Eres guionista, director de cine, escritor de éxito. ¿Por qué ahora teatro? ¿Te gusta el riesgo?
Es algo que quería hacer desde hace mucho tiempo y que de joven había sido, seguramente, una de mis vocaciones. Siempre me ha gustado mucho. Cuando había surgido la posibilidad o me habían hecho algún encargo, me había pillado trabajando en otras cosas o no era la idea que yo tenía para llevarlo primero al teatro. Y siempre venía muy asociado al deseo de escribir teatro también. Es curioso, porque a lo mejor hay directores que tienen ganas de dirigir teatro, pero en mi caso las ganas de escribirlo son anteriores. Había empezado algunos proyectos, pero se habían quedado ahí.
¿Había textos guardados en los cajones?
Sí, textos no acabados, ideas medio desarrolladas, pero que no habían terminado de convencerme. Alguna incluso más desarrollada, y que al final no me había convencido, sí está en algún cajón.
En realidad, la pregunta sería entonces ¿por qué has tardado tanto?
Puede ser. Quizás sería la más correcta, sí. Creo que Anna y Vito, intérpretes protagonistas de la obra, tienen mucha responsabilidad. Estábamos haciendo una película en Melilla que se llama A este lado del mundo, con ellos de protagonistas, sobre la inmigración vista de una manera particular. Y un día charlando me preguntaron: ‘Oye, ¿nunca has querido hacer teatro?’ Y yo les dije: ‘Sí, claro, al revés, llevo toda la vida queriendo hacer teatro’. Era una pregunta que me hacía más gente.
¿Y fue Alfredo Sanzol [director del Centro Dramático Nacional] quien te llamó, sería mucha casualidad, o le hiciste llegar la propuesta?
No, de esto hace tiempo. Estamos hablando de antes de la pandemia. Ocurrió que un día les dije: ‘Tengo una idea para una función de teatro para la que vosotros seríais perfectos y la función consiste en esto’. Y me dijeron: ‘¿La tienes escrita?’ Y dije: ‘No’. Y ellos: ‘¿Y por qué no la escribes y nosotros te ayudamos, vamos a tu casa, hacemos improvisaciones? Cerramos una fecha y fui escribiendo. Cuando vinieron, más o menos tenía una primera versión. La leyeron, estuvimos hablando. Pasó tiempo y la corregí. Anna encontró a la productora Bitò en Barcelona y les pasó la función; les gustó mucho y quisieron hacerla. Era un mundo que yo no conozco: lo normal es ir ofreciéndola a los teatros que nos pueden interesar. Y ahí es donde entró Sanzol.
¿Quiénes son Nuria (Anna Alarcón) y Pablo (Vito Sanz), protagonistas de Los guapos?
Son dos personas que crecieron juntas, o por lo menos en el mismo barrio, en las mismas calles, que tienen una cierta conexión con ese origen que les pesa. Digamos que son dos experiencias de destino muy opuestas: la persona que ha sido capaz de salir de ahí, de enderezar el destino, de trabajar en lo que le gusta y no haber traicionado a sus ideales, si es que alguien puede no traicionarlos todos; y la otra persona, todo lo contrario, se ha quedado muy colgada en ese lugar, un poco aprisionada. Cuando se vuelven a cruzar, como han tenido una relación amorosa casi infantil, surge esa exposición de los recuerdos de uno y los recuerdos del otro, y cómo uno necesita al otro. Es un duelo entre las dos versiones. Creo que todos tenemos un duelo con nuestros recuerdos.
Dices para presentar la obra que “nadie es del todo responsable ni de sus éxitos ni de sus fracasos, sino que comparte algo con las influencias ajenas, el azar, el contexto”.
Sí, creo que hay mucha retórica sobre la gente hecha a sí misma, como el discurso que tiene Trump constantemente del empresariado que se ha hecho rico. Y cuando lo analizas, es el hijo que viene de un empresario que se ha hecho rico. Es bastante mentira todo eso. Es verdad que hay un componente, pero hay otro y es que las personas somos herederas de un contexto, incluso de un contexto histórico de nuestro país.
En un momento de la obra, Nuria, hija de una mujer que cosía en casa, comenta con un cierto anhelo: “La vida tiene muchos dobladillos, y a lo mejor todo habría sido diferente si algo hubiera sido diferente”.
