Ha pasado una semana desde que se clausurara el Festival de Cine de San Sebastián y nuestro compañero Lucas Cavallo, tras pasar la resaca cinematográfica, nos hace un resumen de cómo ha vivido esta edición entre descubrimientos y decepciones, en la que nos cuenta sus aventuras y desventuras con los protocolos de seguridad, que le han causado algún que otro dolor de cabeza pero que, por otro lado, reconoce son absolutamente necesarios para continuar demostrando que la cultura es segura.
SSIFF: un festival que se resiste a la pandemia
Por Lucas Cavallo
Tras unas jornadas de reflexión, y mucho trabajo en mi empleo habitual, he decidido ponerme a escribir la contracrónica del Festival de San Sebastián 2020, primero pero no último, visto lo visto, que se realizará bajo el protocolo de normas anticovid que produjo, entre otras cosas, la reducción de aforos, películas y estrellas, pero no de la calidad vista en sus diferentes secciones.
Llegué el viernes 18 procedente de Bilbao, donde había realizado una parada técnica cultural (en el Guggenheim disfruté de la exposición de Olafur Eliasson y en el Bellas Artes ABC el alfabeto del museo) y gastronómica (vinos y pintxos en la plaza de Unamuno) para presenciar la inauguración del Festival a cargo de la película de Woody Allen Rifkin’s Festival. Me considero un fan incondicional de su filmografía, pero esta vez me encontré con una película donde intentaba rendir un homenaje al cine que él ama, sin embargo, solo funcionaban algunos momentos como si de sketches se tratasen y, en el fondo no había nada de sustancia, como el director interpretado por Louis Garrel. Un Allen sin fuelle y con problemas de financiación. En la sesión posterior vi Nuevo Orden de Michel Franco, una familia adinerada está celebrando la boda de sus hijos hasta que una es interrumpida por una revuelta. Película a mitad de camino entre los miedos burgueses de Haneke y la lucha de clases de Bong Joon-Ho, retratado con la violencia extrema de la realidad latinoamericana. Muy recomendable.
El segundo día tuve que abandonar la ciudad y acudir a una cita ineludible en Getxo, lugar donde se casaba una amiga en plena pandemia. Tomamos todas las medidas necesarias para evitar cualquier tipo de rebrote, incluido el dejar de beber a las 12 de la noche y volverme a Donosti con resaca el domingo por la mañana. Llegué corriendo para dejar las maletas en mi hostal y salir a ver películas. Para poder validar tu ingreso en el cine era necesario llevar la entrada en el móvil. Eso no conllevaría ningún problema para una persona que tiene un Smartphone normal, pero a mí, propietario de un móvil cuya batería le dura una hora al día significaba un auténtico trauma. Llegué al Kursaal con una hora de antelación y pedí que me imprimiesen las entradas de las treinta películas que iba a ver. Sí, treinta. El programa que se usa en el Festival impide que se puedan seleccionar todas las entradas a la vez y teníamos que imprimirlas una a una empezando de cero cada vez que queríamos repetir la operación. Donosti estaba poniendo a prueba mi capacidad para realizar Yoga en espacios públicos. Cuando ya se encontraban en mi poder la mitad de las entradas, se acabó la tinta, tuvimos que esperar a que nos la cambiasen y que atendiesen a las personas que tenían sesiones antes que la mía. Para ese momento, ya nos habíamos olvidado cuáles teníamos impresas y cuáles no y tuvimos que volver a empezar. Estaba entrando en bucle. Gracias a Dios, quince minutos antes de empezar la película pude salir hacia el cine a ver la película japonesa Along the sea, un drama de tres inmigrantes vietnamitas que van a buscar una vida mejor en el país nipón. La película se emitía en versión original con subtítulos en inglés y euskera. Por suerte, el filme prácticamente no tenía diálogos y no tuve que recurrir a mi conocimiento de esos dos idiomas. Quise salir corriendo en el momento en que aparecieron las palabras “The end” pero un chico muy simpático y en un perfecto euskera me dijo, o yo intuí, o yo creí entender, que debía permanecer sentado hasta que terminasen los créditos de la película, aunque estuviesen en cirílico, puesto que una de las medidas de seguridad por el coronavirus era la de salir por filas de forma ordenada cuando los acomodadores nos lo indicasen. Me quedé de pie haciéndome el ofendido hasta que me permitieron escapar. Un día plagado de agobio, tedio y malas decisiones, una metáfora de mi vida. Lo pude terminar a todo lo grande con el visionado de Verano del 85 de François Ozon un bonito coming of age envuelto en un thriller con música ochentera. Si bien no es su película más elaborada, ciertamente no es En la casa, posee una gran sensibilidad para tratar un tema tan conflictivo, como siempre es la homosexualidad, en una época complicada, como siempre es la década del 80.
