¿Por qué os decidís, en su momento, a representar este título original de Inmaculada Alvear?
Pedro Sánchez: Decidí representar este texto por dos razones: una fue por el tema de denuncia social, y la otra por la forma en la que estaba escrita la obra, ya que se trata de un texto poético donde los personajes también verbalizan lo que piensan y sienten.
¿Y de dónde nació la idea de representar la obra con el público a ciegas? A través de este teatro sensorial que planteáis, ¿creéis que el mensaje de la obra llega mejor?
Pedro Sánchez: Lo cierto es que estaba en una gira teatral cuando me dio conjuntivitis y por mi cabeza no paraba de circular la idea de “¿qué pasaría si me quedara ciego en el acto?”. Lo sé, era un escenario catastrófico con muy pocas posibilidades de pasar, pero después de esa idea vinieron otras; “¿cómo sería ser actor siendo ciego?”, “¿cómo vive el teatro el espectador ciego?”, “¿hay montajes pensados con esta premisa?”. Y ahí comenzó mi investigación y el inicio de esta aventura tan emocionante. En cuanto a si la obra llega mejor, normalmente se dice que una imagen vale más que mil palabras. Pero con esta obra sucede lo contrario, el mensaje te llega desde otros sentidos y las imágenes las construye el espectador en su cabeza. Por ello la obra se convierte en una experiencia sensorial, donde el espectador no ve la obra, pero sí la siente, la respira y, en definitiva, la vive de una forma más personal.
Y además de esta interesante forma de llevarlo a cabo, ¿de qué forma la puesta en escena huye de convencionalismos?
Pedro Sánchez: Por poner algunos ejemplos, rompemos constantemente la cuarta pared, actores y espectadores están en un mismo espacio y, por ende, el sonido por lo tanto llega desde distintas direcciones consiguiendo envolver al público. Además, al no utilizar la vista, el espectador crea cada escenario en su mente, a partir de su imaginación: el colegio, el parque, la habitación de la niña, el metro, la cocina… cada una de las localizaciones en donde transcurre el argumento de la obra.
Imagino que por edad no pudisteis ver esa primera propuesta dirigida por el gran Guillermo Heras y más allá de las diferencias formales, ¿habéis rescatado algo de esa primera propuesta, queda algo de esa esencia o habéis optado por vuestro propio camino?
Pedro Sánchez: Lo cierto es que hemos optado por nuestro propio camino. Vi algunos vídeos de otras representaciones anteriores de este texto, pero nuestra propuesta se aleja bastante de las demás. Partiendo de que los personajes de Chiqui y Antonio en nuestra primera versión se repartían entre tres actores y tres actrices. Por lo tanto, introducimos la figura del coro en el texto, algo que no estaba en ninguna de las versiones anteriores.
¿Habéis hablado con asociaciones de mujeres víctimas de violencia machista para cuidar más la propuesta y acercaros más al tema?
Pedro Sánchez: Sí, la obra ya la hemos representado en varios lugares y hemos tenido en cuenta muchísimos testimonios tanto antes de estrenarla como después. Entre nuestros espectadores han estado asociaciones de mujeres, psicólogos, mediadores, abogados, cuerpos de seguridad, jueces… y de todos ellos hemos recibido un feedback que nos ha informado sobre su punto de vista.
¿Habéis apelado a vivencias personales para elaborar mejor los personajes?
Marta Villalgordo: Afortunadamente, para dar vida a María, un personaje infantil que se encuentra inmerso en esta situación de violencia de género, no he apelado a vivencias personales, y mis compañeras que realizan de manera conjunta el personaje de Chiqui, tampoco. Hemos trabajado a partir de la imaginación y, sobre todo, de todos los testimonios que hemos ido conociendo a través de terceras personas o hemos vivido de manera ‘indirecta’, además de vivencias que los espectadores han querido compartir con nosotros en cada una de nuestras representaciones.
La obra ya se estrenó hace varios años. ¿Cómo ha cambiado la propuesta en todo este tiempo?