Eso es: la idea de que el destino, en realidad, a veces depende de una decisión, de la que no eres consciente en ese momento, que va a tener trascendencia y la tiene. Creo que todos somos conscientes de esos giros que ha dado el camino. Y luego, a algunas personas se les niega la capacidad de rectificar y a otras se les abre. Siempre digo que al final, lo que uno más agradece de su entorno familiar es que te permita retomar el camino después de un error. Hay mucha gente a la que un error le cuesta caro.
Y mira que Anna tenía un elemento poderoso, que es la belleza o la guapura, rasgo que da título a la obra, y que quizás ha sido para ella más una condena que una bendición.
Tiene un hermano que se queda en la penumbra. Han sido ‘los guapos’ del barrio. Ella cree que se lo decían con desprecio. A veces en esos motes hay un elemento de catalogación. La belleza es una cosa que cuando tienes 15 o 16 años te puede facilitar mucho la vida, pero también te puede condenar, porque te hace a lo mejor esforzarte menos, o pensar menos, vienen a ti, eres el trofeo. Hay un destino a veces cruel de la gente que ha sido muy guapa porque se pierde algo en el camino. Cuando no has sido una persona atractiva, es decir, que nadie se ha acercado a ti por tu atractivo físico, sino que se han acercado porque te han escuchado o les has caído bien, es más fácil que tu autoestima se vaya fortaleciendo. Pero a veces estas personas, tanto hombres como mujeres, se quedan ahí, en el territorio de nada.
Siguiendo el hilo de ese foco que pones sobre los orígenes en Los guapos, dice Pablo que “mirar a alguien que conociste de niño es como un viaje”. ¿Adónde?
Claro, cuando ves de nuevo a las personas que han estado en tu infancia, es como si atravesaras un túnel. Tú te has visto todos los días, la evolución ha sido muy constante, no tienes una sensación de saltos. Pero cuando vuelves a ver a alguien que fue contigo al colegio, de pronto a todo el mundo nos choca. Porque es el niño de 12 años que se sentaba cerca de ti en clase, pero a la vez es un señor o una señora.
¿Compartir ese mismo origen con una persona establece lazos indisolubles?
Creo que de donde menos podemos engañar es de nuestra infancia o primera juventud. Engañar en el sentido de que los recuerdos están siempre condicionados por nuestra propia versión de la verdad, como las autobiografías. Algunos embellecen más que otros, pero hay una versión. La realidad es que cuando estás con gente que ha vivido contigo ese periodo, no fue exactamente como tú lo recuerdas. Es difícil engañar al que ha crecido contigo.
A veces uno quiere escapar de ahí, de esos orígenes. ¿Se puede huir?
En parte siempre están dentro. Es como si fuera un paisaje interior que siempre está ahí. No dejas de ser el que has sido en tu familia, en tu barrio, en tu colegio. Y por eso son tan duras las cosas que pasan en la infancia. Cuando la gente dice que por qué vienen ahora a hablarnos de un abuso que sufrieron de niños, digo: ‘Porque tú no sabes el peso que ha tenido eso en el resto de sus vidas; y si no lo sabes, eres una persona muy ingrata para las que han sufrido eso’. Creo que son cosas que marcan mucho. Una persona que ha crecido en una familia pobre o con necesidades tiene una actitud: puede ser un despilfarrador o una persona muy prudente, pero lo es por eso. Hay algo que está en nosotros, no somos una reinvención total. En la obra están ellos dos en esa pugna.
Dices que en esta obra de solo dos personajes está muy presente un “barrio de aluvión”. ¿De qué estamos hablando?
Era lo que ahora podría ser un barrio de migración. En nuestra época no existía más que la emigración interior, es decir, la inmigración venía del resto de España. Las grandes ciudades, en barriadas en desarrollo, se llenaron de familias y de gente que no tenía arraigo en la ciudad; algunos tenían un pueblo, otros ni siquiera. Ese desarraigo, de alguna manera, la ciudad lo llenó. Era crecer ahí, en el accidente de la barriada, en colegios muy grandes con muchos alumnos.
Sin embargo, para la puesta en escena decidiste limpiar todo y dejar solo a dos personajes enfrentados al texto.