Para que este texto disponga de coherencia y cohesión intentaré centrarme en las distintas secciones del certamen y ofrecer una visión de lo que vi en cada una de ellas. Este año Rebordinos ha confeccionado una sección oficial con el nivel más alto de los últimos años. No sabemos muy bien si es debido a la buena selección que se ha realizado o al hecho de que Cannes no pudiese celebrarse y Donosti contase con seis de las películas que iban a presentarse allí. De cualquier forma, es muy meritorio que se haya podido realizar este festival en las circunstancias actuales. Si bien es cierto que se redujeron los aforos, sesiones y estrellas, la calidad de las distintas secciones no se vio resentida. De la Sección Oficial no pude ver, por culpa de mi amiga, Akelarre, Passion simple y Druk. La primera trata de brujas, la segunda de deseos pasionales incontrolables y la tercera de profesores que con la excusa de hacer un experimento sociológico se dedican a estar alcoholizados las 24 horas del día. Sinceramente, no me perdí nada que no haya visto en la boda. No fui a las proyecciones de Courtroom y Crock of gold porque no tengo la capacidad de apreciar los documentales. Me ocurre lo mismo con la poesía. Si tengo la posibilidad de ver una película de ficción o leer una novela siempre me decantaré por esa opción. Me arrepiento de no haber visto Crock of gold de Julien Temple que narra la vida del poeta punk Shane MacGowan y que ganó el Premio especial del Jurado obteniendo un aplauso unánime de la crítica. De la que me enorgullezco de haber visto es Beginning, que cuenta la vida de una familia de testigos de Jehová que es atacada por un grupo de extremistas. Su directora, Dea Kulumbegashvili, también decide optar por lo extremo en cada plano, parece buscar llegar al límite de la paciencia de sus personajes y del espectador. Muchas veces recuerda al Haneke de Funny Games o al mejor Gaspar Noé. La película consta de muy pocos planos, largos y prácticamente estáticos, y logra estremecer, petrificar e incluso aburrir. En el pase de prensa muchos compañeros escaparon, yo aguanté y acerté. Es imposible que te deje indiferente. Todo lo contrario me ocurrió con In the dusk del lituano Šarūnas Bartas que describe las vicisitudes de un grupo de partisanos de la resistencia ante la invasión del ejército soviético. El ritmo pausado y la eternidad de cara a terminar un diálogo lastra las bellas imágenes de la posguerra lituana. Sobre el final, la violencia y la traición elevan el nivel de lo que antes fue un tedioso ejercicio de sobre la psique humana y la doble moral. Es la primera vez que me acerqué al cine de Naomi Kawase. Me habían recomendado encarecidamente ver sus anteriores trabajos por la sensibilidad de sus propuestas, y la poesía que desprenden sus imágenes. En esta película se queda a mitad de camino. Cuenta la historia de dos maternidades frustradas que se reencuentran por el calvario que tiene que vivir una de ellas. Muchas veces roza el folletín, pero el poder de las actuaciones de las actrices principales hace verosímil la adaptación de la novela de Mizuki Tsujimura. Nosotros nunca moriremos fue la apuesta latinoamericana de la Sección Oficial, la película, dirigida por Eduardo Crespo, se centra en el viaje que realizan una madre y uno de sus hijos al pueblo donde acaba de morir su primogénito. El filme intenta mostrar la vida tranquila y solidaria de las provincias del interior argentino y, con su desarrollo pausado, nos va enseñando poco a poco, los sentimientos de unos personajes que viven en constante soledad. Supernova de Harry Macqueen está protagonizada por los siempre solventes Stanley Tucci y Colin Firth. Son una pareja que decide hacer un viaje por Inglaterra para visitar a familiares y amigos antes que la enfermedad de uno de ellos, alzheimer, empiece a ser inmanejable. Los diálogos muchas veces me recuerdan a The Trip de Winterbottom pero con tendencia a un melodrama más lacrimógeno. El film está bien actuado, logras conmoverte y preguntarte cuándo una persona deja de ser quién es y si es lícito dejarlo todo por ayudar a tu pareja enferma. Any Crybabies around? del japonés Takuma Sato nos lleva a un mundo de tradiciones en la que hombres disfrazados de ogros entran en las casas de los vecinos para que los niños lloren y hacer que ellos se refugien en sus padres realzando la figura de estos últimos. El protagonista, durante esta festividad, aparece borracho y desnudo deshonrando al pueblo y su familia por lo que debe mudarse fuera de la ciudad. Años más tarde regresa para demostrar que ha madurado. La película ganó el premio a mejor fotografía. Wuhai es un film chino que habla sobre la obsesión del dinero, las mafias y las relaciones personales existentes en Mongolia. Su protagonista está ahogado por las deudas y atraviesa por todos los estados éticos y morales para intentar recuperar su vida llegando a un desenlace desolador.
