Por Pablo Iglesias Simón / @piglesiassimon
En La tierra de los hijos, Gipi, con una narración que cuece sus viñetas a fuego lento y nos permite saborear los silencios, nos regala un retrato cruel y bello del Apocalipsis. En él, dos hermanos analfabetos, criados con dureza por su padre, tendrán que sobrevivir tras su muerte en una realidad hostil. Con su diario como único legado, recorrerán los páramos buscando en vano a alguien que les pueda leer las últimas palabras de su progenitor. A medida que van recorriendo el pasaje del terror en el que se ha convertido el mundo, irán desentrañando los motivos ocultos del indeseado rigor de su padre. Pero esta odisea a través de lugares inhóspitos, habitados por personas que hace tiempo que dejaron de serlo, les servirá sobre todo para descubrir en sí mismos la empatía y los afectos que siempre les fueron negados.
En Stitches David Small también compone una fábula donde los silencios gritan lo que callan las palabras. En ella nos traslada a un ambiente no menos desolador: el de su propia infancia. Acompañándole encaramos el horror de descubrir las miserias cotidianas de quienes le dieron la vida y vertieron sobre él su egoísmo, sus inseguridades, sus complejos y sus culpas. Su niñez, enmudecida primero por el asfixiante ambiente familiar y, después, por una terrible enfermedad, se convierte así en una profunda herida, que sólo sanará en una huida desesperada e inevitable de aceptación emancipadora. La novela gráfica de Small acierta también en esbozar una crítica velada al paisaje tras los avatares personales de todos ellos, donde la represión, el negarse a uno mismo, la insatisfacción, el consumismo egoísta, y el culpabilizar al resto de nuestros errores, se revelan como los pilares agrietados de una sociedad fallida.
Ambas novelas gráficas colocan así al lector en una situación que no es grata y evidencian el coste de lo no dicho, de lo no hecho, de lo que no fue e inevitablemente engrilletará un futuro truncado.