Llegas a Teatros del Canal con Todas las canciones de amor, obra que gira en torno a la figura de tu madres, ¿cómo ha sido poner en pie este texto?
Pues cuando se me ocurrió hablé con Santiago Loza, el autor, luego con Andrés Lima (director) porque necesitaba alguien que me ayudase y que supiese del asunto, que fuera buen director y pudiera armar eso que yo medio tenía en mi cabeza, que luego ha sido muy distinto de lo que yo imaginaba. También soy productor de parte de este proyecto, al que también entraron Joseba (Gil), Andrés y el Canal. Ahí supongo que debe de entrar un poco en juego que al presentar propuesta junto con Andrés pues lo compraran. No es fácil que te programen en teatro, pero esta vez ha salido bien y bueno, ya hemos demostrado que era factible porque antes de estrenar ya tenemos casi todo vendido en Madrid. Cosa que me alegra mogollón.
¿Cómo te sientes interpretando a tu madre?
Yo me siento pequeña cuando estoy en el escenario, ahora estoy en el Calderón y ves 800 personas, yo solita, (cambia el tono de voz) hablando con voz de mujer y relatando cosas muy pequeñitas que le pasan a esta señora. La verdad es que también tiene sentido porque está esa cosa cotidiana en la que voy a contar algo extraordinario que me ha pasado, que es que se me ha roto el cepillo de dientes y estoy muy asustada. Es bonito.
De cara a afrontar el estreno, ¿hay algún miedo o inseguridad?
Joder hoy estoy un pelín más tranquilo porque ayer hicimos un pase con 80 personas y la testé con el público de Valladolid que es exigente. Pude acabarla, decir todas las palabras una detrás de la otra y estoy más tranquilo y con ganas de acabar con público porque una función se acaba con el público, no la puedes terminar antes. Por lo demás, he pasado una crisis del quince, un terror que no es lógico, no es mental, no sé, es muy emocional, muy fuera de todo lugar, fuera de todo lo racional.
Un periodista me preguntó: “¿Qué necesidad tenías, Eduard, con lo bien que te va de meterte en esta?” Pues la verdad que qué necesidad tenía yo. Pues mira parece que la tenía porque sino no estaría aquí.
¿Cuál es el momento más duro de tu carrera?
Hay varios, dependen solo de la felicidad que tenga la persona, que eso se transmite a la carrera y la carrera da un poco igual, la cosa es cómo está la persona. Una cosa siempre va con la otra. Está bien pasar por todos los sitios.
En tus palabras ¿qué es para ti el amor?
El amor es estar con el otro, mirarlo con curiosidad, aceptar sus diferencias y acogerlo.
¿De qué hablan los silencios de Ana María?
De algo muy teatral, del no saber estar en ningún sitio, de que las cosas tienen otra realidad de repente. Como dice ella: “Cuando lo inexplicable se repite uno se da cuenta de que la realidad ha sido tomada por el asombro”. Pues así está ella, (dulcifica el tono de voz) asombrada de que las cosas no son lo que eran o no sabe lo que son. Ella por un lado se quiere aferrar a la vida y contarle a los espectadores lo que está pasando y, por otro lado, está cansada y quiere descansar. Esos silencios hablan del amor, del amor a su hijo que no pudo acogerlo tal y como ella quería, de la vida que ha pasado. Al final se da cuenta de que todo estuvo bien y lo que la aúna con el amor es que ella descubre que se quiere a si misma.
El monólogo se desarrolla en una cocina, ¿qué tiene de especial este lugar de la casa?
Es donde mi madre ha pasado toda la vida. Yo digo que esta obra es muy personal y lo es, pero es una obra escrita en la que solo tiene un hijo, pero lo esencial está. En mi casa éramos seis, mis padres y mis cuatro hermanos, y siempre estábamos en la cocina que era muy pequeñita. Estábamos los seis como encantados, hablando mientras ella cocinaba y otro hacía no sé qué, y pásame esto, y baja a comprar Eduardo…era el lugar de reunión de la familia. Ella cocinaba para todos. Era el lugar donde se calentaban las ollas para poner en la bañera porque no había agua caliente. El día que tocaba baño, nos íbamos todos a la bañera y usábamos la misma agua para los cuatro.
