En el desván del palacete familiar, habitación destinada a la servidumbre, dos mujeres acaban de sellar un pacto suicida. Una es poetisa (o parece serlo, porque en este mundo, todo puede ser simulado). La otra es su mucama. Entre ambas sucede la aparente despedida de un tiempo que no ha sabido reconocer el supuesto talento literario de la señora. El instante postrero transcurre entre recuerdos, reclamos, recriminaciones. Una lengua barroca que se quiebra, a veces, por detalles que sólo podrán entenderse al final, cuando el horror aparezca para arrasar con la legalidad de lo que se ha visto.