La pieza comienza con un particular y ridículo vídeo-contrato que los performers han grabado en mitad de la noche, en un bosque, subidos a un burro. Como en un documento oficial, exponen su compromiso con la escena, casi a la manera en que lo hacen las actrices y los actores de cine porno; o cómo cuando alguien decide participar en un experimento para la investigación científica; o como cuando alguien se alista en un ejército, entregando su cuerpo a una causa ajena, dejando de lado las voluntades y deseos propios. Por curiosidad, por diversión, por la angustia de una vida que no cambia, por la desazón de sentirse profundamente débil en este mundo.
Ahí comienza un camino hacia la descomposición. Dividido en tres ejercicios, donde cada cuerpo se relaciona de una forma diferente con el discurso que le ha construido.
Cada cuerpo atraviesa un ‘ejercicio’ formado por prácticas que oscilan entre lo doloroso y lo placentero, confundiéndose lo uno con lo otro. Cada ejercicio aborda el peligro que supone desmantelar a ese cuerpo del discurso.
En Ejercicios militares para confundir éxtasis con agonía la escena constituye un paralelismo con el encuentro físico, el encuentro cuerpo a cuerpo, donde el peligro es potencia. Exaltar ese peligro es exaltar la potencia. Esta potencia es la del cambio de forma, de figura, la de la metamorfosis.