Fotos: Theofilos Tsimas
Teatro de la memoria, Goodbye, Lindita nos retrotrae a los recuerdos del joven director Mario Banushi en los Balcanes, en su tierra albanesa, donde nació en 1998 y de donde partió hacia Atenas cuando solo tenía seis años. Su formación como actor de teatro y cine, y director de performance roturaron un camino que le ha conducido hasta Goodbye, Lindita, su primera gran obra y segunda de una trilogía que se ha completado con Taverna Miresia Mario Bella Anastasia, estrenada el pasado año en el Festival de Atenas y Epidauro.
En la apertura de la trilogía de Banushi, Ragada, se encuentran los elementos que definen su teatro: la evocación albanesa, sus vínculos familiares, una estética hiperrealista asaltada por lo extraño, el dolor, lo cotidiano y la exhibición de los rituales de la tradición popular. Lo sorprendente fue que Ragada (Estrías), inspirada en la biografía de su madre, se estrenara en el salón de un apartamento de Atenas que le prestó un amigo suyo. El joven director tenía 23 años y carecía de experiencia previa en la dirección. La repercusión de Ragada entre el público y la escena teatral griega le llevó en volandas al Teatro Nacional de Grecia, que le invitó a crear una nueva pieza, la que sería la segunda de su trilogía y que catapultó a Banushi como una de las prometedoras figuras de la escena griega.
Bajo el impacto de las muertes y los funerales recientes de su padre y su madrastra, Banushi se sumergió en una obra sobre el dolor. En ella vuelve a los Balcanes, a sus costumbres y tradiciones, a los ritos de la vida y la muerte, que aquí se convocan en torno al cuerpo desnudo de una mujer muerta, rodeada de un grupo de personas que la bañan y la visten: es la primera imagen de Goodbye, Lindita, que despliega una serie de secuencias asociadas al duelo y al nacimiento, concebidas como si fuera un cuento de hadas moderno, una parábola sobre la vida después de la muerte de un ser querido.
Obra sin diálogos, una serie de extraños sucesos sacan a la superficie un mundo oculto formado por sueños y pesadillas, en el que los muertos y los vivos pueden encontrarse brevemente antes de la despedida final, donde conviven una Virgen Negra como testigo de este proceso, una mujer negra, y se alternan imágenes de triviales tareas domésticas con otras poéticas y rituales pertenecientes a las tradiciones balcánicas.
A través de este viaje interior, de resonancias metafísicas, Banushi intenta responder a una pregunta tan antigua como la humanidad: ¿Cómo podemos reconciliarnos con la muerte? ¿Qué tiene que pasar para que se produzca la despedida definitiva? ¿Cómo puede seguir la vida? ¿Qué significa (esta) muerte?