Por Sergio Díaz
Fotos: David Ruano (fotos de ensayo)
El cuerpo de Cristo
Rusia se ha apoderado del Centro Dramático Nacional en este mes de febrero. Si en el Teatro Valle Inclán puede verse El jardín de los cerezos de Chéjov, en la sede principal es una de las más brillantes obras de Fiódor Dostoievski la que quiere ocupar las butacas: El idiota. Gerardo Vera es el director que afronta esta incursión -cuenta de nuevo con la eficaz y magnífica versión de José Luis Collado-, y Fernando Gil, Marta Poveda, Vicky Luengo, Alejandro Chaparro… son algunos de los intérpretes encargados de llevar a buen termino esta conquista de nuestra ciudad por parte del país de los zares. Una conquista que, en el caso de este montaje, quiere hacerse a través del amor y la compasión, llegar a nuestros corazones a través de buenas acciones, como las que realiza el protagonista de la novela, el príncipe Mischkin, un trasunto de Don Quijote o del mismísimo Cristo, que se dedica a hacer buenas acciones allá por donde va, en un mundo dominado por las bajas pasiones, el poder, el dinero y el posicionamiento social… pero pudo no ser así, ya que sus pasiones son extremas.
Mischkin es infinitamente soberbio, tiene una personalidad angustiada y una ardiente necesidad de amor, posee un orgullo sin límites y se deleita la mayoría de las veces en ser humillado. Sabe que es objeto de las burlas de los demás y con todo el poder que tiene podía haberse dejado llevar por sus deseos de venganza y convertirse en un monstruo, pero opta por realizar el camino contrario. A través del amor y la compasión que alberga decide abrazar al prójimo. Y es tal su grado de bondad -a veces demasiado lacerante- en un entorno hostil, en el que albergar esos sentimientos no se lleva nada, que es por eso que el título de esta obra no es por ejemplo, El redentor. Pero bien podría serlo, porque es tal la fe que el príncipe tiene en la fuerza del amor que es capaz de proporcionar calor y vida a los corazones más helados, como sucede con el de Nastasia Filíppovna -la María Magdalena de la historia-, una mujer torturada, que sufrió abusos sexuales en su adolescencia, que no se cree merecedora del amor de nadie, pero que es capaz de encontrar la luz gracias a Mischkin, y también gracias a su propia fortaleza interior.
Dostoievski puso sobre los hombros del príncipe los más altos valores de espiritualidad y moralidad de su literatura. También depositó en él muchos aspectos autobiográficos, como la crítica a la pena de muerte y al sistema burocrático ruso, al tiempo que hacía un retrato feroz de la decadente sociedad rusa del siglo XIX, que ya empezaba a sentir en la nuca el aliento de la hoz y el martillo. Pero sobre todo El idiota expone la gran obsesión del escritor ruso: retratar el alma, esa parte inmaterial que nos eleva y nos mantiene unidos con energías superiores, esa fuerza invisible que, cuando nos olvidamos de alimentar, nos hace renunciar a nosotros mismos, a nuestra humilde condición humana y nos priva de la libertad individual que nos hace únicos.