Es la historia de un rey, Lear, que, viejo y cansado, decide repartir el reino entre sus tres hijas, con todas las riquezas, autoridad, poder y obligaciones, manteniendo para sí solo la corona, y el titulo de rey. Luego, las hijas le traicionan, cada una a su manera, y entonces el rey Lear se ve solo, enfermo y despreciado enfrentado a un destino miserable que él mismo ha puesto en marcha. Arrastrándose a la muerte conocerá la locura, la vergüenza, la felicidad, la alegría, y el horror.
Se trata de una sencilla historia, muy reconocible, sobre la vejez, el poder, la autoridad, las relaciones familiares…
En esta puesta en escena todo es mentira. Incluso la piedra que está sobre el escenario es de cartón piedra. Con esto, pretenden hablar al espectador de tú a tú, con sencillez, sin saber dónde acaba el actor y dónde empieza el personaje; reclamando al público para comprobar hasta dónde éste acepta las convenciones, las mentiras, la magia de un mundo que se desvela ante sus ojos, sin grandes artificios, jugando, apelando a la imaginación, aquí y ahora. “Aquí y ahora, un actor solo y el público. Lo demás es todo mentira, para que todo sea verdad (menos los huesos, que son de verdad desde el principio)”.