A quien contemplar el drama, decía Nietzsche, le lleve a recordar el ideal reformador del arte, tendrá que admitir que aquella obra de arte del futuro es un espejismo: lo que esperamos del futuro ha sido ya una vez realidad, en un pasado de hace más de dos mil años.

Ernesto Caballero y Karina Garantivá.

De ese pasado hemos heredado palabras para el teatro y conceptos fundamentales como el de justicia. La justicia aparece en La Orestíada de Esquilo como un anhelo doloroso. No llega mediante un ejercicio racional, sino como un consuelo que la diosa Atenea concede al atormentado Orestes. Quizá sea una forma de expresar que la justicia debe estar por encima de la estructura social.

Pero la justicia es también un mito. Es el mito del poder. Y uno de los trabajos del teatro es cuestionar el poder, mostrar sus contradicciones para devolverle a las personas la posibilidad de pensarse libres de coerción, al menos durante el tiempo de una representación.

Hoy el poder se ejerce conquistando el espacio íntimo, no a través de la persuasión, sino por repetición de mantras ideológicos que impiden imaginar la unidad.

Al teatro le corresponde alejarse de esas simplezas y recuperar, para la ciudadanía, la filosofía; no desde la academia, sino desde el juego de pensar su existencia.

Por eso resulta interesante volver a una obra que nos plantea la necesidad de un pacto. En la tragedia ocurre algo sorprendente: los espectadores se unen mediante el dolor. El dolor nos reconcilia con otros seres humanos al reconocernos iguales. La crítica en la tragedia es aún más elevada porque se dirige al sí mismo: al ser humano que yerra.

¿Acaso hemos dado el poder a las personas equivocadas? ¿Estamos olvidando nuestro compromiso con la construcción de una sociedad mejor? ¿Cuáles serán las consecuencias?

Trabajando en La Orestíada nos hemos preguntado: ¿Qué podemos hacer con el odio?

En Teatro Urgente hemos decidido que esta tragedia puede dialogar con nuestra realidad. El reparto, formado por Marta Poveda, Olivia Baglivi, Nicolás Illoro, Gabriel Garbisu, Alberto Fonseca, junto a los creadores Bastian Iglesias, Samuel Silva, Fer Muratori y un equipo comprometido con la dirección de Ernesto Caballero. La obra también contiene una carga de sinrazón y ritualidad que  invita a la emoción.

¿Qué es la guerra? —se preguntaba Esquilo—. Dos hombres que, pudiendo ser los mejores amigos, deciden matarse como perros para evitar morir. En Teatro Urgente buscamos un espacio de peligro intelectual y estético donde transformarnos a través de las relaciones que construimos. Hemos experimentado la crueldad, el horror y ahora queremos compartir con el público esta fiesta.