Catayssha camina por El suspiro, un burdel del centro de la ciudad, preguntándose cómo ha llegado a prostituirse. Rebecca y su esclavo andan cerca. El espectáculo va a comenzar y Catayssha decide interrumpir su baile erótico para decirles a sus clientes crudas verdades. Toca pararse en seco, toca escuchar a la que no existe y ella lo hace desde el orgullo y el pedestal al que nunca se ha subido. Mira a esos señores desde el altar que su dolor ha construido, intentando no caer al vacío.
Así, el público hiela y se incomoda al escuchar que “el ser humano ha muerto y camina sonámbulo por el mundo”. Este personaje habla de la responsabilidad del dolor ajeno, de lo sanguinario del sexo comprado, de la burbuja occidental , del escaparate de ilusiones , y del sistema piramidal que la tiene presa entre esas paredes.
El látex rojo tarda cientos de años en destruirse. Catayssha lo vive en su cuerpo. Prostituido. Plastificado. Y hoy, abre sus heridas delante de sus clientes.
Miradas de plástico nace de la necesidad de gritar la soledad y las ansias de libertad. El texto se presenta como la negación ante la confluencia del mundo; regido por un dinero sucio, que se materializa en escena a través del plástico, el látex, el rojo y la aparente rigidez inhumana de la protagonista. La protagonista de este monólogo se preguntará acerca del sexo comprado y el escaparate de ilusiones que ofrece nuestro siglo.