Maldito Espinosa
Por Yaiza Cárdenas / @yaizalloriginal
«La filosofía es una actividad de esquizoide» es una frase que últimamente resuena en mi cabeza. Filosofía: «Conjunto de saberes que busca establecer, de manera racional, los principios más generales que organizan y orientan el conocimiento de la realidad, así como el sentido del obrar humano» (RAE).
Tras leer la definición oficial del término ‘filosofía’ pienso que sí, que probablemente sí sea una actividad propia de alguien que no está del todo bien de la cabeza, porque ¿cómo es posible orientar el conocimiento de la realidad? y, lo que es más importante, ¿cómo es posible hacerlo de una manera racional?
Personalmente, me suena todo utópicamente bonito, utópicamente sencillo y, la realidad, desde un punto de vista racional y objetivo, no es sencilla, ni consensuada, ni es una única para todos los que la viven. Y eso no la hace menos real.
Hace unas semanas asistí al teatro El Pasillo Verde a ver Maldito Espinosa, obra de la Compañía de teatro Theaomai escrita y dirigida por Sergio Santiago Romero e interpretada por Luz Carrillo, Fernando Salamanca, Sara Moreno, Víctor Plaza, Alejandro Sánchez, Paula Solís y Diego Valverde. En ella se cuenta la historia de Miguel, un estudiante de Erasmus en Ámsterdam que, tras conocer a los hermanos Marga y Juan, comienza a interesarse por la filosofía y dejar la fiesta a un segundo plano. Y es que Juan es una persona muy peculiar que, encerrado en su mundo, dedica todo su tiempo a su tesis doctoral sobre el filósofo Baruch Spinoza. Pero no se trata solo de algo profesional. Su personaje nos muestra cómo a veces la realidad puede cambiar según quién la mire y nos hace reflexionar sobre dónde está el término medio entre escuchar a aquellos que nos quieren y buscan lo mejor para nosotros o confiar en nuestro instinto, aunque esto último nos pueda llevar, en ocasiones, a la autodestrucción y/o la locura.
Ahora bien, ¿qué es la locura? Y, ¿quién es el loco en un mundo que a veces carece totalmente de lógica?
Y es que Baruch Spinoza, además de filósofo, fue un marginado. La comunidad judía de Ámsterdam le excomulgó por sus heréticas ideas sobre Dios y la ley mosaica. Es decir, por pensar. Por pensar diferente.
Los paralelismos que se observan en la obra entre el filósofo holandés y el personaje de Juan no dejan de ser, bajo mi punto de vista, distintas formas de ver la exclusión social. Cuando alguien piensa, cuando alguien se plantea cosas y expresa una forma de ver el mundo que choca con la visión de la mayoría, este pasa directamente a ser marginado del grupo y las maneras: excomunión, exilio, no contar con esa persona para otros planes, criticarle o tacharle de ‘rarito’, son solo eso, maneras de marginación. Y es que, como sociedad, ¿qué nos hace ser así? ¿Por qué le tenemos tanto miedo a lo diferente? ¿Por qué, a menudo, no somos capaces de escuchar, respetar y cuestionarnos puntos de vista o formas de vivir distintas a la nuestra?
Creo que la respuesta es que nos da miedo. Nos aterroriza la idea de salir de nuestra zona de confort, de cuestionar cosas que llevamos toda la vida dando por hechas o, lo que es peor, reconocer que estábamos equivocados y que la que era nuestra realidad hasta ese momento, se está desmoronando. Tenemos miedo a reconstruirnos. A echar abajo nuestros cimientos. A tener que empezar de cero. Y eso, aunque parezca una locura, solo podrán hacerlo los más cuerdos.