Para cerrar la Sección Oficial proyectaron, fuera de concurso, El olvido que seremos de Fernando Trueba basado en la novela homónima de Héctor Abad Faciolince que cuenta la vida y obra de su padre, médico y activista, en los convulsos años 70 colombianos. Está dividida en dos partes, la primera, a color, nos muestra al doctor en su vida familiar y la segunda, en blanco y negro, sus años de mayor activismo. A mí me convenció la primera parte, emotiva y sincera, vista a través de los ojos de un niño. Tengo la impresión que a la segunda parte le faltó mayor garra para mostrar el clima de violencia de esos años y tiene un final que excesivamente dramático. En las proyecciones especiales se vieron varias series. En mi caso acudí a Antidisturbios, producida por Movistar+, con dirección de Rodrigo Sorogoyen. Muy de actualidad, la serie trata de un grupo de antidisturbios que al presentarse en un desahucio terminan provocando un muerto y una investigación posterior por parte de asuntos internos. Podremos vivir casos de corrupción en la justicia, tramas urbanísticas y mucha doble moral. El ritmo es frenético y los diálogos punzantes manteniéndote al filo de la taquicardia durante los seis capítulos. Las actuaciones rozan la genialidad y terminas de verlo completamente acongojado. ´
En la sección Nuevos Directores cabe destacar la ganadora del certamen La última primavera de Isabel Lamberti que nos cuenta la vida de la familia Gabarre-Mendoza en el momento en el que les notifican que los van a desalojar de su vivienda en la Cañada Real. Parece un documental, pero no lo es. La naturalidad de las actuaciones y la ausencia de juicios de valor por parte de la directora nos permite vivir el día a día de una familia marginal, ver el heteropatriarcado, la solidaridad entre sus miembros y la ausencia de una vida normativa. El jurado joven le entregó el premio a la película de Ben Sharrock Limbo que cuenta la historia de un refugiado sirio en una pequeña isla escocesa. Su primera película Pikadero era una mezcla de Kaurismäki con humor vasco. En esta, su segunda, vuelve a recurrir a Kaurismäki pero en un tono más británico y es donde consigue la brillantez. Es de agradecer que el tono que utiliza para contar la historia sea en clave de humor. La realidad de los refugiados ya es lo suficientemente trágica. Las escenas están plagadas de humor absurdo que rozan la farsa pero, por la forma de mostrarlo, son situaciones completamente verosímiles. También cabría destacar la película I never cry del polaco Piotr Domalewski que narra el viaje que debe hacer la joven Ola a Irlanda tras ser llamada por las autoridades de ese país para comunicarle la muerte de su padre. Cuando llega a Dublin se da cuenta que en realidad no conoce a su progenitor y durante toda su estancia se dedicará a tratar de saber quién fue, sus gustos, sus motivaciones, qué le hacía feliz. Es un viaje donde también se conocerá a ella misma y lo que es capaz de hacer.
En la sección Perlak se mostraron las mejores películas de los distintos certámenes. Entre ellas la ganadora del premio del público The father, protagonizada por Anthony Hopkins y Olivia Coleman. Cuenta la historia de un padre con la mente deteriorada incapaz de reconocer lo que es real y lo que no. El director Florian Zelle, a través de un montaje en un bucle espacio temporal, hace que nos sintamos parte de la sensación de pérdida de memoria que tiene su protagonista. También se proyectaron las películas más importantes de Venecia y Berlín. En primer lugar, Nomadland de Chloe Zhao, donde una maravillosa Frances McDormand viaja al oeste americano para convertirse en una nómada. A través de sus bellas imágenes nos sumergimos en la vida de gente que se mantiene alejada de la sociedad tradicional pero cuyas relaciones interpersonales tal vez sean, incluso, más estrechas. Gente que lo ha perdido todo y se encuentra en lo marginal. En segundo lugar, Nunca, casi nunca, a veces, siempre, de Eliza Hittman, que nos mete en la piel de una adolescente que se queda embarazada y desea abortar, pero se encuentra con un sistema burocrático anquilosado que en lugar de facilitarle los medios para llevar a cabo su decisión intenta enfrentarla con todas las trabas posibles. Mención aparte merece la escena del cuestionario, tan necesario para los trabajadores sociales como violento para la receptora.
En Horizontes Latinos ganó Sin señas particulares de la mexicana Fernanda Valadez. No tuve la oportunidad de ver películas de esta sección porque me centré en las tres anteriores. La cinta cuenta la historia de una madre que, desde hace meses, no sabe nada de su hijo que cruzó la frontera con los Estados Unidos y decide investigar lo sucedido. La prensa que si vio las películas de esta sección consideró que fue una justa ganadora.
Y así el Festival de cine de San Sebastián 2020 llegó a su fin. Con unos premios de la sección oficial concentrados en la película Beginning (Concha de oro, Concha de plata mejor actriz, Dirección y Guion) olvidando otros films que, en una edición con un nivel alto como esta, merecían llevarse, al menos, algún reconocimiento. Este año Donosti y el coronavirus nos dejaron mucha lluvia y poca gente, pero mucho nivel y pocas proyecciones. Esperemos que el año que viene, manteniendo las medidas de seguridad que han demostrado ser eficientes, podamos disfrutar de este festival tan importante y necesario para los tiempos que corren.