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José Carlos Plaza es uno de los grandes maestros del teatro en nuestro país. Sin lugar a dudas. Es uno de los grandes directores por cuyas manos han pasado innumerables obras de teatro, óperas y conciertos. Una enorme personalidad que deja su inconfundible sello en cada obra en la que trabaja, incluso en obras maestras de autores y autoras universales, pero en las que Plaza siempre consigue dejar su firma. Este nuevo proyecto en el que se ha embarcado, Auto de los inocentes, incluye, además de varios textos barrocos (entre los que se encuentran tres piezas del Romancero viejo y sendos fragmentos del Auto de La vida es sueño, de Calderón, y del Auto del Hospital de los locos, de Valdivielso), el Auto de los Reyes Magos, un texto anónimo del siglo XII que es considerado como la primera obra teatral castellana. Así que alguien como él, con toda la sabiduría que atesora, es la persona ideal para abordar lo que fue la semilla teatral de todo lo que después ha ido brotando a nivel escénico español.
Un viaje atrás en el tiempo para conocer cómo todo empezó, cómo se fueron formando los ritmos, los tempos, los mensajes… cómo se fue elaborando nuestro propio lenguaje teatral, en definitiva. La fuente de la que han ido bebiendo el resto de autores y autoras. Pero Plaza no está solo en esta aventura. Cuenta con un sólido elenco que le permite aventurarse por estos caminos primigenios y poco explorados, un buen equipo técnico y un gran compañero de viaje, Pedro Víllora. Juntos, han construido una dramaturgia bidimensional en el fondo (que no en la forma), ya que han querido abordar dos visiones del tiempo y el espacio: la prehistoria de nuestro teatro trasladada a la más rabiosa actualidad, ya que la obra se sitúa en un campo de refugiados, esos vergonzantes aparcaderos de personas en tierra de nadie donde se aplacan, limitan o incluso tratan de sepultar las ilusiones humanas. Pero no hay campo lo bastante grande, mar demasiado profundo o valla lo suficientemente alta como para cercenar la mayor fuerza que el ser humano atesora: la esperanza. Siempre habrá una estrella que perseguir, a pesar de los elementos y los muchos Herodes con traje y corbata y cargo electo que tratan de impedirlo. Sergio Díaz