Pedro Sánchez: La obra se estrenó en 2017-2018 y todo estaba yendo bien, pasito a pasito: obtuvimos el primer puesto en el Certamen de Creación Escénica CreaMurcia, comenzamos nuestra gira y, justo cuando más funciones teníamos en el horizonte, llegó la cuarentena. Eso nos ha parado durante mucho tiempo, ya que esta obra necesita del contacto directo entre actores y público, cosa que fue imposible durante mucho tiempo después de la ‘vuelta a la normalidad’. Ahora que todo vuelve a ser como antes, nos ha tocado adaptarnos y, de alguna manera, volver a comenzar, pero centrándonos en la interpretación hemos conseguido mantener la esencia de la obra.
De todas las veces que la habéis representado, ¿qué feedback recibís del público? ¿Os encontráis a mucha gente que se siente identificada con el tema?
Gabriel Márquez: El feedback es muy amplio y distinto. Por supuesto que nos hemos encontrado con mujeres que se han sentido identificadas y que han vivido situaciones muy, muy similares a las de Chiqui. Solemos acompañar la pieza en casi todas las representaciones con un coloquio con el público tras la función. Ahí descubrimos también detalles de nuestros personajes que el público nos hace vislumbrar y nos muestran nuevos claroscuros que no habíamos visto todavía en los personajes. Otras veces, alguna persona del público necesita salir de la representación porque está siendo muy impactante emocionalmente para ella. No obstante, también nos hemos encontrado espectadores machistas o ‘muy tradicionales’ que consideraban la temática de la obra intrascendente pero, normalmente, quien se deja llevar vive una experiencia teatral completamente diferente.
¿Qué son esos 500 metros y cómo condicionan la vida de lxs protagonistas?
Gabriel Márquez: 500 metros es uno de los símbolos más potentes de la obra. 500 metros son los que estipulan de distancia tras una denuncia de violencia de género. 500 metros es el área en la que la víctima, en nuestro caso Chiqui, tiene una protección ante la ley. Sin embargo, la ley no puede tener ojos en todos los sitios. 500 metros acaba siendo un número simbólico para Chiqui, del cual explora toda su conexión espiritual con lo terrenal, con su propia sangre, con su menstruacion, con su relación con la divinidad, con ese campo protector casi de aquelarre que pretende generar para que Antonio no vuelva a estar cerca jamás.
Siendo el público el que tiene que buscar las propias respuestas, ¿cuál es el mensaje principal de esta obra?
Pedro Sánchez: La obra invita a reflexionar, a hablar, a dar voz a las que ya no están. Podríamos decir que el mensaje de la obra se centra en que la violencia es una cadena que hay que parar, ya que es un tema que nos afecta a cada uno de nosotros y que podemos solucionar entre todos y todas.
¿Llegamos a ser conscientes del desamparo en el que se encuentran las víctimas de violencia machista?
Vanesa Gomariz: No, la sociedad sigue sin ser consciente. Tenemos la esperanza de creer que con las manifestaciones y reivindicaciones de los últimos años se ha solucionado, pero algunas leyes siguen sin ser seguras, como por ejemplo la orden de alejamiento, por comentar una relacionada directamente con la obra. Una víctima de violencia machista no está tranquila y no podrá vivir pensando en la poca distancia de seguridad que tiene con su agresor, porque en cualquier momento esa distancia puede romperse. De hecho, es la víctima la que no puede salir de los 500 metros con seguridad, haciendo que sea esta la que tenga que cumplir un tipo de ‘arresto domiciliario’. Sobra decir que estás medidas deberían ir acompañadas de apoyo psicológico y un correcto seguimiento.
¿Cómo habéis tratado la figura de Antonio? ¿Habéis sacado a relucir más su lado humano o habéis potenciado su parte irracional? ¿Es posible empatizar con alguien así?
Yorko Alexander: Aunque su rol principal es el del maltratador de la obra, el personaje de Antonio no deja de ser tratado como una persona con sentimientos y emociones. En mi opinión, nada justifica ningún tipo de violencia, pero puedo llegar a entender que este personaje ha crecido en un entorno conservador y ha recibido una educación con ideales retrógrados donde se da por hecho que la mujer es propiedad del marido. De aquí su comportamiento impositor sobre el personaje de Chiqui. Hay un contrapunto entre su lado humano y su lado irracional, ya que las escenas con su hija María están llenas de amor paternal y en ningún momento este personaje se muestra agresivo con la niña. Sin embargo, su relación con el personaje de Chiqui es totalmente opuesta. Podríamos decir que se trata de un personaje que lucha constantemente contra sus impulsos.
