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Nieves Rodríguez: «La palabra de María Zambrano alimenta, su filosofía pasa por el cuerpo»

Poesía, vida y sueño se funden en ‘La tumba de María Zambrano’, en el CDN. [entradilla]

 

 

Por Álvaro Vicente / @AlvaroMajer

 

La directora Jana Pacheco levanta del papel la poesía escénica de Nieves Rodríguez, trufada de frases de Zambrano, con el concurso de Óscar Allo, Isabel Dimas, Aurora Herrero, Daniel Méndez e Irene Serrano como intérpretes. ‘La tumba de María Zambrano’, como reza su subtítulo, es una ‘Pieza poética en un sueño’ construida a partir del epitafio impreso en la tumba de la pensadora malagueña: «Levántate, amiga mía, y ven». Discurre a través de la vida y el siglo de la filósofa que recibió el Premio Cervantes en 1988 sin dejar de perseguir la palabra perdida.

 

¿Por qué decides escribir este texto y por qué con esta forma poética y onírica?

El origen es el amor, el amor a la figura de María Zambrano, lógicamente. Yo tenía una deuda ética y moral con ella y quería devolverle una pequeña parte de todo lo que ella me ha dado y me sigue dando. También porque me ayuda a dialogar con su obra filosófica desde mi vertiente creadora, establecer ahí un puente que me parece muy interesante entre la filosofía y el teatro. Y luego es verdad que en la obra lo poético está de manera irremediable, y lo onírico me lo ha prestado ella, porque la obra dialoga entre la razón poética y la fenomenología de los sueños como dos de los legados filosóficos de su obra, o por lo menos que a mí me interpelan directamente y de una manera más decisiva. El intento ha sido poder unir esos dos legados filosóficos a la pieza dramática, con todo los problemas que eso tiene siendo yo una primeriza en ese trasvase.

 

¿Qué nivel de complejidad te has encontrado a la hora de escribir? ¿Ha habido mucho arrugar papel y tirarlo a la basura? ¿Cómo se afronta algo así: como ensayo-error o te dejas ir y luego sobre lo que has escrito vas limando?

Yo no sé dejarme ir en la escritura todavía, puedo estar tres días con una acotación, a este ritmo escribo. Pero con esta obra mi mayor temor, o mis dos mayores temores, eran, primero, que alguien que no tenga conocimiento de María Zambrano se pueda quedar frío, que la obra no le interpele, que sea algo que no tenga asideros donde sujetarse para entrar en el mundo zambraniano; y por otra parte, como dice el mandamiento, no usar su nombre en vano, ese era mi mayor temor, no usar el nombre de María Zambrano en vano, y me sigue atormentando, porque cuando admiras mucho a alguien temes siempre usar su obra como pretexto para otra cosa y eso es lo que yo no quisiera hacer jamás, al menos con María. Yo escribo de forma extremadamente racional, aunque luego la poesía brota. Hay algunas intertextualidades en la obra de la propia María, pero lo que sí que quería desde el principio era no hacer una biografía, porque no creo que sea el teatro el lugar donde hacer biografías.

 

Tú tomas una serie de decisiones, no obstante, eliges para esta fábula onírico poética unos personajes, unas situaciones, unos escenarios… ¿de dónde vienen esas elecciones, esas decisiones: de la propia vida de María, de ensoñaciones tuyas, imaginación…?

De las dos partes. Obviamente de María, de su vida, de su periplo, de las relaciones decisivas para ella, no tanto a nivel intelectual como afectivo, como son Araceli, su hermana, y su padre. Pero luego tenemos un personaje que es un niño hambriento que no forma parte digamos del imaginario de María y surge porque en estos diez años de crisis que podemos todavía contabilizar, hubo una noticia que a mí me dejó bastante impresionada sobre los colegios que tenían que abrir en verano porque era la manera de asegurarse de que los niños comieran. De pronto la guerra civil se me vino a la cabeza, la posguerra… era comprobar que niños hambrientos hay siempre. Es un personaje alegórico, tú y yo somos también esos niños hambrientos y entiendo que la palabra de María alimenta, porque a diferencia de otras filosofías, la suya es una filosofía que pasa por el cuerpo, no se queda en el mundo de las ideas, es experiencia.

 

Con todo lo que fue y supuso y significó María Zambrano, tú has elegido dos momentos, la niñez y la muerte, y entre ellos pasa algo que aparentemente es pequeño, pero que al final resulta un resumen del siglo XX.

