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“Todos nos hemos sentido incomprendidos alguna vez por no seguir al resto”

Del impulso inicial del actor Nacho Guerreros, que buscó a Carolina Román para trabajar con ella nace Juguetes Rotos, esta pequeña gran historia de amistad que va del presente al pasado para hacernos entender cómo se han abierto camino las personas que no entraban en los cánones sociales establecidos. Kike Guaza le da la réplica desde la multitud de personajes que completan el relato. Tanto Guerreros como Guaza fueron ganadores del Premio de la Unión de Actores al Mejor Actor Protagonista y Revelación y compartieron nominación al Premio Max a Mejor Actor Protagonista por este trabajo.

Aprovechando el regreso del espectáculo por tercera vez a Madrid, en esta ocasión al Teatro Infanta Isabel -del 6 de mayo al 6 de junio-, recuperamos esta entrevista realizada a Carolina Román, autora y directora del espectáculo. Una conversación reveladora sobre aspectos del ser humano, capaz de la peor de las mezquindades y de la mayor de las bellezas. 

 

Carolina Román vuelve con ‘Juguetes rotos’

 

 

Por Álvaro Vicente / @AlvaroMajer

 

“El informe llegado añade que es un vago y su conducta es mala por ser un invertido. Arrestado y multado por actos contranatura por lo que es una persona de mala conducta en todos los órdenes e invertido sexual habitual. Además de ser sorprendido in fragante realizando prácticas homosexuales, reunirse con individuos de su misma condición, haciendo pública ostentación de ello con ademanes, indumentarias y gestos. La exploración clínica evidencia encontrarnos ante un homosexual femenino de erotismo alto, de dilatación esfinteriana, lo que nos conduce a formular el diagnóstico de pederasta pasivo. Psiquismo deformado por su perversión…”

 

Esto es un informe policial incluido en la obra. ¿Es real? ¿Esto era así en los años 60 y 70, que es donde viajamos con el personaje?

Sí, es real. Con esta obra me he pegado un viaje a los infiernos tremendo, a los infiernos de aquí al lado, porque esto ha ocurrido hace nada. Esto es solo un ejemplo de lo que significaba ser homosexual durante el franquismo.

 

 

Pero va más allá de la homosexualidad, estamos hablando de transexualidad, algo que directamente ni se contemplaba entonces. ¿Por qué esta obra y por qué mirando hacia esa España, siendo tú argentina?

Mis historias no suelen estar ubicadas claramente en ningún lugar ni en ningún tiempo, pero en este caso lo quise situar porque es un pequeño homenaje, humilde homenaje, desde el teatro, a tanta gente que se le rompió la vida, por eso se llama Juguetes rotos. Llegué a la historia porque Nacho Guerreros me dijo que quería trabajar conmigo, que escribiera algo para él. Empezamos hablando de otra cosa, pasamos por el bullying, por lo que significa no pertenecer a una mayoría, no ser aceptado. Hice una investigación profunda y pensé que podíamos ir más allá, al colectivo de los transexuales. Ahí di con una piedra inicial y puliendo puliendo llegué a la gema. Fue fundamental conocer a Maite (antes Juan), una persona en la que confluían el bullying y la transexualidad. De su mano empecé a conocer todo un mundo que tú intuyes, pero que es muy profundo. Maite es una tía súper formada que no encuentra trabajo. Todavía hay grandes prejuicios y mucho desconocimiento sobre la transexualidad.

 

En 40 años de democracia parece que no hemos avanzado mucho…

Es que lo anterior era muy perverso, los metían en el mismo saco que a los pederastas, imagínate. Durante el proceso de investigación di con la Fundación 26 de diciembre, una entidad que trabaja con mayores LGTB, porque es un colectivo muy vulnerable, muy abandonado por la sociedad, sin recursos para afrontar su soledad y sus situaciones de dependencia. Se llama 26 de diciembre porque el 26 de diciembre de 1970 se modificó una ley de peligrosidad y rehabilitación social, la famosa ley de vagos y maleantes. Los homosexuales eran considerados peligrosos sociales. Hubo mucha gente que en esos años pudo trabajar muy poco y le queda una pensión de mierda. Mi sorpresa, amarga, fue que me dijeron que, en realidad, mayores mayores no había muchos, porque la mayoría se habían suicidado. Otros se casaron para esquivar la situación y otros fueron asesinados en las cárceles, porque en Carabanchel o en las Modelo de Barcelona y Valencia ocurrieron auténticas barbaridades, he leído cosas de ponerte los pelos de punta.

