La vida pirata, la vida mejor
Por Sergio Díaz
Fotos: marcosGpunto (fotos de ensayo)
Cuando ves títulos ya conocidos de nuevo en la cartelera, seguramente muchos tengan la tentación de pensar acerca de la necesidad de repetir una y otra vez esas obras. Pues yo les digo que por qué hay que verse Casablanca siete veces o ver una y otra vez los capítulos de Big Bang Theory: porque son muy buenos. Igual ocurre con los grandes títulos teatrales. Con la salvedad de que en el teatro, cada versión aporta nuevos matices, lo que hace que nunca veas lo mismo y puedas aprender y disfrutar de cosas distintas. En esta ocasión es Alfredo Sanzol el encargado de dirigir esta versión.
Luces de bohemia es una de las obras cumbre de Ramón María del Valle-Inclán, con la que se inaugura ese género teatral conocido como esperpento. Es el tratado referencial sobre la vida despreocupada y desordenada, al igual que las obras de Kerouac fueron las alas del movimiento hippie y la contracultura. Pero lejos del bohemio romanticismo parisino del siglo XIX, la acción original se sitúa en el Madrid marginal del principios del XX, mucho más oscuro y turbio, quizás porque la sociedad española de aquella época aún estaba dominada por sotanas, tricornios y mucha incultura.
Pero nos hemos encontrado -y nos seguimos encontrando- con las luces de bohemia en muchas de nuestras noches sin fin. En ese bar de toda la vida que aún se mantiene en pie, herido pero orgulloso, en un barrio afectado por el virus de la gentrificación. Un bar en el que solo entran los de siempre, los parroquianos cuyos nombres todos conocen, cada uno y cada una con su pesada carga a cuestas. Y entre botellines, aguas con misterio y sol y sombras, van hablando de las miserias del mundo, que son, al fin y al cabo, las suyas propias. Hablan de tiempos mejores y de malas decisiones, de engaños y mentiras (sufridos y ocasionados) y del olvido y el arrinconamiento a los que les somete la sociedad por haber llevado una vida disoluta. Con los ojos embriagados de alcohol y tristeza, miran cansados al futuro. Pero en el fondo de esa mirada se ve esa sensación de orgullo por haber vivido su vida en plena libertad. Una vida miserable, pero libre al fin y al cabo.
Aún sigue habiendo directores inquietos que creen que sigue mereciendo la pena poner en pie textos inmortales como éste. Que aún hay que exprimirlos para seguir sacándoles todo el jugo. Que aún hay tiempo para la penúltima.