Fotos: Andrea Macchia
La luz de un lago es un viaje abismal que lleva al espectador a explorar las complejidades de la percepción visual y la búsqueda de claridad en un mundo ahogado de imágenes. La trama gira en torno a la realización de una película del mismo nombre, siguiendo las historias entrelazadas de una niña, un mendigo y una bailarina, quienes se enfrentan a la pérdida gradual de la visión.
Con una concepción muy plástica y el uso de materiales orgánicos -también por el concurso en la creación de la pieza de La cuarta piel, colectivo alicantino conformado por arquitectos, escritores, ceramistas, joyeros y artistas que se define como comunidad de prácticas que vincula procesos participativos al cuidado del entorno-, la puesta en escena desafía los límites del lenguaje y de las convenciones teatrales. La obra utiliza la ceguera como metáfora del colapso provocado por los espejismos, los trampantojos y las alucinaciones que emanan de ver demasiado. Texto proyectado, como de costumbre, voces en off y un trabajo concienzudo con el sonido, son algunos componentes usados para abordar la construcción de una poderosa imagen invocada pero difícil de alcanzar en un mundo lleno de desenfoques.