“¿Acaso una vida no puede tener huecos? Esos saltos sorprendentes, esas irregularidades… todo aquello que lógicamente no aparece en una obra de teatro”, exclama el cómico Feuerbach.
Bajo la batuta del director Antonio Simón, Yo, Feuerbach se presenta como un bello e intenso espectáculo sobre las crisis sociales y personales que nos obligan a reinventarnos. Pedro Casablanc asume uno de los mayores retos de su carrera en la piel de un actor en decadencia; un artista maduro con grandes cualidades, pero con algún episodio oscuro en su pasado que le ha llevado a encontrarse sin trabajo. Un abismo generacional se levanta entre él y su joven antagonista sobre las tablas, un joven e inexperto ayudante de dirección que acaba de llegar al mundo del espectáculo, encarnado por el actor Samuel Viyuela González.
Dos épocas y dos maneras diferentes de hacer se enfrentan así en escena.Desde el patio de butacas somos testigos de la pesadilla de un actor que envejece. Lograr un papel parece ser la única clave para su supervivencia. La genialidad y la locura están emparentadas en un personaje que es cómico y trágico al mismo tiempo. Yo, Feuerbach, no es, por tanto, solo un texto que habla de la creación, del arte del actor y de la representación, sino sobre todo en la vida, el aprendizaje, el amor, la gratitud, la misericordia, la empatía, la fragilidad y la diferencia.
Casablanc vuelve a La Abadía, para mostrarnos con virtuosismo quién es ese actor llamado Feuerbach, en este texto que es uno de los más representados del nonagenario dramaturgo alemán Tankred Dorst, recién fallecido, cuya obra se conoce aún poco en nuestro país.