En la función asistiremos al ensayo general de un posible final, ¿cómo de preparados crees que estamos para un ensayo de esta envergadura?
Por mucho que se ensaye la muerte, intuyo que cuando llegue el momento, cualquier ensayo no nos servirá más que para haberle quitado un poco de peso durante la vida. Este ensayo es la excusa para hablar y para recordarnos continuamente que nos vamos a morir. Cuando llegue el momento cualquier guion, cualquier ensayo o cualquier cosa antes pensada no nos servirá. Eclipse total es un ensayo porque nos permite poder hablar de la muerte sin tapujos, de una manera directa.
¿Qué circunstancias vitales les atravesaban cuando decidieron abordar esta dramaturgia?
Si lo relacionamos con alguna circunstancia vital, es con la edad que tienen nuestros padres, que es el final más cercano que en teoría tenemos nosotros con las personas a las que queremos y con las que nos relacionamos. Es cierto que el tema estaba encima de la mesa desde hace tiempo, pero nunca nos atrevimos a hablar de ello de manera directa y quizá elegimos el peor momento, que fue justo después de la pandemia, cuando la muerte estaba a diario tan presente en los telediarios y en las conversaciones. Eso fue un poco el empujón porque se hablaba de las cifras, pero no se hablaba de qué se siente cuando una persona se va a morir o cuando una persona muere.
Desde luego que la pandemia fue el evento canónico que nos marcó a todas las generaciones por igual en mayor o menor medida. Es lo más cerca que hemos estado de un ensayo de este tipo porque siempre ha sido un tema muy tabú…
Y lo sigue siendo. Este ensayo es una forma de poner encima de la mesa que la muerte sigue siendo un tabú. Nos da apuro, nos da miedo y socialmente no está bien visto hablar de la muerte. Cuando alguien habla de su propia muerte y de cosas que le gustaría que pasaran después siempre hay alguien que le manda a callar. La muerte todavía es hija de este oscurantismo en el que hemos vivido durante muchos años y por eso decidimos hablar de ella, porque sigue siendo un tema tabú como lo es el sexo también. Aunque en la pandemia era algo que estaba muy presente, la gente se moría sola. Se habló mucho de la muerte, pero quizá no se humanizó y nosotros intentamos que, aunque hay mucho humor en la obra, la muerte esté muy presente, pero que sea muy humana, que nos encontremos, nos miremos, nos riamos, disfrutemos y, luego, que nos despidamos como toca.
Hablando del humor, que es marca de la compañía, ¿cómo se pone en escena hablar de un tema tan serio y tabú como la muerte y que el humor siga estando presente?
Ha sido lo más difícil en nuestra carrera. Nunca hemos prescindido del humor, pero ha sido la primera vez en la que el humor estuviera presente era un reto porque no queríamos caer en el humor negro, en la frivolidad o en una serie de lugares comunes que pueden ser muy interesantes, pero no es el sello de la compañía. Nunca hemos hecho humor negro o comedia pura. Buscábamos un trabajo que oscilase entre la emoción, la ternura y el cachondeo, que es muy típico en Valencia, y abordarlo desde esa frontera nos parecía muy difícil hasta dudar profundamente de si el humor cabía en un tema tan doloroso como puede ser la muerte de un ser querido o la propia muerte. Asumir tu propia muerte puede ser un proceso muy traumático. Así que apostamos por la ternura y la honestidad a la hora de presentar a nuestros familiares, a la hora de despedirlos, a la hora de presentar a la muerte con gestos, con cara, con ojos, con voz… El humor que había, en el fondo, era un homenaje a nuestros seres queridos, a las personas que nos han precedido. Eso ha sido un poco la clave.
En los procesos de creación de la compañía anteriores a esta pieza se llevaron a cabo talleres, sin embargo, en esta ocasión no ha sido así y se llevó a cabo un proceso de investigación más profundo. Cuéntanos cómo se desarrolló este trabajo y en quiénes os apoyasteis.
