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María Velasco y el respeto por la alteridad

“El arte sirve para diseccionar las zonas oscuras que tenemos”

 

Recientemente galardonada con el Premio Max 2022 a Mejor autoría teatral por Talaré a los hombres de sobre la faz de la tierra, María Velasco regresa con esta pieza a la Sala Cuarta Pared del 1 al 17 de septiembre. La obra, también dirigida por ella, es un relato de vida de una ‘millennial’ que se fija en su educación sexo afectiva y sobre la relación del pensamiento ecologista con las interacciones humanas. Laia Mazanares es la protagonista de esta historia a la que acompañan en escena Joaquín Abella, Miguel Ángel Altet, Fran Arraez y Beatrice Bergamín.

Charlamos con la autora burgalesa que nos cuenta cómo este texto surge de la necesidad de deconstruir su aprendizaje, basado en una estructura patriarcal, para encontrarse con la mujer que es hoy en día y que sigue en constante búsqueda.

 

 

María Velasco, Premio Max en Cuarta Pared

 

 

Por Ka Penichet

 

Háblanos de la fase previa al proceso de escritura, ¿qué experiencias te abocaron a contar esta historia?

En la obra hay tanto experiencias de la infancia, como de la adolescencia, como de la primera madurez. Es un relato de maduración. Sería un relato de aprendizaje que se remonta a la infancia partiendo desde la educación afectiva. Nos preguntamos si es igual la educación para una niña que para un niño. Y luego, alcanza como las etapas más recientes y diría que dentro de esos sucesos más recientes, un momento que creo que me marcó a mi pero que marcó a mucha gente de mi generación fue la crisis global inmobiliaria de 2008, que coincidió cuando la gente de mi quinta había acabado los estudios. Ese momento en el que uno se tiene que involucrar sí o sí en la vida del mundo adulto y en el mercado laboral. Digamos que esa es como la vivencia más reciente, pero recoge como todo un historial de educación sexual.

 

Recurres a un título que probablemente, para ciertos sectores más conservadores, pueda resultar una provocación, ¿es intencionado?

Sí, el título es sobre todo para la gente hipersusceptible que intenta leer algo misántropo a los que me encanta explicarles que está extraído de la Biblia, porque creo que a diferencia de muchas personas que se declaran católicas yo sí he leído la Biblia. Mis libros favoritos de la Biblia suelen ser los textos apócrifos o los de profetas menores como el Libro de Sofonías, esa línea me marcó mucho. Luego fui descubriendo que las traducciones al español de la Biblia suelen ser traiciones, suelen ser muy poetizadas y ficcionalizadas y en muchos otros idiomas, esto lo he ido descubriendo a través de muchos traductores, la palabra que se utiliza es exterminar: ‘Exterminaré a los hombres sobre la faz de la tierra’. Eso tiene un contexto como muy apocalíptico y, en español, el traductor usa el verbo talar. Para una obra que establece ese paralelismo, que es lo que siempre contamos en la sinopsis, entre cómo se ha hecho una explotación de los humanos que representan una alteridad: los niños, los extranjeros, las mujeres… pero también del medio ambiente, para mí ese paralelismo que se establece en esa idea de talar a los hombres era un hallazgo. Sobre todo, es una de esas frases que cuando la leí o escuché por primera vez se me quedó tatuada como algunas frases de los Salmos. Hay una fuerza y una violencia poéticas en la Biblia que es difícil de encontrar. Es muy ‘hardcore’. Un título siempre tiene algo de declaración de intenciones. Los títulos de mis obras son fáciles de olvidar y difíciles de recordar, pero hay algo como una promesa de que no va a haber un lenguaje funcional, que no va a haber un lenguaje que sea utilitario en el sentido de la comunicación, sino que quien acceda a la invitación va a tener un vuelo poético.

 

La protagonista de la obra realiza un viaje al interior de su educación afectiva, ¿cuánto de María Velasco hay en el personaje que interpreta Laia Manzanares?

