto se identifica, con la intención de acercarlo al público contemporáneo.
Reivindicando la importancia de la comedia
Si a un madrileño le mencionas el nombre de Filomena, enseguida se sitúa en la gran nevada de enero del 2021, ¿cuál es y de dónde nace esta mirada que utiliza este temporal como excusa?
Todo esto vino porque me hacía mucha gracia la idea de un concejal muerto a la puerta de un burdel. Me gustaba mucho como punto de partida para hablar de la doble moral en el poder y, sobre todo, respecto al sexo. Porque podemos hablar en el telediario de malversar, poner mensajes en publicidad absolutamente sexistas, pero no se puede hablar de sexo como tal, está prohibido; y, de pronto, mientras le daba vueltas a esa idea, un día nos metimos en el Teatro Lara a hacer La ramera de Babilonia y cuando salimos nos encontramos con que parecía como si estuviéramos en Siberia, entonces, las dos ideas se unieron. Esa nevada lo cambió todo en una ciudad que tiene un punto como gris. Madrid es muy bonita y es muy acogedora, pero Madrid es oscura y esta cosa de Filomena, le dio luz; y tengo la misma sensación sobre la política, que es gris, y lo que necesita nuestra política es eso, luz.
Filomena se apoya en el humor para hacer crítica político-social. La corrupción, las coaliciones, BiciMad, la tergiversación de los hechos, son algunos de los asuntos que salen a flote en esta comedia. ¿Te has inspirado en la clase política madrileña actual para crear estos personajes?
Lo gracioso es que no. Pero es verdad que el personaje de Sergio Otegui, el alcalde, primero iba a ser una mujer y se llamaba Isabel, lo cambié por evitar comparaciones. Y cuando pasó a ser hombre le llamé José Luis, sin caer que Almeida tiene nombre propio (risas), y lo acabé llamando Agustín, y curiosamente el centro cultural en el que ensayamos tenía una placa que decía que lo había inaugurado Agustín Rodríguez Sahagún… Así que no, ¡pero sí! (risas). A ver, a mí la política me interesa muchísimo, me parece fundamental. Creo que cuando la gente dice que no le interesa la política está diciendo que no le interesa vivir en sociedad. Sin sociedad no se sobrevive y la política debería ser el arte de entendernos en sociedad. Yo tengo mucha fe en la sociedad y en que se podría hacer lo correcto si quisiésemos.
¿Se podría decir que Filomena habla del desencanto ante el sistema político que tenemos actualmente?
Sí, porque tenemos un poco de descontrol y de cachondeo y a veces pienso que no sé si se ríen de nosotros. Madrid es una ciudad que tiene una tradición política muy fuerte, pero yo no he vivido desde hace tiempo con alcaldes con los que esté de acuerdo al 100%. Siempre he chocado mucho con la derecha por sus políticas sociales y sanitarias, pero cuando, por fin, hubo un gobierno de izquierdas, me encontré con que me sentí muy decepcionado culturalmente, el compromiso cultural de la izquierda de pronto desapareció y me quedé en tierra de nadie. Tengo un ADN que me lleva a lo social y a la inclusión, pero es cierto que de pronto me encuentro con un ataque hacia mi mundo cultural que me deja desconcertado y eso es lo que intentamos hablar en Filomena. Tengo mucha pena por la clase política que nos ha tocado. Yo me siento más afín a un lado que a otro, pero en general veo mucho fracaso y esta obra habla de esto. A veces las corporaciones pueden ser malas, pero las personas pueden ser buenas.
Y aquí entra en juego la comedia, ¿las críticas con humor entran mejor?
Exacto. Ahora se habla mucho de los límites del humor, y yo creo que el humor no tiene límites. Es más, el humor tiene que hablar de lo que no se debe hablar. El humor tiene que señalar que el rey está desnudo, tiene que atacar al poderoso. A veces tenemos conductas muy absurdas y el humor está para eso. En la obra yo hago cachondeo sobre políticos de un signo y de otro, sobre el periodismo. La comedia está para eso, para remover. Si hay una situación estancada, es como el agua, crea pestilencias, crea enfermedades y el cómico tiene que moverla.