¿Cómo se asume ponerse en la piel de tu madre cuando el director y el autor también son hombres?
Con mucho cariño, teniendo muy claro yo cómo era mi madre. Lo bonito es que, siendo actor, le hago un homenaje a mi madre, por tanto, me pongo en la piel, me pongo una peluca y un camisón. La madre habla mucho de su hijo, la estoy actuando y tiene un juego de espejos bonito y llega un momento en la obra que ella dice: “En este instante Eduardo estará pensando en mí”. Y soy yo el que dice eso.
Aunque el texto ya estaba escrito, lo trabajasteis los 3 en talleres…
Como esto partió de un deseo mío de hablar de mi madre, Santiago añadió algunos trocitos de texto que hacen que a mi me resuene mucho más como que me hacía pis en la cama siendo mayor, que tenía los pies planos, que me costó andar, que era enclenque, que me costó desarrollarme, que tenía mucho miedo…hay unas cuantas cosas que ya me lo acercan mucho.
Qué te ha resultado más difícil a la hora de encarnar a tu madre
Aprenderme el texto (risas). Te lo digo de verdad, esas veinte páginas seguidas. He ido poco a poco encontrando el tono, la voz porque no pretendo hacer una imitación, no sé qué pretendo, lo he ido encontrando. Con mi madre hablábamos mucho, teníamos una relación muy cercana, la tengo muy presente cuando ella empezó el deterioro, había mucho cariño y, a la vez, los cuatro hermanos mirábamos con mucha objetividad lo que le pasaba a la mama. Tenía una parte cómica, el alzhéimer tiene esa parte también, las preguntas constantes y están cerca del teatro y del actor, preguntar todo el rato lo mismo como si fuera la primera vez. A eso es a lo que nos dedicamos los actores sobre todo en teatro para decir por primera vez, de nuevo, siempre lo mismo.
¿Trabajando el texto has descubierto cosas de ella que antes no te hubieras percatado?
Yo llamé al marido Jesús que es como se llamaba mi padre por acercármelo, porque mi padre pintaba, pero la relación de ellos dos en la obra, es un poco heavy. A ratos, ella está muy sometida, que no era así, pero había una parte que por época la mujer estaba en casa, el marido en general no daba ni golpe, ni lavaba, ni fregaba, ni ponía la mesa siquiera y hay algo de eso, de la renuncia de esas madres por un lado a sí mismas a entregarse a los demás con toda la humildad para que los demás fuera de casa fueran ellos mismos, impregnado con una renuncia bestial, que ellas sabían o no, pero que en algún lugar de ellas mismas estaba esa frustración o esa rabia porque nadie las mire de alguna manera. En aquella época y en esta, me imagino.
Qué visibilidad tiene hoy en día las vicisitudes de la tercera edad, ¿estamos preparados para enfrentarnos a ella y a la muerte?
La muerte siempre da mucha vergüenza, da pudor, le quita importancia al dolor. Esto pasa siempre con las cosas feas. Respecto a la tercera edad, creo que, como nos vamos ordenando la vida para que nada nos moleste y para no ver lo que es feo o no nos gusta, en la sociedad estamos haciendo eso a las personas mayores, las apartamos y los metemos en una residencia. El otro día vino una chica que era asiática, no recuerdo de dónde, que contaba que la gente mayor es muy respetada en su país y cuando vio un geriátrico por primera vez flipó. No se lo podía creer y me decía que la ponía fatal y cómo los dejábamos ahí solos. Le parecía una barbaridad. Es una pena que no puedan estar en casa, siendo el centro, compartiendo la experiencia de la edad con los niños. Últimamente he visto un proyecto en el que los niños cuidan de los mayores y me parece maravilloso y muy sano.