¿Cómo se puede explicar la esquizofrenia del maltratador? La amo -o eso dice él- y a la vez la maltrato…
Yorko Alexander: No podría explicar ese impulso de agredir a otra persona como lo hace este personaje. Si le doy una justificación al personaje, a través además de todas las investigaciones y testimonios que hemos escuchado, es posible que el maltrato que muestra Antonio lo haya vivido en su casa, desde su infancia y, aunque en el fondo sabe que está mal lo que hace, sus reacciones agresivas salen a la luz fácilmente por sus vivencias que, finalmente, se convierten en creencias. No puede controlar sus impulsos: “¿Por qué deseo herirla si en el fondo la quiero?”. Es uno de sus pensamientos recurrentes y durante toda la obra muestra arrepentimiento por sus actos, porque ‘ama’ a Chiqui, pero no lo puede controlar como quisiera.
Decís que de Chiqui, la madre, habéis resaltado su lado más ancestral y animal. ¿De qué manera habéis logrado eso?
Vanesa Gomariz: El texto ya incitaba a ello. Nosotras hemos tratado la obsesión entre los amantes, entre Antonio y Chiqui, como una pasión casi animal, en la que se sienten atraídos incluso por el olor. Además, Chiqui realiza un ritual con su propia sangre de la menstruación para alejar o acercar a Antonio, una práctica que se realizaba antiguamente en la brujería. Ella misma se crea su propia crisálida, su propio lugar seguro en el que nadie le puede hacer daño. Eso es algo que estaba en el texto y nosotras lo hemos querido resaltar y dar un enfoque más simbólico.
La única forma de amor que conoce la niña es la violencia. ¿Esa herencia le perseguirá toda la vida en su forma de relacionarse con el mundo cuando sea una mujer adulta? ¿Es posible restañar esas heridas internas que lleva consigo?
Marta Villalgordo: muchos espectadores en los coloquios al final de las representaciones opinan que la verdadera víctima de la situación de violencia de género que se vive en la obra es María, la hija pequeña de Antonio y Chiqui. A lo largo de la obra, existe una disociación en las escenas de María ya que, en algunas, parece ser esa niña pequeña viviendo sin comprender, de manera ingenua, la situación. En otras, sin embargo, aparecen ciertos comentarios que corresponden a una María ya adulta, que observa las situaciones que vivió de niña desde su madurez, con una comprensión absoluta sobre lo que ocurrió en su infancia. Durante la obra, María parece completamente ajena o, al menos, no entiende lo que está ocurriendo. Tristemente, eso no quita que ciertas situaciones puedan generar en ella traumas con los que tendrá que lidiar en su adultez para poder establecer relaciones sanas.
¿Es la violencia machista el mayor problema al que nos enfrentamos como sociedad?
Marta Villalgordo: no sabríamos decirte si es el único y mayor problema al que nos enfrentamos pero, desde luego, es uno de los grandes problemas presentes en nuestra sociedad actual. Digo actual aunque sabemos que este inicio de conciencia de género y del feminismo data en la Revolución Francesa de 1789, cuando a las mujeres en la Toma de la Bastilla se les prometió una igualdad que sí, llegó, pero solo para los hombres. Con esto quiero decir que el patriarcado y el androcentrismo ha estado presente en todas las épocas y, de alguna manera, desde ese final del siglo XVIII hasta la actualidad las mujeres hemos estamos luchando, cada vez más intensamente, por reivindicar nuestros derechos. El hecho de que esta lucha se esté alargando más de tres siglos denota que puede que no sea el mayor problema en nuestra sociedad, pero definitivamente es un problema muy grave.
¿Qué se puede decir de aquellos que niegan este problema o que se empeñan en llamarlo violencia intrafamiliar para minimizarlo y no querer ponerle los nombres y apellidos de las mujeres, que son las que lo sufren?
Marta Villalgordo: El hecho de ponerle un nombre distinto que no supone una sensación tan ‘agresiva’ y minimizar el problema no hace que este desaparezca, ni mucho menos ayuda a erradicarlo. De igual manera, al no poner nombre y apellidos a las mujeres que lo han sufrido estamos en las mismas. Con esto lo que se pretende es deshumanizar a las víctimas y no ‘herir’ las sensibilidades del resto de la sociedad que mira desde fuera, ajeno a esta realidad. Para solucionar esta situación, hay que mirar de frente al problema y admitir que es desagradable, violento y real. No es violencia intrafamiliar, es violencia machista cuya manifestación en el ambiente doméstico, además, implica al resto de miembros de la familia y, en muchos casos, menores de edad.