Es que María fue testigo de ese siglo XX. Yo creo que ese niño es alegórico, pero traspasa el tiempo, siempre tenemos que atender a nuestra infancia y sembrar en ellos algo que también es muy zambraniano, que tiene que ver con un alimento que ayude a nacer del todo. Ella decía, a diferencia de Aristóteles, que el ser es una persona arrojada al mundo a medias nacido, el periplo de la vida es intentar llegar a nacer del todo, es como tener una tarea vital asegurada.

 

Nieves Rodríguez: "La palabra de María Zambrano alimenta, su filosofía pasa por el cuerpo" en Madrid

 

Hay otra búsqueda, la búsqueda de la palabra definitiva…

La obra tiene que servir (ojalá, porque sobre María se ha escrito mucho, esta es solo una obra más) para que alguien decida ir a buscar a María, ir al encuentro de María. Todo esto de la búsqueda de la palabra definitiva tiene que ver con el discurso que da cuando recibe el Premio Cervantes en el 89, que ella no pronuncia esas palabras en verdad, lo hace Berta Riaza, porque ella no puede ir hasta Alcalá, está ya muy mayor y muy enferma (ver aquí). Allí dijo: Mientras tanto, y una vez pronunciada la de la ofrenda gracias, voy a intentar seguir buscando la palabra perdida, la palabra única, secreto del amor divino-humano. Me parece de una humildad tremenda que alguien al final de su vida, con todo lo que ha hecho (la obra de María es extensísima y de un valor incalculable, todavía no se ha puesto en valor lo suficiente), se presente en cierto modo como cuando escribes tu primera obra, buscando esa palabra. A mí me emociona, es una persona mayor que vuelve del exilio, que es como renunciar, como claudicar, y sin embargo está en esa búsqueda. Eso además entronca con lo último que escribió María, que se tituló Los peligros de la paz. Escribía para Diario 16 y para algunos otros diarios. Tampoco escribía, dictaba al teléfono, tampoco podía escribir, lo cual ya te coloca en otro lugar, cómo alguien puede editar eso, ahí no hay tachón, no hay borrador… Octavio Paz decía que María Zambrano era antes que nada una pitonisa, y es verdad, tenía un don verbal exagerado. Y lo último que escribe, Los peligros de la paz, lo hace precisamente porque en el 91 ya está la Guerra del Golfo y María se muere siendo testigo de una guerra más, una más de todas las vividas, y es muy interesante porque ahí habla de la democracia y de los peligros de la paz y que la urgencia de paz no es tener democracia, que votar no sirve para nada si no hay algo más, razones que nazcan de las entrañas. Ese texto, leído a la luz de hoy, es decisivo, te coloca en otro lugar, te lo está diciendo alguien que ha pasado todas las guerras del siglo, que se ha tenido que exiliar por motivo de una guerra. Me parecía muy interesante poner la palabra paz al final, porque La tumba de Antígona, su única obra dramática, acaba diciendo amor, amor, que es lo que acaba pidiendo Antígona. Y yo creo que en María Zambrano la última palabra es paz, y es una paz que creo que tiene que ver con la social, sí, con la histórica, con la colectiva, por supuesto, pero también con la íntima, que a veces se nos olvida.

 

Pero es una síntesis brutal lo que haces al final, se nota que evidentemente detrás de esta obra hay un conocimiento muy profundo de Zambrano y su obra que has destilado hasta dar con una pieza esencial. Siendo un texto de treinta y pocas páginas, no adornada en exceso, cada palabra tiene mucho sentido. Hay algo en la recepción, sin tener ese conocimiento profundo de María, que llega, que traspasa, y como tiene este sentido poético es muy difícil de poner en razonamiento, es algo que se siente bastante en un plano emocional, son como gotitas que te van calando dentro… Todo esto de las niñas de los cuentos, por ejemplo, que te da que pensar mucho, asociándolo también a ella, María como niña de cuento, como niña de las que se pierden, de las que se mueren, de las que no regresan… Esto no es una pregunta, es una reflexión al hilo de la lectura reciente del texto y de tener la suerte de hablar con la autora.