¿Recuerdas cómo o cuándo fuiste consciente que tú madre no era la mujer joven que conociste y empezaste a conocer a otra persona?
Al ser cuatro hermanos, eso nos ayudó para poder hablar y darnos cuenta de que ellos se iban deteriorando sin saberlo. A mi padre le pusimos una mujer fija en casa para que los ayudara y recuerdo que mi padre decía que qué tontería era esa. Y después de un año nos dijo: “Estoy sorprendido de los inteligentes y lo listos que fuisteis cuando visteis que lo necesitábamos porque es verdad y yo no me daba cuenta”. Eso es así, de repente, uno se va yendo, no se da cuenta y se va poco a poco despidiendo de las cosas. Esa es la obra. La obra habla de cómo ella poco a poco se va despidiendo de las cosas, de la gente, de ella misma, de cómo está sola en esa cocina.
¿Es eso es el quiebre de la rutina del que habla la obra?
No lo sé, ella siente un quiebre de la rutina y quiere compartirlo para ver si eso es verdad o es una fantasía de ella. Ella quiere saber si lo que ha ocurrido es realmente el quiebre de todo o es ella que se está deteriorando y al final es todo lo mismo. Las cosas no son nada sino cómo las vemos. Ellas las ve así y lo quiere contar para entenderse y para ver qué pasa y en ese contarlo se va despidiendo y dice adiós.
¿Te pusiste algún límite a la hora de ahondar en tu memoria familiar?
La verdad que no. En casa somos todos bastante francos hablamos de las cosas buenas y malas con bastante naturalidad, incluso de la muerte. Mi madre se quería morir y tenía toda la razón, no solo todo el derecho que sin duda. Objetivamente, tenía toda la razón para pensar que ya estaba de más. Se iba deteriorando a unos niveles que daba mucha pena y de la locura, recuerdo la primera vez que la vi, y dije: “¡Ostia! No es mi madre. Es la locura que está dentro ya”. Tenía unas reacciones que nunca había tenido jamás, de rabia, de querer morder. Era muy bestia. Un día estaba yo solo con ella en casa, comiendo unas lentejas y le dije: “Oye mamá, para eso tuyo de quererte morir, se me ocurre una cosa, que es que dejes de comer”. Hizo una pausa, miró las lentejas y luego a mí y me dice: “Me parece que eso no va a poder ser”. Y siguió comiendo lentejas. Mi hermano le dijo que si quería podíamos llevarla a algún país para acabar con su vida. Y decía que no, ella quería que se la llevara el señor. Y cuando escuchaba que alguien se suicidaba nos miraba y nos decía: “¡Qué valiente!”.
¿Qué tienen esas 5 canciones de amor y no otras para llegar a formar parte de este monólogo?
Estas cinco son excepcionales y ninguna las iguala (risas). Hay muchas canciones en el mundo de amor. En este caso tenían que ser canciones posibles de mi madre, de la madre de Andrés y que a los dos nos tocase y las sintiéramos de cerca. Pusimos varias sobre la mesa y fue bastante fácil encontrarlas. El final de cada escena pide una cosa u otra.
No podemos saber qué hubiera dicho Ana María de haber podido disfrutar de este monólogo, pero podemos imaginarlo…
(Interpretando) No, no, más derecho, ponte más guapo, más derecho. Ponte otra ropa. En camisón no. Ponte un poco, no sé… Entonces le pediría permiso: “Mamá, te voy a sacar un poco deteriorada”. “Si ya no lo podéis cambiar, pues bueno, ayyyy” diría (risas). Y luego, supongo que estaría contenta porque quiere a su hijo y diría: “Bueno si a la gente le gusta pues está bien”. Digo yo.
Fantaseo con la idea de que tu hija Greta te tome el testigo para montar este texto dentro de unos años…
¡Ah! No lo había pensado nunca. Es la primera vez. La próxima vez que le hagas una entrevista a ella se lo consultas.