Cuéntanos quién eres y cómo llegaste a la autoría teatral
¿Quién soy? Pues es una frase que aparece en esta obra. Es una pregunta muy difícil y siempre me sale como dar el curriculum… ¡qué horror! El teatro ha formado parte de mi vida desde los ocho años, sobre todo como actriz, pero hace ya un tiempo me puse a escribir, cositas cortas, cortometrajes, microteatros… y ahora no puedo parar. Después de un taller con Nao Albert y Marcel Borràs, me animé a escribir papeles que me apeteciera interpretar. Ellos decían que se escribían los papeles que nadie les daría y que tenían ganas de hacer. Y aquí estamos, estrenando mi primera obra larga en la que también actúo. No sé si eso responde de alguna manera a tu pregunta.
¿Cuál es el germen de Lalegre, la compañía de teatro, y qué personas la conforman?
El germen es este proyecto, nos juntamos por la necesidad de hablar del suicidio, y por poder jugar con las formas de hacerlo. Este proyecto tiene un equipo maravilloso que iniciamos Helena Ovalle, Manuel Muñoz, Ana Muñoz, Verónica Almeida, Rodrigo Arahuetes, Diego Tierra, Marcos González, Sara Arbesú, Neus Alcolea y yo. No sabemos lo que nos deparará el futuro, nuestra intención es seguir haciendo teatro.
El ruido de Júpiter nació en un taller que realizaste con Pablo Remón, ¿cómo te influenció en este texto? ¿Podemos encontrar guiños hacia su escritura?
Aunque ya tenía un par de escenas sueltas de lo que hoy es El ruido de Júpiter, yo llegué al taller de Pablo con la intención de escribir cosas nuevas, pero el primer día él nos habló de esos textos que insisten, que quieres abandonar y no puedes, y este, desde luego, lo hacía. Además de darme muchos lugares donde apoyarme y tocar tierra, y ante mi bloqueo con esos textos que insistían pero que no sabía dar forma, me animó a ponerle cuerpo a esas palabras. Empezar a trabajar con actores, que el texto ya saldría solo. Y así ha sido.
Guiños hacia su escritura seguro que miles. Fuimos a ver Los Farsantes como parte del proceso, no sólo como público, y no sé cuánto quedará de esto en el texto que al final es El ruido de Júpiter pero ojalá, si alguien los ve, me los muestre. Si uno puede imitar, que sea a los grandes.
Estudiaste filosofía y psicología, ¿en qué medida te ha ayudado esta formación académica a la hora de escribir este texto atravesado por la salud mental?
Este texto surge sin duda de mis estudios de filosofía. Ya en la universidad hice algún trabajo sobre el suicidio. Y los estudios en psicología me han permitido acercarme a este asunto desde otros lugares. Son intentos de entender diferentes, y creo que la obra no es más que eso; un intento de entender no sólo el gran abismo que es el suicidio, sino a nosotros mismos ante él.
Este es tu debut como autora teatral, háblanos del proceso de escritura y de los borradores del texto hasta quedar conforme con el resultado final.
No sabría decir cuántas fórmulas habré gastado titulando documentos como “El ruido de Júpiter final ultra definitivo, este sí que sí”. No sé si esto surge por ser novata, o si gastaré mucho espacio en el disco duro el resto de mi carrera teatral, pero tiene algo bonito esto de que uno vaya creciendo con su texto. Ha pasado un año desde que terminé de escribir la obra y ya me siento otra, hasta el punto de sentir algunas partes de la obra algo inmaduras. Pero está bien, tengo ganas de que el público vea cómo expresaba antes lo que aún me remueve.
¿Cuáles son los temas que te atraviesan a la hora de construir un texto?
La amistad como pilar fundamental, de hecho lo sujeta todo en esta obra. La religión, como elemento que interrumpe. La familia, sobre la que sigo escribiendo porque sigo sin entender nada. Creo que la contradicción me pone a escribir, y hay tanta sobre la que escribir…
¿En qué crees que tu obra cambia el mundo y que pretendes comunicar con ella?
Ojalá anime a hablar un poco más del suicidio, de lo que se siente, de lo que juzgamos, de la culpa. Pero si no cambia nada, también está bien. Creo que ya nos ha cambiado a nosotros haciéndola, algo es algo. Pretendo comunicar mis dudas, nada más. Yo tengo una opinión, por supuesto, pero he luchado mucho por no mostrarla. Ya me diréis si lo he conseguido o si he convertido esto en una obra panfletaria. Espero que no.
A lo largo de tu vida, ¿has tenido pensamientos suicidas alguna vez?
Diría que sí, pero igual antes deberíamos ponernos de acuerdo en cosas como ¿dónde está el límite de lo que es un pensamiento suicida? ¿Hablamos de mirar al vacío y sentir el impulso de tirarse o de informarse sobre qué pastillas tomar para no sufrir en el intento? ¿Igual un pensamiento suicida es hablar con un amigo del alivio de tener esa opción, ahí, guardada? ¿O simplemente es esa emoción de no querer estar? Es una pregunta difícil, pero a muchas de estas preguntas contestaría que sí, y no pasa nada. Suele resultar terrorífico hablar así, lo entiendo, lo es. Pero los pensamientos no van a desaparecer, y si los llenamos de culpa y miedo, en vez de prepararnos como sociedad para intentar sujetar al otro cuando lo necesite, les dejamos solos. Y ante eso ya no hay nada que hacer.
¿Qué es lo que los ha desencadenado?
