Por Pablo Iglesias Simón / @piglesiassimon
Ángel de la Calle, valiéndose de elementos autobiográficos que disfraza, retuerce y falsea a su antojo, dibuja en Pinturas de Guerra una historia caleidoscópica sobre las luces y sombras de las relaciones entre el arte y la política, entre la creación libre y el compromiso con la realidad. Así, el propio autor se embarca en un falso relato autobiográfico rumbo a París, donde intentará documentarse, en vano, sobre la actriz Jean Seberg y los detalles que rodearon su fatal y confusa muerte prematura. En su deambular se verá inmerso en una trama política donde se entrecruzarán agentes de la CIA, miembros de los servicios secretos franceses implicados en la guerra sucia en Argelia y artistas huidos de los horrores de las dictaduras del cono sur. Acosados por las pesadillas de torturas pretéritas y por los escuadrones de la muerte que continúan persiguiéndolos por tierras extranjeras, los creadores sudamericanos, inspirándose en Artaud, ensayarán un movimiento artístico fallido, el autorrealismo, con el propósito de reconciliarse con el mundo y consigo mismos. De la Calle será el quimérico cronista de su amanecer y de su ocaso, el involuntario testigo de su incapacidad para darle un justo final a su escapada.
En la novela gráfica El bebedor, Jakob Hinrichs hace un mortal metaliterario al entrelazar la fábula de El bebedor de Hans Fallada, donde cuenta la caída en el alcoholismo de Erwin Sommer, un inseguro empresario de éxito, con el descenso a los infiernos del autor alemán mientras lo escribía, ingresado en un sanatorio por sus problemas con la bebida. Hinrichs, valiéndose de sólo cuatro tonos y de técnicas de impresión manuales, provoca un contraste y estallido cromático expresionista, que nos ayuda a colocarnos bajo la incómoda epidermis de ambos relatos. La ficción de Sommer y la realidad de Fallada se mirarán así la una a la otra, para devolvernos el reflejo perturbador de unos bebedores acomplejados frente a unas parejas hacia quienes proyectaran sus frustraciones. De este modo, este díptico etílico logra revelar el tinte biográfico con el que los autores colorean sus obras, evidenciando la capacidad de la realidad para superar cualquier intento por ficcionalizar los propios fantasmas.