“Cuando intentas desafiar a Lorca, fracasas”
Por Álvaro Vicente/@AlvaroMajer
Fotos: Vanessa Rabade
Después de hacer Don Perlimplín, Darío Facal co-dirige junto a Carlota Ferrer (que hizo su particular Bernarda Alba), una versión de Así que pasen cinco años para la que han usado como título el subtítulo (La leyenda del tiempo) y que han concebido como un homenaje a las vanguardias históricas.
El propio Facal nos habla de esta obra de argumento sencillo pero cuya complejidad poética, onírica y escénica la convierten en todo un reto para los directores y para los siete intérpretes que despliegan su arte en escena: Conchi Espejo, Diego Cabarcos, Carmen Climent, Joaquín Fernández, Tony Galá, Selam Ortega y Alicia P. Mántaras.
¿Cómo surge la idea de homenajear las vanguardias?
Estaba como punto de partida, nos parecía que era la mejor forma de abordar el montaje, y además, desde ese lugar era muy liberador poder acercarte al texto. La obra de Lorca te lleva hacia un imaginario que ha sido difícil reinterpretar, pienso en los arlequines, en los payasos… había una serie de imágenes implícitas en las acotaciones que te arrastran hacia un lado que necesitábamos reinterpretar, porque no nos parecía, por lo menos a nivel escénico, muy sugerente, y a mí me ha pasado un poco lo mismo que con Don Perlimplín: a Lorca, cuando intentas desafiarlo, fracasas, y cuando vuelves a él de pronto reencuentras lo maravilloso que es lo que él propone. Te das cuenta de que tu primera lectura de la obra siempre es defectuosa, poco a poco intentas ponerte a la altura de lo que él propone, y ves que él es mucho más imaginativo y mucho más rico que lo que tú primeramente has leído.
La propia poesía del texto imagino que te va sugiriendo cosas para la puesta en escena…
Sí, y menos mal, porque la propia pobreza de mi imaginación, por ejemplo en el caso del arlequín del tercer acto, me llevaba a una cosa tediosa, a un imaginario que no me interesaba nada. Eso lo intentamos desafiar y luego volvimos ahí y funcionó. Ahí te das cuenta de que estás dialogando con un genio. Tardas en sintonizar con su imaginario, porque de primeras intentas llevártelo a tu terreno y cuando vuelves a Lorca de pronto consigues que eso se revele, que florezca por sí mismo.
¿Cómo es dirigir a cuatro manos? Porque Carlota Ferrer y tú lo habéis hecho en el Corral de Alcalá, pero con un montaje debe ser diferente.
Ha sido muy placentero, a mí me parece que al final éramos dos directores simultáneamente y en total sintonía, cualquier cosa que proponía Carlota para mí estaba totalmente en sintonía y, sin querer hablar por ella, supongo que al contrario es igual, porque ha permanecido y en casi todas las correcciones hemos estado de acuerdo. Ambos ya tenemos mucho oficio. Por otro lado, Carlota es genial en todo lo que es trabajo de movimiento y danza y eso le aporta muchísimo a la obra, es un mundo que a mí me resulta más ajeno. Son dos visiones que funcionan muy bien juntas, yo me he sentido enriquecido y aprendiendo cada día con ella.
¿El propio texto da pie a abrir la posibilidad de combinar diversos lenguajes escénicos?
Lo onírico da mucha libertad y en la medida que empezamos y esa posibilidad se fue abriendo, vimos que el collage y el homenaje a las vanguardias era el camino a seguir. Ahí nos dimos cuenta de que todavía la libertad era mayor y mayor la capacidad de poder ir construyéndolo juntos. Aparentemente, todo parece un collage arbitrario, pero la obra expulsa cosas que tú propones, hay cosas que no las acepta. Eso ha sido muy interesante, hay cosas que por mucho que te empeñes, no funcionan.
En ese homenaje a las vanguardias, ¿habéis tenido referentes concretos, estéticas concretas, artistas concretos?
Sí, no de una forma muy definida, pero los dos estamos muy familiarizados con todo este mundo referencial, desde las películas de Cocteau a las de Buñuel, El perro andaluz… queríamos que fuera un homenaje a las vanguardias históricas con su estética en blanco y negro, con esta cosa un poco desfasada, porque pensábamos que la justicia al texto tenía que ver no con actualizar la obra, sino justamente con asentarnos un poco en su imaginario, y sacar el humor. Había una intención clara de recuperar el humor y buscar una estética clásica, en blanco y negro, hay algo muy contemporáneo en lo lingüístico y muy arcaico en la estética visual, tanto en vestuario como en escenografía. Carlota y yo estábamos de acuerdo en que la contemporanización, en el sentido de trasponer en el tiempo, no es algo que nos abra posibilidades. Al contrario, irte a una época pasada y empezar a construir desde una estética de los años 20, que luego puedes transgredir, genera un imaginario infinito.
Al viajar a esas vanguardias históricas, con los 100 años que han pasado casi, ¿sentís que estas vanguardias están superadas, al menos en lo escénico?
A nivel de libertad, sería bueno volver allí para aprender un poco de la enorme libertad con la que trabajaban, que consiguieron generar en un momento concreto en el que todo estaba -queremos pensar- mucho más codificado que hoy. En realidad, muchas veces lo que hacemos o lo que intentamos hacer es maquillar, con un vestuario más moderno o con elementos tecnológicos, cosas que ya se estaban haciendo en aquel momento.
Y otra cosa que posiblemente ya estaba en boga en aquel tiempo es la cuestión del género, que en esta obra está y vosotros resaltáis de algún modo en el montaje.
Yo muchas veces pienso -y esto es una reflexión personal- que miramos la historia con la prepotencia de que hemos superado ciertas cosas, pensamos que estamos en un sitio más evolucionado, y si leemos, en vez de pensar que es algo visionario adelantado a su época, debemos darnos cuenta de que nuestras reivindicaciones de hoy son las reivindicaciones de siempre. Podemos retrotraernos más allá de Lorca y encontramos obras y novelas y todo tipo de planteamientos culturales, literarios o pictóricos, donde eso ya está dicho y explicitado, y cuanto más nos sumergimos en la literatura, más nos damos cuenta de que quizás estamos reivindicando lo mismo que se lleva reivindicando mucho tiempo. A lo mejor dentro de 100 años se fascinan de que nosotros habláramos de la fluidez de género, y dirán: mira, qué adelantados estaban.
El propio Lorca en Así que pasen cinco años tira de sí mismo para transgredir, por ejemplo, la peripecia de Doña Rosita la soltera. Esto no deja de ser algo que sigue sucediendo, seguimos llamando teatro moderno o contemporáneo al que trasciende el costumbrismo de lo convencional.
Yo creo que en todas las épocas ha debido existir gente que se revelara contra las convenciones, y luego hay autores que llamamos geniales porque se atrevieron a expresarlo y otros que estarían expresando la norma. Doña Rosita o la Novia debían existir en estas sociedades por muy represivas que fueran, habría gente que sintiera esto, aunque fueran excepciones.
De todas formas, algo tendría, y tiene Lorca, cuando seguimos haciendo Doña Rosita y todas sus obras… y no hacemos a Jacinto Benavente, por ejemplo.
Ahí está la genialidad de autores que supieron dar voz a otras visiones.