La vida. Pero está bien, también es lo que nos hace elegir quedarnos, aunque a veces tampoco entendamos eso.
A lo largo de tu vida, ¿has tenido que ayudar a alguien a escapar de pensamientos suicidas?
Sí, el suicidio es algo que ha aparecido en mi vida de varias formas. Y aunque haya un intento de naturalizar cómo hablamos de esto, porque realmente creo que es lo mejor, no dejo de sentir vértigo cada vez.
¿Qué opinas sobre la decisión de suicidarse de una persona que no encuentra sentido a su vida?
Que dan igual las razones. Creo que ese es uno de nuestros problemas, juzgamos lo que atraviesa al otro y así es imposible que se comparta, que se pida ayuda. Qué horror que el suicidio esté tan cargado de vergüenza y de soledad.
¿Qué podemos hacer como sociedad para disminuir el número de personas que cada día recurren al suicidio como única salida?
Escuchar, no juzgar y recoger al otro, invertir en sanidad pública, para que acudir al psicólogo no sea un producto de lujo. Pero también tener trabajos menos precarios, acceso a la vivienda, a la energía, al transporte, a la cultura. La felicidad no se la hace uno mismo.
Tenía un profesor que decía que el suicidio era “no querer estar en el mundo así”. Y creo que es importante despatologizar el suicidio, sobre todo porque los psiquiatras aún no pueden recetar un sueldo digno, una familia estable o un amigo que te entienda.
Existen problemas que nos afectan a casi todos por igual pero ¿cuál crees que es el más grande o más recurrente?
No lo sé, no puedo contestar a esta pregunta. Hay a quien le duelen guerras que pasan al otro lado del mundo y quien está preocupado por la relación que tiene con su madre, y todo dolor es válido. Si supiese contestar a esto no habría escrito una obra de teatro.
¿A quién recurres cuando sientes que en tu vida no tienes nada bajo control y por qué?
A mis amigos, a mi familia, a mi psicóloga y a la escritura. Creo que la cultura tiene un efecto protector.
Como autora, ¿cómo has gestionado tu ego a la hora de confiar la dirección en la mirada de Ana Muñoz y Manuel Muñoz?
A veces con dificultad, pero también con mucha confianza. Confío muchísimo en su criterio, aunque a veces tengamos opiniones distintas. Con Manuel tienes asegurada la sinceridad, tiene muy claro lo que le gusta y lo que no, es muy detallista. Ana trabaja mucho desde los cuidados, tiene muy en cuenta cómo se siente el actor en escena, nota cuando algo incomoda y sabe como jugar con ello. Es muy fácil cuando trabajas desde la curiosidad, y es una maravilla ver que aman esta obra igual o incluso más que yo.
¿Qué cosas aportaron al montaje que igual, de primeras, no aparecía en tu texto?
Muchísimas cosas, es una de las ventajas que tiene jugar y escribir a la vez. No sé, un personaje que yo escribí inmóvil ellos le dieron movimiento y otra presencia, textos que pretendían decir una cosa, ahora, al decírselos al público, dicen otra, y de pronto resultan mucho más interesantes. El teatro es colaboración y comunidad, y estoy muy agradecida de haber contado con ellos dos y con el resto del equipo. Estoy rodeada de artistas maravillosos.
Los protagonistas del texto deciden suicidarse a través del insomnio, ¿cuántas horas has estado sin dormir y qué cosas te hacen perder el sueño?
No creo que haya estado más de 50 horas de insomnio absoluto, posiblemente menos. Pero hay tantísimas cosas que no me dejan dormir, buenas y malas. Las emociones a veces no caben en los sueños, y mi pareja ronca, eso también.
Y este título, El ruido de Júpiter…
Ana Muñoz y yo teníamos claro que el título tenía que ser una parte del texto, porque, como éste dice: “Las pelis buenas son esas que de pronto en una escena dicen el título de la película”, pero estuvimos mucho trabajando en un texto sin nombre propio. Finalmente, el título apareció un fin de semana que pasamos toda la compañía juntos, ensayando y conviviendo. Lo recuerdo como algo que surgió en común. Esas cosas que tienen todo el sentido del mundo pero que hasta que no las dices, nadie se da cuenta.
Has estrenado con todas las entradas agotadas para todas las funciones, ¿produce mucho vértigo?
Tengo mucho vértigo, pero también una red increíble sobre la que caer si me mareo. Es precioso que tanta gente de nuestro alrededor quiera ver nuestro trabajo. Contábamos con un público amplio por ser estreno, pero no con que se vendieran tan rápido y tuviésemos el WhatsApp lleno de mensajes preguntando si queda alguna butaca libre. Ojalá tener la oportunidad de seguir mostrándola, que guste y que sigamos llenando salas con nuevas miradas.
¿Cómo de fácil o difícil ves el acceso como autora para que tus textos se suban a teatros públicos?
Difícil. La inversión inicial que hay que hacer para mover un proyecto y que le den a uno una oportunidad hace que me plantee si esta es una profesión reservada únicamente para la burguesía.
¿Qué opinión te merece que la edad media de los autores emergentes sea en torno a 40 años?
A veces parece que hay que aguantar. Hemos romantizado esta idea de la precariedad en las artes porque “amo esta profesión”, pero hay que comer y pagar el alquiler. Estoy segura de que nos estamos perdiendo grandes artistas que se han quedado por el camino por este motivo, a parte de perdernos lo que voces jóvenes quieren contar.