Me alegra muchísimo que me digas eso, porque precisamente tiene que ver con la búsqueda de la razón poética, que es aquello que encuentra María Zambrano pensando que seguía la estela de Ortega. Ahí es cuando se produce el desencuentro con Ortega, que le dice: qué hace usted, todavía no sabe lo que es la razón histórica. Pero ella quiere ir más allá. Eso le alejó de Ortega. Ella dice: busco una razón que sea más ancha, que vaya más allá de la razón, que sea un conocimiento más profundo. Dices que son como gotitas que te van calando dentro. Ella decía: una gota de aceite que se deslice. Eso es la razón poética. Y yo entiendo que el teatro es esto, si una obra teatral al final solo puede reducirse a una palabra, pues no me interesa, porque hay algo de que yo voy al teatro para despojarme de mí misma… busco ese teatro. Tampoco sé si lo estoy logrando.

 

Esto luego hay que llevarlo al escenario. Me pasa con muchos de tus compañeros y compañeras de generación dramatúrgica, que me leo muchos textos y pienso en que son grandes desafíos para los directores, estáis haciendo un teatro muy desafiante, sois como hijos de Mayorga…

Bueno, yo en mi caso soy más hija de María, porque Mayorga sabes que es más benjaminiano (risas)

 

Sí, sí, pero me refiero en lo que a plantearle desafíos al director y a los espectadores se refiere.

Sí, y nuestra directora, Jana (Pacheco), está haciendo un trabajo en ese sentido muy gestual, muy corporal, Jana y Chus de la Cruz que hace las coreografías, con la música y el silencio, la importancia del silencio en escena. Todo esto lo está trabajando, sí, encontrándose con dificultades y haciendo muchos borradores dentro de la propia dirección. Cuando un director tiene un texto como este tiene que saber ser dramaturgo, tiene que saber que hay una dramaturgia que está por hacer, la de los ojos, la de la mirada, si no parece que el texto respira una cosa y la dirección otra. Y creo que Jana se está dejando el alma y el amor para poder llegar a este punto. Y en muchos momentos lo consigue, con algo pequeño, yendo hacia otras disciplinas también.

 

¿Crees que la generación de actores y actrices y la de directores está a la altura de la generación de autores y autoras que estáis ahora mismo trabajando, despuntando, emergiendo? En esta especie de edad de oro de la dramaturgia, hay 20 o 30 autores y autoras ahora mismo en activo haciendo un teatro realmente interesante. ¿Han, habéis encontrado la correlación, la media naranja en dirección e interpretación?

Lo que sí sé y es bueno saber que es así, es que hay un diálogo intensísimo entre las dos patas del montaje, entre la dramaturgia y la dirección, y eso es muy positivo. Lo que pasa es que claro… yo no dirijo, yo no sé dirigir actores… creo que hay una voluntad de diálogo, y dicho así en este tiempo parece muy manido, pero es verdad, históricamente no ha habido este diálogo, no ha habido este dramaturgo que se mete en el ensayo, que forma parte de la creación, y creo que cada vez se pule más la frontera entre dirección y dramaturgia, y ahí es donde podemos encontrar el hueso de la nuez.

Eso por una parte. Por otra, es más fácil encontrar una voz desde la escritura que desde la puesta en escena, es decir, la labor de los directores es verdaderamente ardua, ellos usan muchas más herramientas, su caja de herramientas es mucho más extensa y colocarlas en juego es muy difícil, pero creo que también se producen a veces encuentros milagrosos, de pronto alguien que escribe se encuentra con alguien que dirige y se entienden perfectamente y crean algo maravilloso. Eso sí se está dando en esta generación y hay muchos casos. Estamos todos aprendiendo a escucharnos y a conocer los límites de cada herramienta, porque son herramientas muy distintas, aunque las distancias se acorten. Y espero que sea así de una manera más esplendorosa en poco tiempo.

 

Termino felicitándote por una frase de la obra que me he guardado y que dice: «el amor callado que se guarda en los objetos que envejecen». Me parece de una gran belleza, y no es de María, es tuya…

Como dice en la obra, nunca inventé nada, me lo fueron dando todo desde el principio. Lo bueno de haber nacido tan tarde, que es maravilloso, es que puedes mirar hacia atrás y encontrarte un horizonte tan sumamente lejano como el futuro. Tenemos tanta tradición con la que dialogar, que decir esto es mío es mucho decir, seguro que es un eco de no sé quién, pero es eco.

 

LA TUMBA DE MARÍA ZAMBRANO (Pieza poética en un sueño)

Teatro Valle-Inclán. Del 10 de enero al 11 de febrero

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