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Estreno: 2022-11-22
Última función: 2022-11-23
Género:
Duración: 60 mins.

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    Por Álvaro Vicente

    Foto: Jean-Luc Beaujault

     

    ¿Y si fuéramos el centro de nuestro propio huracán, el ojo, el vórtice, el punto hacia donde la fuerza centrífuga empuja el ser? Vamos a ver cómo explicamos esto. Que ya sabemos que el mundo no es antropocéntrico, pero que el ser humano ha sido -está siendo- para el planeta peor que el peor de los huracanes. El viento: he ahí el objeto central de esta pieza, placer en la brisa, terror en el ciclón. ¿Cómo relacionarse con el viento? Esta es la pregunta que se hizo Phia Ménard después de relacionarse con el hielo. La performer francesa empezó como malabarista, que también tiene lo suyo en cuanto a la relación con el aire. Pero como técnica circense, llegó a dominarla hasta el punto de agotarla y necesitaba más. Y eso coincidió con su cambio de sexo, una transición vital para la que la palabra ‘cambio’ se queda corta. Dicho con sus propias palabras: “En las rutinas de malabares contemporáneas, incluso el fracaso se dramatiza y se hace ver como parte del espectáculo. Para mí, en el fondo, el malabarismo era sólo una hazaña espectacular. Hice malabares mientras estaba ‘en el show’, mientras era una representación de mí mismo. Mi aspecto, mi piel, mi género no eran míos. El día que pude afirmar mi diferencia, reivindicar un sexo que no era el que la biología me había impuesto, de repente los malabares dejaron de tener sentido”.

    Todo esto ocurrió en 2008. El primer síntoma de la nueva vida, como persona y como artista, llegó con la pieza P.P.P. (Position Parallèle au Plancher), en la que Ménard hacía malabares con bolas de hielo, un material extremo, vivo, fascinante, que lleva un punto más allá el arte de mantener objetos en el aire mientras dibujan espectaculares cabriolas. Malabares con elementos mutantes, que queman de frío, que se escurren. Muy loco. Pero era cuestión de tiempo que lo que realmente fuera objeto de investigación de esta creadora tan inclasificable fuera el propio viento. Así es como concibió VORTEX, un montaje de 2011 que sigue evolucionando más de una década después. “Solo la creencia utópica de que podemos domar el viento nos mantiene luchando, nos mantiene vivos”, dice Ménard. Como el hielo, el viento es un material inestable. Además, la relación de la gente con el viento está mucho más presente, para bien y para mal, que la del hielo, con lo que es fácil entender toda la conceptualización que la artista pone en juego. El viento nos puede producir tanto placer como miedo. Él nunca se adapta a nosotros, es el silbido de Gaia diciéndonos que nada podemos en realidad contra la Naturaleza, ojo cuidao. En un escenario se puede generar el viento artificialmente, se puede incluso domesticar para observarlo. Y, con todo, sigue siendo un misterio. ¿Cómo han hecho Ménard y sus compañeros de Non Nova para poner todo esto en escena? Pues generando un pequeño torbellino, un vórtice ventoso a base de ventiladores dispuestos en círculo. Un pequeño huracán en una pequeña y eólica pista de circo. Luego hacía falta algo que objetualizara el viento, y llegó el plástico.

    Una bolsa de plástico ya no es una cosa inocente, por desgracia. Usar el plástico como elemento para jugar con el viento le permite a Ménard, además, plantear lo que todos ya sabemos sobre nuestra casa en el universo: “El plástico evoca los cubos de basura, la gasolina, el petróleo, el consumismo, la contaminación, cosas que acaban por estropear nuestro día a día. Pero el plástico está tan presente en nuestras vidas que ya ni parece artificial”. Viento y plástico han sido los ingredientes de varias piezas de la creadora francesa, que las presenta como instalaciones de arte-performance, porque considera el viento un elemento vivo. En cualquier caso, es un esfuerzo estéril por categorizar una práctica tan abierta a la imaginación como a la política, tanto al juego como a la actitud crítica, tanto al deseo como a la violencia. Eros y Tánatos. Asco y belleza.

     

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