¿Todxs podemos ser víctimas y maltratadores en algún momento?
Gabriel Márquez: Por supuesto. En la obra podemos observar ecos de cómo la violencia se repite. Vemos cómo esta violencia ejercida por Antonio sobre Chiqui, después es repetida por Chiqui sin darse cuenta sobre María, su hija. Durante unos instantes la mujer maltratada, es también maltratadora. Del mismo modo que Antonio, que es sin duda el maltratador, se muestra a momentos realmente arrepentido y, de alguna manera, como una ‘víctima’ de sus propias creencias. Antonio es también una víctima del sistema patriarcal. Sus conductas han sido adquiridas por lo que ha visto mientras crecía, por su educación… La sociedad ha aprobado este maltrato sobre la mujer durante mucho tiempo y él cree que al ser hombre sigue teniendo ese derecho. Con ello, no eximimos a Antonio de su culpa. Él es el mayor y único responsable de sus actos y debe pagar por lo que ha hecho. Pero para que ocurriera una cambio social real, habría que apelar a un ideario social que está mucho más profundamente arraigado de lo que pensamos: todos estamos educados en esa visión patriarcal, porque el mundo en el que vivimos lo es. Todos somos víctimas del patriarcado, pero las que pierden su vida son las mujeres.
¿Quiénes sois Willy Teatro y qué tipo de teatro os interesa?
Yorko Alexander: Willy Producciones nace a partir del trabajo de Pedro y mío durante nuestro paso por la Escuela Superior de Arte Dramático de Murcia. Pedro decide realizar un trabajo de investigación, adaptando una obra teatral a un público ciego. De esta manera nace esta propuesta de Mi vida gira alrededor de 500 metros (Inmaculada Alvear) que, además de tratar un tema latente en nuestra sociedad, consiguió el primer premio CreaMurcia de las Artes Escénicas en 2017 por su innovación escénica. Cabe destacar nuestro paso por el III Festival de Nuevos Creadores Imparables (Madrid), las II Jornadas de integración social (ESAD de Murcia) y las II Jornadas para la prevención contra la violencia de género (Murcia). En Willy Producciones nos interesa cualquier tipo de teatro que sirva para hacer sentir y enseñar algo al espectador, no importa si es infantil o adulto.
Desde una compañía comprometida como es la vuestra, ¿cómo vivís el próximo 8M con todas las divergencias internas?
Natalia Zamora: Realmente es muy triste y preocupante que desde hace un tiempo haya una brecha tan importante en un movimiento tan necesario. Es una pena que las niñas y jóvenes que quizá no conozcan o no entiendan este debate no sepan a qué manifestación unirse en el próximo 8M por no tener claros los preceptos que apoyar.
¿Creéis que esta división es provocada para restar fuerzas a la gran ola feminista que se logró en 2018?
Natalia Zamora: El feminismo, por desgracia, molesta a una parte de la población y siempre va haber quien quiera abatirlo, callarlo o silenciarlo y, por ello, se aproveche de cualquier oportunidad de brecha para debilitarlo. Sin embargo, de alguna manera, el sentido de sororidad y el desarrollo de una red de mujeres que se apoyan unas a otras está más integrado y expandido que antes. Eso es algo que solo puede ir hacia delante y por ello luchamos. En particular en esta obra dándole voz a todas las mujeres que han sufrido violencia de género e intentando otorgarles la fuerza suficiente a aquellas que viven esta situación para salir de ella y denunciar.
¿Cómo mujeres os sentís más protegidas en este 2023?
Vanesa Gomariz: La verdad es que todas nosotras coincidimos en que, realmente, no nos sentimos más protegidas en la actualidad. Sobra polémica alrededor del tema. Hay que atajar el problema poniendo leyes adecuadas a la situación real, yendo al origen del mismo. La ayuda una vez se ha producido o está a punto de producirse la situación de violencia de género está bien, pero no es suficiente. Es como poner soluciones a las consecuencias y no a las causas. Por ello la educación familiar es imprescindible. Es necesario educar en la igualdad desde pequeños, quitando los estigmas y conduciendo hacia una sociedad en la que la mujer no es inferior ni laboral, ni familiarmente, ni en ningún aspecto social.