Diario de una crucifixión es un solo de danza-teatro para un intérprete, que se desarrollará en una urna de cristal de dos metros de largo por un metro de ancho. La cercanía con el intérprete hará del espectador un voyerista impúdico y producirá una paradoja en su forma de observar, pues esta proximidad se percibirá distante a causa del cristal que los separa; el cuerpo estará cerca y al mismo tiempo lejano.