Los procesos de investigación y de creación en la compañía siempre son largos y tienen un grado de profundidad importante, porque el tiempo te deja que las ideas maduren. Esto es una dinámica clave en nuestra manera de crear, pero sí es cierto que después de tres trabajos de creación mucho más abiertos, porque en El hijo que quiero tener participaban veintipico personas entre niños y adultos, en Las siete diferencias (2018) había personas de otras culturas, abrimos el proceso a muchas personas migrantes que fueron pasando por la sala, en Acampada contamos con un laboratorio de creación con personas con y sin diversidad funcional… es cierto que en este proceso necesitamos volver a nuestros inicios, al espacio de trabajo en los cuales nos encontramos Pau, Alex, Joan y yo. A nivel logístico, necesitábamos no dedicarle demasiado tiempo para organizar grandes grupos y sobre todo para tener la intimidad necesaria para poder hablar profundamente desde nuestra relación con la muerte y con los familiares que ya no están. Habría sido algo muy diferente hablar de la muerte con un grupo externo. En este caso, hay un trabajo de auto ficción bastante grande. Este viaje a través de la historia y a través de nuestras familias habría sido muy diferente si hubiésemos abierto el proceso a otras personas, no digo que peor, pero sí muy diferente.
Y de cara a afrontar un estreno, ¿cambia algo el trabajo realizado a través de los talleres a cuando no lo habéis hecho como en este caso? ¿Sentisteis que os tirabais más al vacío al no conocer impresiones previas de público potencial?
Quizás sí, porque los propios participantes son también espectadores en algún momento, pero en nuestros procesos siempre hay un momento donde abrimos. No concebimos tampoco llegar a un estreno sin antes haber testado con nosotros mismos y luego siempre hay un día que abrimos, viene gente de confianza o del equipo creativo y mostramos los materiales; no es ni siquiera la pieza, pero ya son escenas, ideas, textos…Siempre intentamos que haya una semana técnica en la que trabajamos en el teatro y el último día hacemos una muestra para gente cercana, pero ya no son los cuatro de la sala de ensayos, sino a lo mejor son 20 o 30 personas que vienen, luego hablamos, nos vamos a tomar una cerveza, nos cuentan qué han sentido, qué les ha parecido, qué han percibido, qué ideas que le han sugerido, si han tenido alguna idea, qué han entendido, qué no han entendido. Y esto nos va dando pistas al estreno.
Eclipse Total es una pieza que ya está estrenada e incluso está rodada, ¿puedes hacer algún tipo de balance sobre el aprendizaje te llevas de todo este proceso?
Como grupo, nos costaba hablar de la muerte en general, a unas personas más que otras, y desde que hicimos Eclipse Total hemos hablado con mucha más naturalidad de la muerte. A nivel personal, me ha hecho darme cuenta de algo que siempre había dicho y pero que no lo había sentido, y es que las personas no mueren nunca porque permanecen en las personas que se quedan. Haciendo los personajes de mi abuela y mi abuelo, me he dado cuenta de que sus voces forman parte de mi voz, sus gestos forman parte de mis gestos y era algo que pensaba que no. Ser conscientes de que nos vamos a morir es súper importante porque nos hace darnos cuenta de la importancia que es estar vivo. Durante la gira ha sido una de las reflexiones y una de las respuestas muchas veces del público. Propiciar este viaje es un regalo porque muchas veces vamos a tope todo el día respondiendo correos, WhatsApp, con reuniones, con ensayos, con giras, cada uno por su trabajo y creo que Eclipse total es un freno de mano total, es un momento en el que el tiempo se para y nos damos cuenta de que paradójicamente, esta mesa que parece que esté quieta, no está quieta y el tiempo está pasando. Es importante sentarse, contemplar la vida y deciros: ¡Ya estoy vivo!
Alex y tú encarnáis a cada una de vuestras familias, ¿cómo ha sido componer todos estos personajes ahora que ya no están entre vosotros? ¿Cómo ha sido este viaje a nivel emocional y cómo se toma distancia para que no sea tan traumático?
Desde hace muchos años hemos trabajado con muchos elementos autobiográficos, hemos hecho de nosotros mismos y hemos trabajado también incluso con nuestros padres en escena y eso nos ha permitido acostumbrarnos. Somos conscientes de que hay un momento en el que persona y personaje se separan, toman distancia y no es una cuestión fría, ni es una cuestión vital, sino también es una cuestión profesional. La persona tiene un límite, el personaje no. Es lo bonito del teatro. El personaje te puede llevar a muchos lugares donde tú ya no llegarías. Es muy bonito construir personajes a través de nosotros, pero hay un momento en el que tienen que separar y tienen que volar. Aunque Jesús y Alex sean Jesús y Alex en la vida y en escena, en el escenario ya no son ya no son ellos, son personajes basados y viajan también a través de otros personajes. Es mucho más saludable y artístico. No estamos ahí por exhibicionismo, sino estamos ahí para compartir y para que el intérprete sea un canal para para llegar al espectador. Jesús y Alex personajes son ese canal por el que bailan nuestros padres, por el que bailan nuestras madres y por donde también acaba bailando también el espectador.