Siempre se dice que los códigos de la comedia no los sabe manejar cualquiera. A pesar de ello, siempre se mira a la comedia con cierto desdén.
En este país se premia el drama. Hacer comedia es lo más difícil del mundo, sin embargo, la gente la desprecia. Conseguir cuatro estrellas de un crítico es casi imposible, ¡cinco ni te cuento! La comedia no es solo tener un buen argumento, buenas escenas, con un diálogo y una tensión, sino que encima tiene que hacer reír. Hay un equilibrio. Lo mismo pasa con el actor, no es solo que está haciendo un personaje con la misma dificultad que Macbeth, sino que además tiene que tener el control y el oído puesto en el público para saber colocar el chiste, saber dónde parar para que se rían, donde seguir. Hay veces que si el compañero entra muy rápido, el chiste se pierde. La comedia es la neurocirugía del teatro.
¿Y por qué crees que sucede esto?
Tenemos un problema de pijoterío. En este país muchas veces despreciamos lo popular, con lo que estamos despreciando al público. Yo creo que hay un desprecio hacia la comedia porque la sabemos hacer cuatro. Arrancar una risa, arrancar esas carcajadas que ponen de acuerdo a un patio de butacas, hay muy poca gente que sepa hacerlo.
Nosotros, en PasoAzorín somos una compañía esencialmente cómica y a mucha honra. Me gusta mucho dedicarme a la comedia, a hacer reír, pero es verdad que existe ese punto snob en nuestro teatro, pero sé que todo el mundo se mataría por un éxito como los que puede tener Jordi Galcerán. Jordi, independientemente de que te guste más o menos su teatro, es el autor más importante de la comedia española, hace una comedia y tiene unos chistes de libro, de poder enseñar con ellos. Sus obras se ven más que las de los demás, llegan a más sitios. Habrá quien diga: “No, pero lo mío tiene un estilo…” y sí, puede ser, pero lo suyo llega más.
Más allá del ADN teatral que ya traes de fábrica, ¿quiénes son tus referentes, Ramón?
Soy muy ecléctico. Cuando hago drama bebo mucho de David Mamet, muchísimo, o de Edward Albee. En la forma de montar me inspiro en Jesús Cracio, creo que mi generación y la anterior bebemos de él, lo digan o no. Es quien se inventó el teatro contemporáneo en cuanto a la dirección en español, y María Ruiz también. Son directores que ahora mismo no están en primera línea, pero deberían. De Ernesto Caballero he aprendido muchísimo, muchos de mis planteamientos escénicos vienen de mi relación con él. Por supuesto de mis antepasados, de Jardiel bebo muchísimo, de los Hermanos Marx…, es más, esta obra tiene la misma estructura que sus películas y funciona exactamente igual. Un planteamiento serio, donde algunos momentos de locura y bulla hacen que de pronto se precipiten las acciones.
Deduzco, viendo y leyendo tu teatro, que tú te lo pasas muy bien escribiendo.
¡Sufro mucho escribiendo! Es decir, sufro mucho escribiendo comedia, el drama lo escribo con relativa facilidad porque en el drama, en el momento en el que tienes una buena idea, o una mala idea, pero que tú crees que es buena, más o menos todo fluye. Pero en la comedia me obsesiono con si es gracioso o no es gracioso, entonces me paso el día dándole vueltas y dándoles la paliza a Ana (Azorín), Inés (Kerzan) y Ángela (Peirat) para que lo lean y me digan si es gracioso o no. Mi pregunta fundamental es si se va a reír alguien. En el momento de la escritura es muy divertido, es muy amable, pero cuando lo piensas te surgen las dudas de si a alguien le va a resultar gracioso o si le va a llegar. Yo disfruto mientras tecleo, cuando dejo de teclear comienzo con las inseguridades.
Filomena recuerda mucho a clásicos contemporáneos como Mihura, Jardiel, ¿podría decirse que PasoAzorín sois los representantes de ese tipo de comedia en el siglo XXI?
