En 1751, un muy célebre actor inglés, Garrick, realiza una serie de representaciones en la ciudad de París. El impacto que produce en el mundillo teatral fue enorme: la concepción de los personajes, la técnica para abordarlos, su propia personalidad, han quedado en la Historia del Arte Dramático como ejemplo de lo que 150 años más tarde el gran maestro Stavnislavki llamó «El Arte de la Representación».
Denis Diderot, (1713-1784), filósofo, autor dramático, crítico de arte, editor, ensayista, hombre, en definitiva vital e inquieto, estaba entre los espectadores que admiraron el trabajo de Garrick. Diderot -conocerle es amarle- no puede ser resumido en unas líneas. Su nombre es conocido por el gran público como el del principal impulsor, junto a D’Alembert, de La Enciclopedia o Diccionario razonado de las Ciencias y de las Artes, proyecto editorial que ha quedado como la obra síntesis del siglo de las Luces.
Admirador de todo lo grande, de lo exaltado, de lo vital, no solo no perdió de vista las impresiones que le causó Garrick, sino que nunca dejó de reflexionar sobre ellas, de discutirlas, de escribirlas y reescribirlas. La síntesis de este esfuerzo, que por cierto nunca publicó en vida, es la que tituló La paradoja del Comediante.
La paradoja del Comediante es sin duda lo más importante que se ha escrito sobre «El Arte de la Representación». En este texto, el inquieto filósofo indaga sobre las virtudes del gran actor, sobre la naturaleza del teatro y sobre su papel en la sociedad.