Foto: Pedro Gato
Considerada por muchos como una de las mayores novelas españolas del siglo XIX, y sin duda la referencia principal dentro de la amplísima bibliografía de Emilia Pardo Bazán, Los Pazos de Ulloa habla tanto de la vida rural en Galicia como de la nobleza venida a menos. La versión teatral que nos proponen se centra en el enfrentamiento entre la crueldad y el deseo, la pasión y el amor, la violencia rural del mundo caciquil y la cortesía y las buenas maneras de la ciudad.
Don Julián, un cura tímido y apocado, criado -por ser hijo de la sirvienta de la casa- en el seno de la familia del señor de La Lage en Santiago, llega a los Pazos de Ulloa para ponerse al servicio del Marqués de Ulloa, Don Pedro Moscoso. Allí se encuentra con una situación terrorífica: la crueldad de Don Pedro y de su capataz, Primitivo, con Perucho, el niño de cinco años hijo de la criada, Sabela, y del propio Don Pedro a quien dan de beber vino hasta emborracharlo, con el consentimiento de la madre, Sabela, la criada sensual y barragana del marqués
Don Julián intenta oponerse, pero le falta coraje y personalidad. Descubrirá, además, que el niño es nieto de Primitivo. No puede comprender tanta crueldad con un niño. A partir de este fuerte comienzo de la obra, la acción transcurre mostrando la realidad social de la tierra, del campo, de la convivencia: el caciquismo, la violencia, las pasiones sexuales desatadas, las amenazas, la política rural, la barbarie, una finca en la que las cuentas no se han llevado con corrección.