Leo y Mia llevan años esperando a Godot. Lo esperan en un cruce de caminos, ateridos de frío, bajo un cielo eternamente nocturno.
Ambos personajes, para soportar la espera y la frustración, establecen diálogos cíclicos que hacen aflorar sus sentimientos y sus intenciones más ocultas: el amor, el odio, la violencia, el escarnio, la envidia, el remordimiento, la venganza…
Nos acabamos acostumbrando a ver cómo Leo protege a Mía en una escena y en la escena siguiente la tira de su silla de ruedas y la golpea en el suelo, aprovechando que no le funcionan las piernas. Y todavía no sabemos por qué esperan a Godot.
Hasta que comienzan a llegar otros personajes a ese cruce de caminos y preguntan: ¿Es aquí donde se espera a Godot?
Esos visitantes tienen algo en común: un día conocieron a Godot y Godot les cambió la vida para siempre. Lo describen como el peor ser humano con el que te puedes encontrar. A veces se preguntan: ¿Te imaginas que hubiera dos Godot en el mundo? Y se estremecen de solo pensarlo.
Godot es una bestia.
Aun así, no les queda más remedio que esperarlo. ¿Para qué? Para recordarle lo que les hizo. Y saldar cuentas.
¿Pero realmente fue Godot quien destrozó sus vidas? ¿Existe de verdad alguien llamado Godot? ¿O solamente necesitan a alguien a quien culpar de sus fracasos y sus traumas?
Y Godot, finalmente, viene.