Te diría que prácticamente todo. Hay una reelaboración siempre de las vivencias. Creo que el arte sirve para reelaborar esas vivencias y ver la luz que siempre hay, incluso en las etapas más oscuras de la vida. Es decir, qué se destila de las experiencias más crueles o que en el momento nos hayan podido parecer más crípticas: ¿Por qué me está pasando esto a mí?, ¿por qué he llegado hasta aquí?, ¿por qué estoy haciendo lo que hago? Siempre el arte a posteriori sirve para diseccionar esas zonas oscuras que tenemos dentro de nosotros. Te diría que es una obra plenamente autobiográfica y, a la vez, la paradoja que siempre se produce cuando la autobiografía funciona que es cuando yo se lo doy a leer a las dos actrices de la obra por poner el ejemplo de personas muy cercanas que proceden de lugares diferentes y que tienen edades diferentes, Beatrice Bergamín y Laia Manzanares, ambas me dijeron que podrían haberlo escrito ellas. Cualquiera que hace una obra, por autobiográfica que sea, está pensando en que eso sea ampliativo y que hable de experiencias en las que se va a reconocer una pequeña multitud.

 

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María Velasco

¿Qué te aportaron ellas a la visión de tu texto?

Siempre digo que dentro de una generación las experiencias son diferentes. No recuerdo qué filósofo decía que hablar de una generación era traicionar las individualidades, pero sí que es verdad que en la generación de Beatrice era un mundo, incluso en la cultura y en el teatro, donde había muchos abusos, no ha habido un #metoo, no ha habido un proceso de examen. Es como una tarea pendiente. En el caso de Laia, que es una persona con mucha conciencia social, que utiliza la visibilidad que tiene en redes y, que ha adquirido a través de sus papeles como en Merlí o en el cine, para causas en las que no todo el mundo quiere entrar. Cualquier representante de actores le diría que no se metiera en ese jardín. Sin embargo, es una persona que no deja de utilizar su imagen para comprometerse y que ella ya tiene un trabajo hecho sobre su asertividad como mujer y como actriz. Lo terrible es que compartimos experiencias, que tanto Beatrice como ella comparten experiencias, donde en el teatro se han sentido acosadas o, incluso, gente del propio sector ha utilizado casi su condición de actrices como la de mujeres que tenían que ponerse al servicio de otras cosas para un director. Hay una experiencia común y compartida desagradable en un amplio abanico de generaciones, pero es verdad que creo que, por ejemplo, en el caso de Laia hay una mayor emancipación.

 

Ahora que mencionas el #metoo, recientemente ha salido a la luz un caso de una escuela de teatro en Sevilla, donde algunas alumnas denuncian abusos, ¿qué te parece que se den estos casos en una escuela de teatro?

Me gustaría que algún día se hablara del #metoo en la docencia de teatro. Creo que todo el mundo que haya tenido una experiencia en escuelas de teatro, se ha encontrado con el profesor gurú que utiliza ese poder, que tal vez no ha tenido en los escenarios, en las aulas para seducir a mujeres jóvenes que están en un proceso de aprendizaje. Es algo de lo que deberíamos hablar. En el Institut del Teatre ya ha salido, pero yo la verdad que, tanto como alumna como docente, he visto normalizadas este tipo de conductas. Yo he sido docente y no las puedo comprender. Tú no estás en igualdad de condiciones con alguien que está en formación, que está inmaduro y sobre todo que tiene un rol dependencia hacia ti en ese momento.

 

Yo crecí viendo documentales que me ponía mi padre de Félix Rodríguez de la Fuente y con el movimiento ecologista de la obra de César Manrique, ¿qué ocurrió para que se desoyeran sus recomendaciones casi hasta hoy?

Mi padre es cazador y eso aparece en varias de mis obras. Creo que el vivió un salto muy grande de lo que era esa caza por necesidad. Mi padre provenía de una familia muy pobre y humilde, cazaba desde niño y se iba al mercado, bien a hacer trueque o a vender, y acabó como morralero de señoritos que se compraban el traje en Decathlon cuando los cotos eran una especie de privilegio a pagar, cuando había que pagar por el derecho a coto, por una veda, por cabezas, cuando la caza se convirtió en algo puramente lucrativo. Incluso él, en los 70, conoció una época en la que se pagaba a los alimañeros, a quienes mataban alimañas, porque hacían daño a la caza menor y había un lucro. Hubo un salto muy rápido hacia un desarrollismo que se ve en el mundo de la caza, pero también en esos documentales, yo recuerdo barbaridades que uno empezaba a ver, pero que no sabía el efecto que iban a tener a largo plazo. Creo que ese tipo de conciencia llega tarde. Siempre hemos crecido con la idea, tanto a nivel individual como social, de que los recursos eran ilimitados. El mundo es de todos, quema tu parte. Creo que bien un poco de ahí y de que no había una conciencia a medio o largo plazo.

