Una reconstrucción emocional para una ficción documental.
ORIGEN. El proyecto de Jauría nació cuando descubrí que algunas de las palabras que habían verbalizado las personas involucradas en el caso no habían llegado a trascender en los titulares de la prensa. Unas palabras que, puestas sobre un escenario, explicaban más sobre su contexto
social y moral que todas las que anteriormente se habían podido destacar o escribir. Cuando vemos teatro, pretendemos entender también lo que no se dice con palabras. Ahí estaba la oportunidad de entender más sobre un caso del que se había hablado mucho, pero del que era difícil atender en silencio y escuchar todos los detalles durante noventa minutos. Trabajar con las propias palabras de los protagonistas era definitivamente mucho más potente que escribir una ficción. Pero también mucho más comprometedor que escribir esa posible ficción. Se trataba de realizar un viaje peligroso, sin garantías, con amenaza, pero lleno de un compromiso particular (y colectivo) que después se convertiría en un torrente inesperado de emociones personales.
FICCIÓN DOCUMENTAL. El teatro documental, un teatro que fielmente represente la realidad, es en sí mismo imposible de realizar. Al igual que es imposible que ningún reportaje, noticia o relato periodístico pueda evitar estar empapado, teñido o sesgado por la mirada de quien lo escribe y le da forma. Es por eso que catalogué este texto teatral como una ficción documental. Sí, íntegramente construido a partir de materiales surgidos de transcripciones, sumarios y declaraciones, pero reordenado y confeccionado con una forma narrativa que tenía la voluntad de hacer viajar al lector y al público por unos caminos muy concretos. Caminos que pasan por varias de las contradicciones morales que yo mismo encontré cuando investigaba sobre el caso y leía esos materiales. ¿Cómo es posible que piense lo que pienso sobre este tema si yo tenía claro que pensaba otra cosa? Ese fue el motor inicial. ¿Cómo son los prejuicios que tenemos tan adentro para que no nos demos cuenta de que los tenemos? ¿Qué hay en nosotros que se parece a personas a las que no queremos parecernos?
RECONSTRUCCIÓN EMOCIONAL. Jauría propone un viaje por las narraciones, a veces contradictorias, de unos hechos y de unas situaciones. Estas declaraciones se desarrollaron ante un tribunal, más contenidas, más racionales y con el distanciamiento que permite el paso del tiempo que separa el suceso de su juicio. Pero en el montaje no quisimos limitarnos a recuperar ese tiempo de la sala de la audiencia, quisimos viajar a los impactos emocionales que cada uno de los momentos narrado nos podrían provocar a cada uno de nosotros. Imaginar lo narrado, vivir lo contado. Por ese motivo, sabiendo que estamos haciendo una ficción documental, también proponemos una reconstrucción emocional, porque solo aquel teatro que pasa por el corazón o por el estómago es el teatro que puede realmente transformar nuestra cabeza.
Jordi Casanovas
Nunca había sentido la necesidad de hacer una segunda puesta en escena de un espectáculo que ya había dirigido. Con Jauría no tuve dudas. Cuando la pusimos en pie en 2019 aún estábamos muy pegados tanto a la violación múltiple ocurrida en los San Fermines de 2016 como al posterior juicio a La Manada que comenzó casi un año y medio después. De hecho, cuando estrenamos, no se había dictado aún la sentencia definitiva del Tribunal Supremo. Durante todo ese tiempo habíamos asistido a un seguimiento exhaustivo del caso en periódicos y televisiones, a cientos de horas de tertulias, reportajes, editoriales de opinión… Pero cuando el Teatro Kamikaze anunció que iba a hacer una puesta en escena de una pieza de teatro documento a partir de las actas del juicio hubo una gran cantidad de gente que se llevó las manos a la cabeza porque, decían, no era el momento de hacer una exploración del caso desde el escenario. Mi intuición me decía lo contrario.
Nos metimos en la sala de ensayos e hicimos un profundo trabajo de investigación. Intentamos trabajar sin dejarnos llevar por toda la presión externa. Algo muy complicado. Teníamos enormes dudas sobre la pertinencia del montaje, sobre la contribución que podía hacer una pieza como esta, si estábamos haciendo un flaco favor al movimiento feminista o a la lucha contra la violencia machista y, sobre todo, si la pieza podría ser un lastre para la recuperación de la víctima.
Jauría es una obra de ficción, pero los hechos a partir de los que se construye son las palabras literales que se dijeron en sede judicial. No quería, bajo ningún concepto, que la función pudiera revictimizar a la chica o entorpecer su recuperación. La llamada de su madre para mostrarnos su apoyo fue todo lo que necesitamos para seguir adelante. Esto no quiere decir que desaparecieran las presiones. Fue la respiración conjunta del público la que disipó las dudas. Nunca antes había sentido tan poderosamente el teatro como un lugar de encuentro. Las lágrimas, los aplausos, los encuentros tras la función de los que nadie se quería marchar, los abrazos, las funciones con miles de escolares con debate posterior… ‘La sal que cura la herida’ como me dijo una vez una espectadora entre lágrimas. Estas son las principales razones por las que he decidido volver a ponerla en pie: porque creo que, desgraciadamente, sigue siendo pertinente y que ahora, incluso, con el tiempo transcurrido y con el caso convertido en un paradigma de cambio en la lucha contra la violencia machista, la función resuena de una forma aún más poderosa. También porque me apetecía volver a transitar el “traje poético” que encontramos para poner en pie la función, liberado por completo de la presión. De hecho, hemos vuelto a revisar todos los testimonios para recuperar algunas cuestiones que ahondan aún más en la complejidad del caso. Declaraciones que en aquel momento de ruido y furia podían dar la impresión de que estábamos creando algún tipo de equidistancia entre víctima y agresores. Ahora tenemos muy cerca a la chica. Hemos sido privilegiados testigos de cómo, poco a poco, ha ido, con su pesada mochila a cuestas, recuperando las riendas de su vida. Aquella frase que dijo durante el juicio con la que acabamos la función: «Tengo 20 años, me queda mucho», que entonces sonaba como el principio de una pesadilla, es hoy una esperanzadora realidad.
Va por ti, chica valiente.
Miguel del Arco