No sé por qué el teatro siempre me ha gustado por lo que tiene de limpieza. Creo que el gran secreto del teatro es la síntesis que hace, a veces técnica. Al final las cosas que yo más he disfrutado en el teatro seguramente han sido los montajes de Peter Brook y de gente que admiras porque, desde mucha desnudez, han conseguido irradiarte leyendas tradicionales. Viniendo del cine, lo aprecias mucho; el cine es un arte muy realista y el teatro es un arte muy de sugerencias. No siempre el alambique tecnológico del teatro le ayuda. Hay veces que sí, pero otras es demasiado.
En esa limpieza escénica proyectas una sociedad que genera individuos “de usar y tirar”.
Creo que la sociedad de consumo ha generado un utilitarismo de las personas. Y nos ha llevado a que nuestras relaciones también sean de consumo. Todo se contagia, es decir, es imposible vivir en un entorno que funciona de una manera y que ese funcionamiento no transforme el modo de relacionarse de la gente. Empieza a haber personas que son útiles, otras que no son útiles; personas que son rentables y otras que no lo son. Eso no existía antes de que todo fuera consumo, había más espacio para hacer cosas que no requirieran comprar y vender, o exprimir. Había muchas cosas que se hacían de una manera gratuita, relaciones que se tenían sin saber por qué. Ahora todo es: no me compensa, de qué me vale esto, qué gano yo. Son expresiones que están ahora en el diccionario y que nos definen mucho como sociedad. Creo que la cultura del escaparate, del quiero esto y lo quiero ya, y luego ya no lo quiero, también con respecto a las personas, es demoledor. Todos arrastramos un sentido de culpa porque todos hemos hecho uso de ciertas personas. De hecho, la obra habla mucho de eso, de un cierto complejo de culpa.
En esta línea, Los guapos hace referencia a un tipo de sociedad en la que hay dos carriles: uno para los pobres y otro para los ricos.
Sobre todo la justicia, que siempre ha sido expuesta como ciega, y todo el mundo sabe, Estados Unidos es el mejor ejemplo, que no lo es. La justicia está mirando todo el rato el dinero que tiene el culpable, y en función de lo que tiene, le condena de una manera o de otra. Por desgracia, los grandes abogados están al servicio de la interferencia de la igualdad. No todo el mundo tiene derecho a la misma defensa. Eso va limando también la fe de las personas.
Quizás esto permita entender que Nuria exprese en un momento dado un deseo de venganza.
Absolutamente. Ella lo dice muy gráficamente: hay un carril por el que circulan a 120 km por hora y por el otro vamos a 30. Y eso genera mucho rencor social. El rencor está muy presente en la sociedad actual, cosa que a lo mejor no estaba antes, habiendo vivido episodios mucho más dramáticos. Esa gente que cree que, por ejemplo, los avances de la mujer van en perjuicio suyo. Cuando la gente utiliza la expresión ‘Es que ahora no se va a poder decir nada’, yo siempre digo: ‘¿Pero qué decías antes?’. Y por supuesto hay gente que toma todas las leyes de integración como que van en su perjuicio. Cuando se lo recuerdas, les resultas impertinente y, si pudieran, te silenciarían. Me parece que es muy importante recordarle a la sociedad todo el rato la injusticia que lleva dentro, y la que arrastra.
Y aunque descontextualizada, me gustaría concluir con la primera frase de la obra: “Últimamente no me gusta nada de lo que veo en el teatro”. ¿Es una declaración de intenciones?
¡Ah! Es una frase que oye el actor justo antes de empezar la función; sube al escenario y se la acaba de oír a un espectador que ha pasado al lado. Y de alguna manera genera esa tensión, esa violencia que hay en la sociedad. Se dicen cosas, nunca pensando en que las puede estar oyendo alguien que se sienta aludido. Cuando pones algo en escena o subes como actor a un escenario, es importante tener presente que hay también un fuerte rechazo a que hagamos lo que hacemos. Hay que preguntarse por qué y estar todo el rato cuestionándose a uno mismo. Esa frase me parecía un buen inicio: ‘A ver, ¿qué me vais a traer aquí?’ Bueno, pues vamos a intentar que no seamos tan conscientes de lo nuestro. A veces el mundo del teatro, del cine, de la literatura es muy autorreferencial y debemos salirnos de eso. Acabamos hablando para un club del que formamos parte y creo que debemos trascender eso. Precisamente hacemos lo que hacemos para llegar a la sociedad, para llegar a otros.