 

¿Cómo se puede aplicar ese pensamiento ecológico a las relaciones humanas y sexuales?

Yo hablo sobre todo del respeto por la alteridad. Hay un punto que está en la mitología griega y lo tenemos en la Biblia que decía que el hombre va a tener dominio sobre los animalitos, sobre los niños, sobre las mujeres y sobre los esclavos. Esto está en Agamenón y lo tenemos en el Génesis, es decir, es una herencia cultural super pesada. Esa herencia ha estado detrás del colonialismo y de las diferentes formas de explotación. Creo que no hay que infravalorar la diferencia. A mí la diferencia siempre me ha excitado. Me fascinaba conocer a alguien de otra nacionalidad, lo extravagante, si Burgos era una ciudad monocroma, algo que saliera de la norma era mi fascinación. Creo que deberíamos estar dispuestos a esa observación y escucha de lo diferente, en lugar de sentirlo como algo amenazante. Al final, cualquier daño al otro es un daño que repercute en uno mismo. Seas espiritual o no, lo estamos viendo con el calentamiento global.

 

¿Cómo escoges a los y las intérpretes de esta pieza?

Pues había trabajado con todos previamente. No tengo compañía porque no tengo esas fidelidades y me gusta trabajar un poco por obra. Laia fue un pequeño milagrito porque no tenía ese personaje. Puse un anuncio en redes sociales con las características que buscaba en esa intérprete. Buscando curriculum, me detuve en el trabajo de ella pero casi lo descartaba porque pensaba que no tendría para cubrir su caché. Pues justo esa mañana recibí un mensaje de ella porque una amiga le había pasado mi anuncio. Desde que Laia leyó el texto, adquirió un compromiso brutal, que al principio yo misma cuestioné, porque iba a trabajar siete días de siete porque estaba sumergida en un proyecto audiovisual. Yo me asusté y estaba anticipando la posibilidad de que ella se agotase, de que el trabajo no le diera una satisfacción personal como para persistir en ello. Fue todo lo contrario, metió una energía muy personal en el proyecto. Creo que Laia está llamada a ser una gran actriz, bueno ya lo es, y además, Laia pone su dispositivo poético, de personalidad va sobrada. Creo que se nota mucho en las decisiones artísticas que toma.

 

Te he escuchado decir que la verdadera educación está en el desaprendizaje, ¿de qué conceptos habría que independizarse que nos enseñan en clase o en casa?

Yo tuve una educación muy católica. A veces pienso que si no llego a contemporánea es porque todavía tengo que estar haciendo el exorcismo de esa niña que crece con un temor hacia su propio cuerpo y también en una cultura en de una familia tradicional, de lo que pueda ser Burgos o Castilla, donde había muchos micromachismos, y machismos sin el micro, que eran el día a día. Yo he ido dejando eso y me he centrado en una educación basada en lo cerebral y en una determinada lógica. Una monja me decía que no había nubes rosas, cuando hay puestas de sol con colores inimaginables en el cono sur. Lo que pasa es que yo todavía no las había visto y no se las podía defender desde el empirismo pero sabía que las nubes rosas eran hermosas. Siempre me ha gustado ponerme en lugares incómodos. Tenemos que desaprender muchísimas etiquetas y entender que la personalidad misma es una especie de ‘work in progress’ en la poética.

 

¿Esperabas el Max?

En absoluto. Ya me sorprendió la nominación porque es una obra que se estrena en un contexto privilegiado, que es el Festival de Otoño con la confianza de Alberto Conejero, pero es en plena pandemia, que se programa 3 días máximo y la obra en ese contexto de alarma social se queda en coma. Ningún teatro público, en ese momento, muestra interés por lo que es una obra grande. Es difícil de programar sin precarizar al equipo. A partir de ahí, vamos haciendo bolos muy dispersos que requieren un gran esfuerzo de organización. Para optar al Max se requiere un número mínimo de funciones. Fue muy difícil mantener el latido de la obra hasta llegar a las nominaciones. Una vez que llegamos ahí, también influye qué obras se conocen y cuáles no y nosotros hemos tenido muy poquito amparo mediático, incluso después del Max. No es que lo diga yo, lo dijo hasta la Asociación de Autores y Autoras de Teatro. Esto se ha hecho con pico y pala a través de la pasión de individuos por el proyecto, algunos exteriores a la compañía, como la Sala Cuarta Pared que desde el primer momento me animaron para que el proyecto continuara.