¿Trabajar desde tu propia experiencia, en qué lugar te sitúa? ¿Te coloca en tu zona de confort o todo lo contrario?
Hay una parte muy importante de la construcción de la dramaturgia del personaje que ya está hecha y hay una parte de la materia orgánica de ese personaje, pero luego hay otro trabajo que hay que hacer para para que sea saludable este trabajo, que es este distanciamiento de esta idea de que el personaje ya no soy yo, sino que está al servicio de una dramaturgia. Si hay que exagerar estos rasgos o esta opinión, que es mucho más radical, se lleva a un extremo. Más que exagerar es que se lleva al lado de la dramaturgia que favorezca a los opuestos con los otros personajes, que esté al servicio de una parte del discurso de la obra y que abra preguntas. Hay algo muy bonito del trabajar con uno mismo que tiene que ver con abrirse y con que no te importe que se vea tu fragilidad o tus contradicciones. Es un ejercicio bonito como actor, como persona, y creo que también es un ejercicio bonito cuando lo ves como espectador. Ahora, no olvidemos que es teatro y que Jesús y Alex o Pau o Joan, cuando están en escena no son ellos.
La pieza se desarrolla alrededor de una mesa, donde parece que se celebra algo, ¿qué nos puedes desvelar sobre esta escenografía y la simbología que tiene?
Es una mesa donde los niños se sientan en un extremo y los mayores se sientan en otro extremo. Esto es algo muy típico. Casualmente van pasando los años y vamos cambiando de silla. Con esta idea muy lúdica y sencilla, porque casi que es el juego de las sillas, vimos que estaba la esencia del paso del tiempo, del relevo generacional y del paso por esta vida. Hay una tela que desplegamos al principio en la cual van apareciendo los hitos más importantes en la historia de la humanidad hasta que al final llegamos al Big Bang. A través de ella, representamos lo insignificantes que somos en la historia de la humanidad o la historia de la existencia, pero lo importantes que somos en esa mesa. Somos muy poquita cosa, pero cuando nos sentamos en esta mesa, cuando vemos a esta generación, pasarán los años y dentro de miles de años nadie se acordará de nosotros, pero mientras estemos aquí, celebrémoslo. Hay también un texto que dice que aunque pasen muchísimos años, siempre quedará una pequeña huella, por mínima que sea, de nuestra existencia.
Imagino que este proceso os habrá ayudado a conocer de qué manera acompañar en un duelo…
Cuando preguntabas antes por la profundidad de los procesos a la vez que en el espacio de trabajo estuvimos nosotros solos, sí que hubo también un trabajo con personas especialistas: hubo un trabajo con una persona del campo de la filosofía, hubo una persona también del campo de las artes plásticas y hubo una persona con la que también estuvimos trabajando en algunas sesiones, que venía del campo de la psicología, concretamente un especialista en acompañamiento en el duelo. El trabajo que tuvimos con él fue bastante revelador, porque nos hizo darnos cuenta de lo fácilmente que apartamos la muerte y cómo los cuerpos en cuestión de horas desaparecen. Antes no era así, los cuerpos estaban en casa varios días y la gente se despedía. Para nosotros fue un poco una hostia. Lo más revelador de este encuentro con esta persona fue cómo la sociedad rechaza los cuerpos sin vida porque ya no son productivos, cómo hay una aversión también al cuerpo inerte. En escena cuando me toca irme yo digo “el cuerpo de una persona muerta no es alguien, pero es algo de alguien, es el anticipo de una desaparición, pero todavía es. Todavía es un cuerpo de alguien”. Esta idea de decir estoy muerto y ya no ni os acercáis, es un poco una crítica a la sociedad, a cómo los cuerpos sin vida se apartan rápidamente. Él nos decía que la primera despedida viene de la despedida del cuerpo, de tocar un cuerpo y de despedirse. Personalmente, cuando murió mi abuela, tuve la necesidad de correr rápidamente al hospital donde estaba, donde acababa de morir, tocarla, abrazarla y despedirme de ella. Es algo muy animal, pero estamos perdiendo esta animalidad. También