Un proyecto largamente acariciado y deseado ve por fin la luz. Rakel Camacho ha hecho una versión para la escena -que ella también dirige- del último texto publicado en vida por el escritor chileno Roberto Bolaño, Una novelita lumpen.

La propia directora nos da las claves del montaje en primera persona.

 

Por Rakel Camacho

Fotos: Javier Jarillo

 

Me encontré con Una novelita lumpen gracias a que mi amigo Manuel Agredano me la regaló hace unos años, pero mi primer encuentro con su extraordinario autor viene de atrás, de cuando estudiaba dirección en la Resad y se programó en Matadero su 2666, dirigido por Álex Rígola, pedazo de montaje que nos dejó anonadados en la butaca a casi toda la profesión. Muchos conocimos ahí a Bolaño, su potencial y su infinitud, el gran Caravaggio de la palabra hecha imagen, y lo digo y siento que me quedo corta.

 

Cuando leí Una novelita lumpen, descubrí una suerte de reliquia sencilla capaz de abarcar lo inabarcable en cuanto a su profundidad filosófica y temas que en mí se contradicen constantemente. Al principio pensé que era una historia sobre prostitución, un tema del que siempre he querido hablar en escena por muy manido que esté. Tenía pendiente hablar de prostitución porque he estado en contacto con prostitutas y me ha fascinado e inquietado escucharlas, pero resulta que este no es el proyecto para hablar de prostitución porque todo es más poliédrico y complejo. Resulta que se trata de un thriller en tono de ensoñación que pone patas arriba cualquier tipo de expectativa o juicio moral. Esto va de una puta que no es puta, de unos delincuentes que no son delincuentes, y de una estrella de cine que ya no lo es… pero no quisiera hacer más spoiler.

 

Además de una oda a la luz, que se va apagando conforme los personajes se acercan a la “realidad” y que no les deja ver cuando están en su limbo personal, Una novelita lumpen nos habla de un tema tan candente como la creación de un futuro propio tras un momento crucial donde la angustia se apodera del individuo, quién decide avanzar, quién decide retroceder y quién apuesta por el estancamiento.  Esta búsqueda y ausencia de futuro es algo que nos cuestionamos todos en todo momento, no es condición exclusiva del lumpen. La relación con el pasado, con el presente o el futuro en cuanto a lo conceptual, es la parte esencial de la novela que más me llega.

 

Cuando lees a Bolaño, no es que veas e imagines lugares y personajes, es que están a tu lado, y sabes hasta cuántas veces se lavan los dientes al día, qué tipo de sexo prefieren o qué hacen cuando no están presentes… Sabes todo de ellos sin que el propio autor lo describa, y esto, realmente, de la manera tan mágica y lírica como lo hace, es sublime. La palabra de Bolaño es imagen, pero también la presencia de la música, de lo cinematográfico, de los cuerpos… es puro teatro y por eso estamos aquí hablando de ello.

 

Hay amor y hay odio y ni esto ni cualquier emoción se distingue bien. Hay liturgia, hay ofrenda. Hay inconsciente y pulsión como guías espirituales propios. Hay extremos, y me gusta que no haya ningún problema en poner los extremos encima de la mesa, sobre todo porque ni siquiera lo son, puesto que la confusión está por encima cubriendo todo, una atmósfera de extrañeza se apodera de la situación y no es ni fácil ni necesario saber exactamente qué está pasando. Esto, para una autora y directora como yo a la que la claridad psicológica, el planteamiento, nudo y desenlace argumental y la convención, poco o nada le importan para con la escena, es una gozar en bucle, pues me importa la transmisión de ideas, me importa no dejarlo claro para que el espectador pueda idear y se aclare él si lo desea, y si no, que se preste a la ebullición o a la contemplación.

 

Me zambullo en este proyecto como el reto que es, con la emoción y el vértigo de acercarse a una poesía gigante, y excitada por estar en este meollo y con un equipo soñado: Rebeca Matellán, Jorge Kent, Diego Garrido, Trigo Gómez como actores y Mireia Vila, Vanessa Actif, Sammy Metcalfe, Javier Jarillo, Julia Monje, Manuel Agredano y Mariano Polo, que me están dando oro.

 

Diré que en mi adaptación, yo no quisiera dejar ni una sola palabra de la novela sin decir en escena, en este sentido no está siendo fácil, y reescribo cada día y en cada ensayo, pero la escena tiene otras necesidades, así que el sacrificio está en marcha.

 

Bolaño es un evocador único, y a mí que no me gusta que me lo den ni hecho ni fácil, me viene de perlas para alucinar.

 

Los dos nacimos un 28 de Abril…

 

"El Caravaggio de la palabra hecha imagen" en Madrid