 

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Imagen de Talaré a los hombres de sobre la faz de la tierra. ©Mara Alonso

 

Si haces balance de tu trayectoria como dramaturga, ¿crees que tu trabajo se ha reconocido como se merece?

¡Uf, qué difícil! ¿Sabes qué me salva de hacer ese juicio y de sentir que ha habido una omisión deliberada, no solo de mi trabajo sino de otros trabajos, que no son acordes a los discursos dominantes como a la adaptación del repertorio, a trabajar con caras conocidas, a hacer un teatro que va directo a obtener la condescendencia del público? Creo que me salva de todas esas valoraciones que nunca he creído en la meritocracia. Me parece un mito falsísimo del neoliberalismo. Me han podido defraudar gestores culturales a nivel aislado, pero nunca he esperado más.

 

¿Qué opinas de la gente que dice que tus textos son difíciles?

Para mí, que he llegado de una manera natural, viniendo de una familia que no tiene ninguna relación con el arte ni con las letras, por una especie de afinidad, de sensibilidad a determinados referentes. Yo nunca he infravalorado al público. Mi sensación nunca ha sido la de ir a favor de los gustos preexistentes, intento establecer una comunicación más de tú a tú, si me gustan a mí, a alguien más le gustará. Siempre he recibido la opinión extendida de que eran textos inaccesibles. Yo creo que cultivar la cultura también requiere un esfuerzo. Pienso que hay una cultura que forma parte del ocio pero que no toda la cultura puede pasar por esa criba de ocio. Eso es una cultura de consumo rápido y no todo se puede asimilar a eso. Me da lástima porque siento que un poco, por presión de la empresa cultural o porque muchas veces los artistas accedemos entrar a ese juego por pura necesidad, hay una infantilización dentro de la cultura brutal. Hay una infantilización diría del sentido del humor, del concepto de lo bello, y eso a mí me da lástima porque yo nunca he buscado facilidad en el arte.

 

¿Qué relación mantienes con el síndrome de la impostora?

Donde realmente los he pasado mal y me ha dado miedo es dirigiendo porque llevo escribiendo desde que era pequeñita. Sin embargo, a la dirección llegué en 2013, aunque todo el mundo me hace desde 2019, porque fue el primer proyecto que hice con mucha visibilidad. Todas las obras grandes que hice, siempre codirigí con hombres por mi propia iniciativa. Yo siempre tenía la sensación de que sola yo no me abría paso y tenía un miedo atroz. Fueron muy importantes los impulsos de directoras que me dijeron: «Es ahora. Esto es un oficio». Hace poquito, que tenía dudas existenciales, Paula Ortiz, la directora de cine me animó a tomar el camino más difícil siempre. Me ha servido mucho oírlo de compañeras.

 

Viendo lo cinéfila que eres, ¿por qué escribes teatro y no haces cine?

Yo empecé estudiando guion de cine y relacionándome sobre todo con gente del cine, sobre todo de la crítica cinematográfica. Te diré que si ya siento que el teatro a veces está preso de la empresa cultural y de los capitales, el cine ya es la máxima exposición de eso. Cierto es, que ahora hay nuevas tecnologías que han hecho que el cine se libere y para mí hay héroes dentro de ese medio que son la excepción que confirma la regla. Ayer hablaba con una amiga que acaba de entrar a trabajar en Netflix y lo normal ahora es que tu guion se rija por pedidos con criterios mercantilísticos, pero eso al teatro no alcanza. Lo que más me ha importado del teatro es esa libertad expresiva, a la que he tenido que renunciar muchas veces para sobrevivir o pagar la próxima obra pero adoptarlo como sistema de producción me resulta muy poco tentador. Realmente sigo viendo mucho cine que encuentra las maneras de sortear eso. Consiguen hacer cine de autor, aunque sea muy pobre, pero siempre hay un ojo avizor que dice esa persona para mí. Es difícil el cine.

 

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