Se mueve Cuqui Jerez (Madrid, 1973) en un territorio, cultivado durante años por ella misma, donde no hay lugar para los convencionalismos. Sus coreografías no se corresponden necesariamente con la idea de ‘una coreografía’ pero al final de la función no es difícil encontrar conexiones y probablemente se salga del teatro con las ideas expandidas y los conceptos trastocados.
Ha dicho la coreógrafa: «Me interesa crear paisajes en movimiento, proponiendo al espectador un estado de contemplación donde se ponen en juego la hiperatención, la expectación, el suspense y la emoción». Y la tensión, habría que añadir. Porque justamente sobre este tópico gira su nuevo proyecto Las Ultracosas. Durante el proceso se dedicó a encontrar mecanismos que «generen tensión en el ámbito de la acción, el objeto, la imagen y el espacio, de manera que al final se consiga una instalación viva, una situación performativa en un espacio construido, un paisaje cortocircuitado que se habita y en el que se interacciona con sus objetos y sus cuerpos también cortocircuitados».
La propuesta, que tiene una duración de cinco horas, en la que el espectador entra y sale cuando quiere, es coherente con algunos de los postulados de su larga trayectoria en el terreno de la experimentación. The Dream Project. Encuentros en la sexta fase (2016) es ejemplar de su práctica. En ella asistíamos a un hecho coreográfico singular en el que no había humanos pero sí danza. Una lluvia de objetos cotidianos, industriales y seriales, iba cayendo sobre la escena de forma aparentemente aleatoria, a diferentes ritmos. La cascada de objetos creaba sobre el escenario una suerte de instalación caótica, que abría todas las posibilidades de lectura e interpretación. Ambigüedad semejante tenía uno de sus trabajos más difundidos, The Rehersal (2007), que se vio la temporada pasada en Teatros del Canal, y en el que se asistía a la simulación de un ensayo, donde la coreografía, perfectamente construida, jugaba justamente a estar construyéndose.