nos decía que cuando hay una muerte traumática, como la de un hijo o hay un accidente es un caso aparte. Para mí, la muerte es una oportunidad, no es solo una tragedia, para aceptar despedir a los seres queridos y para ser conscientes de que somos seres finitos y de que esto es un baile. Para nosotros fue importante, esta idea de despedir el cuerpo también, de no esconderlo, de darle el valor y la importancia que tiene. Otra cosa que nos resultó curiosa fue que utilizamos un documento que nos pareció súper interesante que era el Manual de acompañamiento en el duelo para las escuelas. Estaba editado y redactado por expertos de la Generalitat de Educación y hablaba de la muerte como una oportunidad para empatizar. Se hablaba de las muertes de los padres, de las muertes de hermanos, de las muertes de familiares, de los abuelos y de cómo era una oportunidad para hablar de la muerte en clase, para empatizar, para hablar de los sentimientos, para darle valor a la vida. Había cosas súper bonitas. Esto para nosotros también fue revelador y, sin embargo, está poco presente el tema de la muerte en la escuela.
¿Habéis hecho alguna reflexión sobre el significado de estar vivo?
Curiosamente, la pieza habla más de la vida que de la muerte. Eclipse Total es un canto a la vida y es una celebración de la vida en su plenitud, en todas las etapas.
¿Hicisteis algún ejercicio de imaginar cómo podía ser la vida sin vosotros?
Sí, lo hicimos en algún momento, pero me parece curioso que lo preguntes porque no lo hemos contado mucho. No sé si esto es interesante para la entrevista, pero cuando yo lo hice hubo un momento en el que Pau me dijo que parara ya porque empecé a visualizar lo que pasaría si yo me moría de una manera muy clara. Al final, esto se coló desde el humor en un momento de la obra cuando yo me tengo que marchar. A partir de estas visualizaciones ya se quedó la idea de quién ocupa tu lugar o cómo te recuerdan. Cuando piensas en la muerte se abren muchísimas preguntas y la obra es una lluvia de preguntas: ¿Cuántas veces has tocado a una persona muerta? ¿Cuántas parejas has tenido? ¿En cuántas casas has vivido? ¿Cuántos coches has tenido? ¿Cuántos viajes has hecho? ¿Cuál es la persona con la que más tiempo has pasado en tu vida? Hay muchas preguntas que se lanzan y que te llevan a este espacio más íntimo del espectador de reflexionar. La obra tiene este equilibrio o este vaivén entre lo universal, lo íntimo, lo personal, lo cotidiano y lo trascendental. Vamos jugando de un lado a otro y esto es lo que hace que el espectador se deje llevar.
Pont Flotant es una compañía consolidada, premiada, reconocida por crítica y público que ahora regresa a Madrid a una sala de pequeño formato como es La Mirador. ¿Hay alguna intención a la hora de estar programados en una sala de estas características, de hacer un guiño a estos espacios pequeños como de querer cuidar el tejido teatral?
Las salas alternativas existen porque hay compañías que van a estas salas y hay compañías como la nuestra que existen porque existen las salas alternativas. Nosotros hemos nacido en las salas alternativas y nunca hemos dejado de ir. Siempre hemos seguido combinando las giras en otros teatros, institucionales o teatros públicos, con las salas alternativas porque nos parece que el trabajo que han hecho siempre ha sido esencial en el tejido teatral. Súper importante para las compañías que empiezan, súper importante para las compañías que seguimos apostando también por otro tipo de espacios que propician la proximidad, que hay otro tipo de relación con el espectador, con la propia sala. También tengo la sensación, y esto no es falsa humildad, de que seguimos empezando con cada nuevo trabajo. Vivimos en el alambre, de que no sabemos muy bien qué vamos a hacer, nos asaltan las dudas y montón de incertidumbre que tienen que ver con lo artístico, con lo profesional, con lo económico y con todo. No es que nos hayan dado muchos premios, pero bueno, por muchos premios que te den, por muchos reconocimientos que te den, seguimos haciendo un trabajo arriesgado y frágil.