Por supuesto. Nosotros seguimos esa estela a mucha honra. Creo que ese teatro cómico hay que reivindicarlo y hay que reivindicar el repertorio porque lo estamos perdiendo. Es nuestra raíz y sin nuestra raíz no somos nada.
En este país tenemos una tradición maravillosa de un humor verbal de Jardiel, de Mihura, pero estamos obsesionados con el humor de situación, nos gusta mucho ¿por qué? Porque es anglosajón. Como somos así de horteras, nos gusta más lo de fuera que lo de dentro. Siempre tenemos ese puntito paleto de que cualquier cosa que nos traigan nos gusta más que lo nuestro, nos cuesta mucho valorar lo nuestro.
Todos esos autores de la Generación del 27 eran mucho más modernos que los que van de modernos ahora mismo, lo que pasa que les tocó una dictadura y eso se nos olvida, y luego han sido como abanderados de cierto tipo de cultura; pero cuando Jardiel montaba, era un visionario, iba 50 años por delante de su tiempo. Inició todo el tema del absurdo del surrealismo europeo en un lugar como era España, donde en esa época no había aire.
Lo bueno y lo bonito de Jardiel es que funciona como Disney, tiene diferentes niveles de comprensión, un chaval que comience entenderá ‘x’ cosas, sabe que le gusta, y pensará que como le gusta querrá ir más al teatro.
¿Crees que empezar por Jardiel es una buena forma de crear interés por el teatro?
Sí. Creo que para poder llegar a cierto punto hay que empezar por ahí. Es decir, podemos coger Un marido de ida y vuelta de Jardiel Poncela, que es una obra que habla de amor, que habla de suicidio, de Dios, de la vida después de la muerte, y lo hace de una forma cómica; y de ahí, poco a poco, podemos ir siendo más sofisticados hasta llegar a otros sitios que no tienen porqué estar más arriba o más abajo, son distintos.
Antes hacías mención a Ana, Inés y Ángela, tres piezas claves dentro de la compañía. Cuando escribes, ¿piensas en ellas?
Yo pienso en ellas siempre, la gran ventaja de mi dramaturgia son Ana, Inés y Ángela, son actrices brillantes, son fantásticas, con una proyección tremenda, para mí son las mejores de su generación. Cuando comienzo a escribir las tengo en mente, para retarlas, para que hagan cosas que veo que no han hecho otras veces. A veces las pregunto qué les apetece hacer.
También hablabas de Sergio Otegui, ¿cómo ha entrado a formar parte de la compañía?
Sergio es maravilloso, le conocí a raíz de la versión de Eloísa está debajo de un almendro que dirigía Mariano de Paco Serrano. Pero nuestro idilio comenzó a raíz de que él me hiciera un favor; necesitábamos una sustitución en Sueños de un seductor, vino y se hizo un Bogart que te mueres. Estaba brillantísimo y pensé que le quería para mí. Es verdad que nos hemos entendido muy bien.
Hay una cosa muy bonita con ellos cuatro y es que son grandes cómicos. Eso significa que son muy rigurosos. Tienen un sentido del humor estupendo, una disciplina brutal, son brillantes, creativos, proponen muchas cosas y acepto muchas más de las que aceptan otros directores. Tengo la suerte de que mi ego de director está muy tranquilo, no me peleo por eso, al contrario, cuando me dan cosas buenas yo las meto en el guiso.
Tengo cuatro actores fetiche que son Sergio, Juan Carlos Talavera, Jordi Millán y Jacobo Dicenta, son los cuatro hombres con los que a mí me gusta trabajar habitualmente.
Antes te preguntaba cómo te lo pasas escribiendo, pero ¿y dirigiendo?
Yo dirijo porque me gusta y porque entiendo mejor mis obras que otras personas (risas). Siempre digo que el teatro se hace en las salas de ensayo y me gusta ser el primero que lo ve. Estar en los ensayos y, de pronto, descubrir que no estás dando indicaciones, sino que estás disfrutando del espectáculo porque eso ya es teatro.