 

Lo dices en la obra, muchas muertes que oficialmente eran suicidios, en realidad eran asesinatos…

Sí, en los informes figuran como suicidios, tal cual. Es todo muy tremendo. La verdad es que todo esto me ha tocado muy profundo, la historia me ha encontrado a mí, esa es la realidad.

 

“Todos nos hemos sentido incomprendidos alguna vez por no seguir al resto” en Madrid
©Bárbara Sánchez Palomero

 

Y vas creando la ficción a partir de toda esa documentación, hasta dar con el personaje, Marion, que es el centro de la historia.

No pretendía hacer una obra documental. Yo quería contar una historia sencilla, bien documentada, pero una historia pequeña, local, que es universal. Es una historia de amistad, la historia del encuentro entre dos personas y de cómo ese encuentro transforma las vidas del uno y del otro. Dorín (al que da vida Kike Guaza, además de interpretar otros muchos personajes) se transforma con Mario (el personaje que hace Nacho Guerreros, que luego pasará a ser Marion) y al contrario. Dorín está al final de la etapa de transformación, se ha asumido como mujer y vive como mujer. Mario está al principio, cuando simplemente se pregunta: ¿quiero ser mujer? ¿Qué me pasa? ¿Quién soy? Son las primeras preguntas que suelen hacerse los transexuales. Maite me contaba que ella pensaba que se estaba volviendo loca, porque imagínate… ¿quién soy? Es una pregunta terrible, si la respuesta es binaria, claro, y desgraciadamente sigue siendo lo más común. El sexo genital de Maite es masculino, su género es femenino y en su sexualidad es lesbiana. El mundo no binario te despliega un abanico gigante. Si no nos obligasen a ser binarios, ¿qué seríamos? ¿Qué seríamos si nos diesen el espacio a preguntarnos qué queremos, qué somos, qué sentimos? Ahora hay más información, hay youtubers muy jóvenes que hablan de su transexualidad, afortunadamente, y hay más espacio, con el manifiesto contrasexual de Paul B. Preciado también, por ejemplo… Es muy amplio, así que yo para la obra fui achicando achicando hasta dar con una historia más modesta, y mi único miedo era no aleccionar, que lo detesto, que te digan esto es bueno y esto es malo. Aspiraba a hacer una historia sencilla.

 

¿Por qué era necesario contar esta historia desde el pasado, desde el franquismo?

Porque para entender el ahora hay que ir al origen, al antes. Y me parece que ese antes nos toca a todos, no solo a los transexuales. No quiero que esto se quede en la historia de un transexual en la época de Franco sin más. Es la historia de alguien incomprendido y, por tanto, apartado. Ese es el punto de empatía, porque todos nos hemos sentido incomprendidos y apartados alguna vez por no seguir al resto. Todos los que somos un poco perros verdes lo sabemos, yo me incluyo bastante, no tengo grandes pandillas, no sé que hay que hacer para pertenecer a nada… a mí me toca en ese punto. Cuando uno no pertenece, ¿qué ocurre? Que está aislado. Hay un colectivo reflejado aquí que le pasa esto, pero nos pasa a todos en un punto, y eso sí me gustaría destacarlo.

 

Me ha llamado mucho la atención el lenguaje de los personajes, porque hay como ecos del sudeste español, de Murcia o Almería, y supongo que te habrás tenido que hacer esa otra investigación también. No te lo señalaría si no fueras argentina, por eso me resultó curioso, por el hecho de que sea una historia tan localista en esos aspectos…

Es una historia muy local, sí, y vas bien, digamos que estamos en la zona de Almería.

 

Lo de “acho” fue definitivo, jajajaja

Y eso de: “hay qué maja, qué lustrosa”… Kike Guaza ha hecho una investigación súper profunda en una zona muy específica de Almería, para ver cómo hablaban. Y luego internet es maravilloso, porque he visto telediarios locales que flipas, es otro mundo, y está aquí al lado. También esto tiene que ver con el placer del que escribe, no como una presión, como una imposición que te sientas obligada a empaparte para saber perfectamente lo que estás hablando… no, es un placer, es una viajazo que te pegas.

 

Los actores entonces han intervenido activamente, por lo que dices de Kike Guaza…

Kike es un enfermito (risas) y ya verás todo lo que compone, es maravilloso, porque es el personaje satélite, hace del hermano, del primo, del padrino, de Dorín, y hay que tener mucho cuidado de no empastar, y es tan diferente uno al otro… y ese es el trabajo del actor, no es que haya intervenido en el texto, pero sí en lo que le toca. A ver: cómo se dice “acho”, cómo lo dicen allí, quién lo dice, cómo es el cuerpo de esa persona, cómo camina, cómo mira, qué cree, desde dónde ve el mundo… Eso es muy importante, darle la máxima verdad desde el texto al personaje. Luego el actor tiene el deber de investigar, es su trabajo, ahí no nos hemos pisado los campos. Él hace una cosa preciosa, como Nacho. Nacho va haciendo toda una escala de colores muy bonita. Hemos ido a su raíz, a su calor, a su casa… desnuda también un poquito su vida y es muy generoso y muy entregado trabajando. Los dos lo son.

 

“Todos nos hemos sentido incomprendidos alguna vez por no seguir al resto” en Madrid
Nacho Guerreros ©Bárbara Sánchez Palomero

 

La jaula, como símbolo, preside la propuesta plástica del montaje…

Yo, cuando escribo una función, tengo en mi cabeza hasta el color del vestido, y lo de las jaulas al principio me generó confusión. Alessio Meloni, el escenógrafo, me hizo esta propuesta y me advirtió: si me dices que no, lo entenderé. Me presentó algo realmente maravilloso. Pero tuve que empezar a escribir otra versión desde la escenografía, que fue un elemento muy importante a partir de entonces para llegar a la versión definitiva, porque los actores de hecho casi no tienen nada de atrezzo, no se pueden agarrar a nada, no existen más que jaulas, y es una metáfora muy presente desde el inicio. Esas jaulas se convierten en ciudad, en peluquería, en casa, en la fiesta de la vendimia, en el río… se convierten en cualquier cosa. A eso contribuye también el trabajo de Nelson Dante, mi compañero de Adentro, cofundador junto con Tristán Ulloa de esta compañía, porque además de actor también es músico, el muy hijoputa, lo hace todo. Ha hecho un diseño de sonido muy bonito que nos ubica rápidamente en esa jaula, porque ahí está el reto. Y lo mismo pasa con David Picazo con las luces. A partir de las jaulas todos han hecho un curro fantástico para contarnos dónde estamos en cada momento, y quedan muy claros los espacios definidos.

 

Una vez que te pones a dirigir, ¿dónde queda la dramaturga? ¿Te permites contradecirte?

Sí, totalmente, es una de las cosas más fáciles del mundo, porque tú escribes y luego hay que ponerlo en pie, y puesto en pie hay cosas que no funcionan. Ya la obra vive por sí sola, respira por sí misma y tú solo tienes que seguirla. A mí no me da ninguna pena quitar escenas, incluso personajes enteros que han volado, no tengo conflicto con eso, hay que saber respirar la necesidad y cuando estoy ciega también el equipo me ayuda, me dejo aconsejar. Creo que es un trabajo bastante conjunto, porque esto del director que manda y que aquí se hace lo que yo digo, a mí esa vibra no me gusta, intento escapar de ahí.

 

El teatro se está ocupando de cosas que le tocan, porque el teatro es reflejo de la vida, pero hay veces que se ocupa de arrojar luz sobre cuestiones de las que no se ocupan otros estamentos políticos, económicos, sociales, que deberían tomar más partido, implicarse más, en este caso con la realidad de los transexuales.

El teatro en ese sentido es educador, no aleccionador, que es diferente. Y yo intento poner mi piedrita porque creo que es importante mostrar. Yo tengo mucha conciencia social y en mis funciones intento –esa es mi trinchera- poner al espectador en un sitio, porque de última somos todos ciudadanos. Aquí queremos mostrar una realidad que existe, que es verdad, aunque lo que se cuenta haya pasado en los años 60 y 70. Hoy día ocurre. Hay más visibilidad, pero es muy poca, hay muchísimo trabajo todavía por hacer, y desde aquí felicito a todas las personas que están luchando por ser visibles y por dar visibilidad a un colectivo tan castigado solo por ser diferentes. Me parece casi un capítulo de Black Mirror, tú imagínate que te levantas y que por decir buenos días ya eres apestoso, ocurrió y ocurre. Ojalá haya más conciencia con esto.

 

 

“Todos nos hemos sentido incomprendidos alguna vez por no seguir al resto” en Madrid
Kike Guaza ©Bárbara Sánchez Palomero
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